Vecinos del suburbio de Ciudadela cortan la avenida General Paz, algo así como la versión porteña de la M-30 madrileña, para protestar porque llevan cuatro días sin electricidad en medio de una de las olas de calor más extensas de los últimos 50 veranos australes. En Palermo, un distinguido barrio de Buenos Aires, toda la manzana del Automóvil Club Argentino está rodeada de coches que hacen cola para repostar, pues otras gasolineras han cerrado surtidores por falta de combustible. En los cajeros automáticos de Lomas de Zamora, en la periferia sur de la capital, no se encuentran billetes de 100 pesos (19 euros), los de mayor valor de la moneda argentina, mientras el Banco Central los importa de emergencia, con aviones de la Fuerza Aérea, desde Brasil.
Las últimas semanas de 2010 se vivieron en Argentina bajo el síndrome de la escasez. La psicosis que apareció entre los ciudadanos que se iban de vacaciones por las noticias de falta de combustible elevó la demanda habitual de esta época. Finalmente, el 1 de enero se ha normalizado el abastecimiento de gasolina y gasóleo, y ya no hay más colas en las gasolineras. Pero estos sucesos ponen de manifiesto el recalentamiento de la economía.
Después de la crisis mundial de 2009, cuando el PIB cayó alrededor del 2%, el consumo privado y público y las exportaciones —Asia demanda granos y Brasil, coches— impulsaron un crecimiento en 2010 superior al 7,5%, con una inflación que rondó el 25%, según consultoras privadas y direcciones provinciales de estadística, más creíbles en sus datos que el Gobierno federal.
La demanda crece tan rápido que el sistema energético, tanto de generación eléctrica como de refino de petróleo, no da abasto. Desde 2005, en este país de 40 millones de habitantes se compraron 4,5 millones de equipos de aire acondicionado, mientras que este año se batirá el récord de ventas de coches nuevos.
Ha faltado planificación por parte del Gobierno y de las empresas para que la oferta creciera tanto como la demanda, según diversos analistas. Además, se han añadido factores coyunturales: las altas temperaturas se han prolongado más de lo normal, lo que llevó a quebrar una marca histórica de consumo eléctrico. Y una huelga del personal de las petroleras paralizó las primeras dos semanas de diciembre la actividad de los pozos en dos provincias de la Patagonia.
Después de conseguir una subida de la nómina, los petroleros volvieron a trabajar, pero en las últimas dos semanas, justo cuando muchos argentinos inician sus vacaciones, comenzó a sentirse el efecto retardado de la falta de producción de crudo. Al mismo tiempo, cuando comenzaba a faltar nafta (gasolina) y gasóleo en toda Argentina, en Buenos Aires y otras ciudades como Rosario, Córdoba, Mendoza, Tucumán o Resistencia se registraban cortes eléctricos de algunas horas o días. No ha habido apagones generalizados, sino por barrios e intermitentes. Suficientes como para que en diversos sitios los vecinos se echaran a las calles a montar piquetes para demostrar su hastío, llamar la atención de los medios de comunicación y así obtener una respuesta de las empresas distribuidoras.
En Buenos Aires hay dos compañías responsables: Edenor, de capital argentino, y Edesur, de Endesa, es decir, de la italiana Enel. El Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ordenó el pasado miércoles al ente regulador de la electricidad multar con 12,46 millones de euros a Edesur por la "falta de mantenimiento del sistema y la demora en la restitución del servicio".
Además, recordó que la empresa deberá indemnizar a los clientes que hayan sufrido pérdidas económicas, como aquellos que debieron arrojar al cubo de la basura los alimentos de la nevera. Una portavoz de Edesur ha atribuido las interrupciones del servicio al excesivo calor de este verano austral. Esta empresa y las demás distribuidoras, transportadores y generadoras (entre estas también se encuentra Endesa) vienen reclamando desde hace meses con propaganda en las calles y los periódicos que se eleven las tarifas para mejorar su rentabilidad y su inversión. Un hogar de clase media puede pagar en Buenos Aires por la electricidad unos cinco euros por mes, apenas un poco más que desde la crisis argentina de 2002.
Las petroleras, en cambio, ya no sufren la congelación de precios. Desde que Repsol vendió el 15% de YPF a la familia Eskenazi en 2008, el Gobierno de Fernández ha relajado los controles de facto que aplicaba sobre los valores de los combustibles. Sin embargo, en las gasolineras de YPF y en las de sus competidoras imponían cupos para repostar.
La carestía también atañe a los billetes de 100 pesos, pese a que el Banco Central también promete acabar con ella pronto. La moneda circula muy rápido en una economía que crece mucho, al igual que los precios. La elevada inflación lleva a que ninguna opción de ahorro sea lo suficientemente rentable como para mantener el poder adquisitivo, por lo que las clases alta y media alta invierten en propiedades o compran coches nuevos.
Mientras tanto, el paro ronda el 7,6%, un nivel bajo para la Argentina de los últimos 20 años, aunque aún altos desde una perspectiva histórica, y que sitúa a este país en la media latinoamericana.
Fuente: El País