La formación de nuestro mundo que nos sustenta, no ha sido un hecho aislado ni mucho menos. Hoy resulta ridículo hablar de “creación del mundo” refiriéndonos tan sólo a nuestro planeta. Más bien habría que decir: formación de trillones de mundos como el nuestro y no precisamente en forma simultánea. Trillones de esferas gaseosas, líquidas o sólidas, con o sin atmósfera, sujetas por gravitación a una estrella, con o sin lunas o satélites naturales que en definitiva no se diferencian de los planetas, ya que en nuestro propio sistema solar existen lunas casi tan grandes como el planeta Mercurio que se trasladan alrededor del planeta Júpiter.
Tan sólo en el ámbito de nuestro sistema solar, son conocidos más de 40 de estos cuerpos, a saber 9 planetas y más de 31 satélites naturales de planetas, sin contar los asteroides, por supuesto.
Tan sólo para nuestra galaxia, se calcula un número de estrellas del orden de los 400 mil millones o algo así. Muchas de ellas constituyen, sin duda, sistemas planetarios con sus planetas a su vez rodeados de lunas.
Entonces el total de sistemas planetarios sólo para nuestra galaxia sería aproximadamente de unos 130 mil millones. (Según Carl Sagan en su libro Cosmos, Planeta, Barcelona, 1983, pág. 300). Cifras que pueden ser actualizadas sin mucha diferencia.
Tomemos 100 mil millones en cifras redondas. Si cada sistema poseyera un promedio de 40 esferas planetarias y lunares, entonces nuestra galaxia Vía Láctea contendría 4 billones de mundos. Tan sólo nuestra galaxia.
Si multiplicamos esta cifra por tan sólo un millón de galaxias (se calculan muchos miles de millones de ellas; según Sagan en su libro, página 247) obtenemos 4 trillones de mundos.
Supongamos que los cálculos astronómicos sean algo exagerados. Tomemos un promedio de sólo 20 globos (entre planetas y lunas) por cada sistema solar del millón de galaxias y obtendremos nada menos que: ¡2 trillones de mundos!
Podríamos reducir las cifras, pero si calculamos un número mayor para las galaxias aún no avistadas, que lo serán sin duda cuando entren en funcionamiento telescopios de mayor alcance que los actuales elevando las cifras a miles de millones, entonces la cantidad de mundos se nos va hacia lo descomunal, casi inconcebible.
A continuación caben las preguntas: ¿para qué tanto derroche de mundos? ¿Para qué tanta reedición en un tan vasto universo, de procesos como el que formó a nuestra Tierra?
Si en el reciente pasado, la Tierra fue destronada como reina del universo, porque la ciencia la transformó, de centro del mismo, en un planeta más de los 9 que orbitan el Sol, y no es más que un granito de arena flotando en la vastedad; si la mayoría de los mundos (planetas y sus lunas) carecen de seres vivientes, ¿para qué están ahí entonces, orbitando soles de galaxias tan alejadas, cuya influencia en mundos como nuestra Tierra es despreciable, prácticamente nula?
Todo se debe al todo —se dirá—, pero las distancias cósmicas son tan enormes que los hechos lejanos que hoy se producen a diez mil millones de años luz, por ejemplo, jamás nos tocarán en forma de energía que se desplaza a la velocidad de la luz.
Por otra parte, analizando todo esto racionalmente, fuera del marco pseudocientífico creacionista, ¿acaso no concilia mejor con la concepción de un mecanismo azaroso que se cumple ciegamente en la vastedad del Todo? En lugar de aceptar una creación del mundo, de nuestro mundo como supuesto centro de todo (aceptado aún hoy día inconscientemente por casi todos los autores de libros de ciencia ficción, y también de no ficción) ¿no resulta más acertado hablar de resultado? ¿En vez de creación, un resultado aleatorio y pasajero, producto de un incalculable derroche de procesos truncos en forma de planetas o de lunas, que han dado casi todos como consecuencia, sólo parajes yermos inhóspitos, sin vida alguna?
Trillones de procesos consistentes en condensación de polvo interestelar o trozos de estrellas arrancados que se constituyen en la formación de esferas casi todas inútiles en el cosmos. (Estas son dos teorías distintas para explicar la formación de los planetas, pero para el caso no importa cuál de ellas es la más acertada).
De todo ello, un ínfimo porcentaje adquiere significado, como nuestra Tierra con su proceso viviente sobre su faz y su ser consciente inteligente: el hombre (quién en cualquier momento aciago puede desaparecer con planeta y todo sin dejar rastros de su existencia).
El resto de los mundos vaga sin sentido en el inconmensurable espacio.
Demasiadas son las esferas que vagan inútilmente en la infinitud. ¿No se trata entonces de puros tanteos ciegos, al azar, por parte de una materia—energía inconsciente?
Ahora, según esta visión, tenemos ante nosotros un universo cuyos materiales actúan por tanteos al azar y forman aquí o acullá muy escasos cuerpos aptos para la vida como lo es nuestra querida (para muchos malquerida) Tierra, debido a la ineptitud para tal fin de trillones de otros mundos.
Si existiera un creador, ¿no hubiese bastado con nuestro mundo (el globo terráqueo miembro de un sistema solar)?
¿No hubiese sido suficiente, en todo caso, nuestro sistema solar sólo, para mantener el equilibrio físico de nuestro planeta? Admitamos también como necesarios quizás, a nuestra galaxia que bautizamos Vía Láctea y el grupo galáctico local al que pertenece. Y así y todo, ¿era necesario tanto derroche de material cósmico, interestelar, tantas estrellas y tantos planetas y sus lunas, calculados en trillones o quizás cuatrillones?
Creo que la supuesta creación por parte de un ser omnipotente e infalible está demás aquí. Por el contrario, en oposición a ella, ¡qué bien se explica la existencia de nuestro planeta! como proceso transitoriamente exitoso (como un destello hablando en tiempo cósmico), mediante la fórmula: de lo mucho poco; del vasto derroche, la casi nada; del ciego tanteo al azar, algo ínfimo significativo; del casi todo que discurre por laberintos que conducen a callejones sin salida como los planetas yermos, inútiles; la casi nada que puede producir algo espectacular como la vida y la conciencia. Pero desgraciadamente con destino trunco. Es decir, que alguna vez desaparecerá para siempre, salvo que exista un reciclaje. ¿Para qué esto último? ¿Acaso quizás para que un cierto “dios creador” se entretenga nuevamente con un globo nuevo generador de vida, cuya meta sea otra civilización, y así siempre?
Pero… ¡basta de cuentos! ¡Basta de fantasías! ¡Basta de pseudociencias por favor! Seamos realistas, racionales de veras, disfrutemos de esta única vida que poseemos mientras se expanden las galaxias “frutos” de un colosal big bang, luego será otra cosa o la nada en materia de conciencias, pero mientras tanto, con la conciencia tranquila, portémonos bien, lo mejor posible con los demás y con nosotros mismos.
Repito: rechacemos a todas las pseudociencias para ir de la mano de la razón y gocemos del “mientras tanto”; bregando siempre por un mundo mejor. ¡Nuestros descendientes nos estarán eternamente agradecidos!
Ladislao Vadas