El gobierno funciona a pura encuesta, midiendo porcentajes de incremento o decremento de intención de voto a cada paso que da. Esto podría ser una argucia política interesante, pero devela que claramente no hay proyecto, ni modelo, ni certezas.

Usted no puede gobernar en función de que las encuestadoras le otorguen un poroto más o un poroto menos. O, eventualmente, no debería.

Luego de los sucesos acontecidos en diciembre con las usurpaciones de predios, está claro que la Presidente decidió pasar el control de la seguridad de manos del inhábil Aníbal Fernández a Nilda Garré. Y Cristina, ya con Garré en la cancha, tuvo su segundo episodio siniestro por el mismo medio y canal: un corte de vías del Roca que finaliza con violencia y que pocos días después arroja, como corolario, otra persona fallecida. Tuvo también un desalojo de predios usurpados que debió resolverse a lo Kirchner: poniendo plata.

Es lógico suponer el desconcierto en Olivos (o en Calafate, por mejor decir) con mano dura hay violencia y muertos, pero con mano blanda también. Y todo les cuesta dinero y prestigio.

Estos eventos contribuyeron a dilapidar ese impensado caudal de votos que Cristina Fernández no había adquirido por ser una buena presidente, sino por el mero hecho de quedarse viuda. Duró apenas dos meses, y ya regresó a los niveles previos a la muerte de Néstor Kirchner, aun considerando que en las encuestas difundidas no están incluidos los padecimientos que la sociedad tuvo a principios de enero a causa de la falta de combustible, energía y billetes.

Para colmo de males, la estrategia comunicacional, que a estas alturas uno piensa debe estar dictada por un genuino antikirchnerista, hace que esa adolescente mecánica de echarle culpas a los opositores e inventar complots inverosímiles solo redunde en levantar la imagen de sus propios targets. Nadie ha hecho tanto por las chances electorales de Mauricio Macri y de Eduardo Duhalde como el propio kirchnerismo. Y esto tampoco lo explica ninguna encuesta; es un imperdonable error político.

El fracaso del "modelo"

Si se pudiera hacer un ejercicio de abstracción momentánea, y olvidarse de la montaña de corrupción que lo caracterizó, podría hasta llegar a decirse que aquél primer gobierno de Kirchner (2003-2007) fue bastante bueno.

Pero cometió el error de todo populista demagogo: pretendió eternizarse.

El segundo período era el indicado para reinstalar a la Argentina en el mundo, enviar embajadores de carrera y encargados de negocios aptos, brindar seguridad jurídica que atrajera capitales de inversión y abriera fuentes de trabajo genuino y blanco, dialogar con todos los sectores, motorizar la producción mediante pautas de incremento de toneladas para mercado local y exportación, y empezar a convertir a la pobreza estructural en pobreza circunstancial para que luego deje de ser pobreza. De haberlo hecho, hoy nadie discutiría la segura reelección de Fernández Wilhelm o la continuidad del kirchnerismo en el poder.

Ni lo hicieron ellos, ni se retiraron a tiempo para que lo hiciera otro.

Había que bajar el nivel de confrontación y pacificar, pero postularon a Fernández Wilhelm que es 95% batalla y 5% diplomacia.

Había que relacionarse de forma madura y moderna con el mundo y designaron a Héctor Timerman, un peculiar canciller que se autodeclara barrabrava.

Había que depositar la economía en el consejo y acción de expertos avezados en la materia y continuó manejando todo Néstor Kirchner, que ya no tenía a Roberto Lavagna y manejaba los números del país en un cuaderno Gloria cuadriculado. La herencia de ese manejo de la economía quedó en manos del pintoresco joven Amado Boudou, a quien cuando le dijeron "se murió Kirchner, empezá a manejar la economía", lo encontraron tocando la guitarra y preocupado por una fallita de carburación de su Harley Davidson.

Había que normalizar la justicia a partir del adecuado accionar del Consejo de la Magistratura y en ese cargo estaban el montonero Carlos Kunkel y la declarada stalinista Diana Conti, lo que equivale a descorchar una sidra a martillazos.

Otra vez, las encuestas no les advirtieron que habían designado mal a sus funcionarios.

No es casual que los problemas que afronta Cristina Fernández sean parecidos a los de sus colegas del eje bolivariano, Chávez, Morales y Correa: el líder populista es cortoplacista por necesidad. No hay aplausos ni plazas con vítores cuando se aplican políticas de mediano y largo término, como inversión en energía, un plan educativo verdaderamente inclusivo y para todas las edades, formación, presencia y colaboración en todo el país para disminuir los índices de inseguridad, defensa de las fronteras, un verdadero combate para controlar el flagelo del narcotráfico, una política antiinflacionaria seria y mesurada, y un respeto genuino por la gente, dejando de manipularla como tropa para tratarla como personas.

El problema de los populistas demagogos es que aplican medidas de corto plazo pero al mismo tiempo buscan eternizarse en el poder, de modo tal que en el mediano y el largo término todas las cosas que no hicieron les terminan explotando a ellos mismos.

Y esto, lamentablemente, tampoco lo explica ninguna encuesta.

Los números

Regresando al tema de las encuestas, Fernández Wilhelm hizo lo que mejor sabe hacer: kirchnerismo del más puro.

"Para evitar que las encuestadoras sean un problema pues simplemente compremos a todas las que podamos comprar". Y así, en un paralelismo con lo que pretendieron hacer con los medios de comunicación, comenzaron a instalar una realidad virtual que hablaba de 45%, 55%, he llegado a leer intenciones de voto del 65% lo cual era notable porque en un país que se cae a pedazos le asignaban a la Presidente 20 puntos más de los que había obtenido en 2007.

Dura tarea la de Artemio López recorriendo programas de TV para justificar lo injustificable. Uno espera que haya acumulado bastante como para un retiro placentero. No podrá continuar siendo encuestador en 2012.

Pero bajó la espuma del luto, bastaron un par de esas rutilantes apariciones mediáticas (una de ellas hablando de derechos humanos con puesta en escena de niños incluida, mientras en Soldati los vecinos se estaban matando con los ocupantes del predio) y se les vino encima la realidad cotidiana no virtual. Los pobres y los marginales salieron de debajo de la alfombra sucia del modelo y los opositores contrataron encuestadoras extranjeras serias para que hoy sepamos que, tal como lo escribimos a principios de octubre, el kirchnerismo pierde aún sin candidato opositor. Dijimos en aquella ocasión "Tienen tres candidatos: ninguno llega al 30%". Hoy son dos, pero tampoco llegan.

Nunca como ahora se encuesta tanto, nunca como ahora se especula con cada paso, pero lo que se recoge no es positivo para el gobierno. A nadie escapa que una encuesta realizada hoy, luego de la trilogía veraniega “combustibles, energía y billetes” seguramente pondría al Gobierno muy cerca del 23% o 24% de las intenciones de votos; aquellos números que presagiaban una segura derrota y que tanto desanimaron a Kirchner en sus horas finales.

Mucho debería cambiar Cristina Fernández para revertir la situación y sabe que no puede hacerlo. Ni está en su naturaleza ni hará en nueve meses lo que no hizo en 37.

Las encuestas muestran apenas números y porcentajes; la realidad, en cambio, parece mostrar un cartel que reza “Fin de ciclo”.

Fabián Ferrante