El 14 de Julio de 1789, la Bastilla, nombre con el que se denominaba a la
fortaleza con la que se identificaba el régimen tiránico de la monarquía en
Francia, comenzó a ser atacada por la furia popular con la ayuda de algunas
tropas que se rebelaron al poder real. Esa fecha simboliza para los franceses,
el inicio de su gran revolución, cuyos principales legados –Libertad,
Igualdad y fraternidad- recogieron los textos constitucionales que fueron
surgiendo desde entonces.
Pero
no todo fue gloria y libertad para los mismos franceses. La caída de la monarquía,
el ajusticiamiento de sus monarcas, simbolizó la aparición de una nueva forma
de gobierno, muy poco conocida hasta entonces por esas regiones europeas. La República,
constituyó una prueba de madurez que debieron realizar los ciudadanos que soñaron
entonces con la construcción de un nuevo orden social, dónde todo cambiaría,
aún su propio calendario.
Pero la sangría fue ocupando paulatinamente la escena de las
calles francesas, dónde los carros fuertemente custodiados por estos
revolucionarios iban conduciendo de a uno, a los distintos ideólogos,
pensadores o simplemente aquellos que se los consideraba “una amenaza” hacia
ese instrumento creado por un mismo francés: La Guillotina.
Quizás esos excesos del “Estado Republicano” fueron los
que van creando las bases para el surgimiento de alguien que “iluminado” por
sus triunfos militares, va ganando en la conciencia de los acechados por la
anarquía, la idea del orden y esplendor. Napoleón Bonaparte fue el producto de
esa sociedad que en cierta manera desilusionada por el resultado revolucionario
y sin caer en el retroceso monárquico, ensaya su nueva apuesta en este militar
con ínfulas de grandeza.
Existen muchos casos en la historia del mundo, dónde las
situaciones fuera de control, alisaron el camino de los que esgrimieron caminos
de fuerza para imponer sus objetivos. Mussolini es el hijo de la nostalgia por
una Italia olvidada y Hitler de una crisis y desilusión
hacia la democracia de Weimar
Y todos ellos. Escalaron su propia “Bastilla” solamente
para llegar al poder.
Pero Francia nos dejó también otros valiosos aportes. La
Declaración de 1793 es un ejemplo de ello.
La igualdad del ser humano, principalmente ante la ley, la
libertad, individual, de pensamiento, de credo y la seguridad y resistencia a la
opresión.
En momentos en que en nuestro país se debaten cuestiones tan
profundas como la vida misma, lo relacionado a nuestra propia seguridad y
libertad (no libertinaje), es oportuno preguntarnos si debemos esperar el
ejemplo de la historia; la esperanza en otro Napoleón o resolver con la madurez
necesaria, con grandeza de espíritu
estas cuestiones que ponen en jaque nuestra existencia como país, con un estado
de derecho y una democracia consolidada.
Ya sabemos la lección de la historia, y por ello es que
debemos considerar la “toma de nuestra propia Bastilla” es decir, el asalto
hacia nuestros propios problemas que nos limitan, nos oprimen y nos esclavizan.
No dejemos que otros nos arrebaten los logros de la
democracia y el republicanismo. No vaya a ser cosa, que surja de nuestro propio
entorno otro émulo del famoso “corso” que terminara sus días, olvidado en
una isla llamada “Santa Elena”.
Ricardo Darío Primo