“El todo es mayor que la parte”; “dos más tres son cinco”; “la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos ángulos rectos”; “todo agente obra en vista de un fin…”
¿Son todas verdades eternas?
Si lo son, ¿coexisten con el dios idealizado como un ente eterno, desde toda la eternidad? ¿No fueron creadas por él entonces? Si se hallan fuera de él, por consiguiente hubo desde siempre algo más que un dios solo, quien en un momento dado crea el mundo y se acompaña de él. Ese ser fue acompañado de verdades eternas a las cuales en cierto modo estuvo uncido en el supuesto acto de la “creación a partir de la nada”. Fue obligado a lo posible; lo imposible le es prohibido. No pudo hacer que la suma de los ángulos de un triángulo no diera dos ángulos rectos; ni pudo impedir que la cuadratura del círculo fuera imposible, ni anular la regla de sabiduría que expresa: “el bien que dura es preferible al que pasa”.
Tuvo obligación de sujetarse a esas verdades y crear un mundo ajustado a ellas y no cualquier mundo. Luego ese dios no es absoluto. Se trata “evidentemente” de un creador condicionado por algo que se hallaba más allá de él, es decir el mundo de los posibles. Se vio compelido por la factibilidad hallándose absolutamente obligado a renunciar a los imposibles.
¿Qué clase de todopoderoso sería éste, entonces? ¿O es que al fin y al cabo, esas posibilidades son ¡el mismo!, o mejor dicho forman parte de su naturaleza, y… nada más?
“Si la verdad existe por encima del espíritu, hay que identificarla con Dios; pues el Creador tiene que haber contemplado la razón de las cosas que producía y no las ha podido ver fuera de sí mismo: suponerlo sería sacrilegio”. (Michel Grison, Teología natural o teodicea, Barcelona, Ed. Herder, 1968, página 86. (La bastardilla es mía).
Vamos a imaginar que en realidad no existen tales verdades eternas, sino tan sólo verdades circunstanciales, transitorias como podrían ser ciertas leyes físicas por ejemplo. Así, dichas verdades existirán en todo caso, únicamente en la mente humana, hasta tanto la Humanidad no se extinguiera, o hasta tanto, esta porción del Todo universal que nos rodea presentara las características naturales que nos obligan a aceptar que hay objetos, cosas para contar y pensar…
En realidad, muchas supuestas “verdades eternas” pueden ser debatidas. Por ejemplo, desde el momento en que todo se halla sujeto al cambio, se pueden trocar algunas de las leyes físicas, químicas, biológicas y psíquicas, sin quedar de lado otras, pues incluso tambalearán también algunas cosas tenidas por eternas ya que no habrá más objetos y ni siquiera seres que puedan concebir un triángulo.
Pero a pesar de todo, vamos a suponer que hubo una creación a pesar de todo, pero que las “verdades eternas” en lugar de separadas, se hallan en la propia naturaleza del creador. Entonces esta clase de dios tuvo que haberlas extraído de sí mismo para lanzarlas hacia el mundo durante el acto de su creación, o bien ajustar a ellas el mundo, ya que de otro modo éste sería un imposible.
Pero aquí surge un interrogante. Si este presunto creador existió, como se dice, desde siempre en la eternidad pretérita, ¿para qué diablos necesitaba él de esas verdades eternas antes de ser creado el mundo si no existía nada, ningún objeto ni ser inteligente consciente fuera de él y por ende tampoco el engaño (por ejemplo)?
Si lo verdadero también implica un contrario que es la falsedad, entonces cabe la pregunta: ¿de dónde nació la posibilidad de lo falso?
Si no existía más que este creador solo, antes del acto creativo, la falsedad no podía hallarse en su propia naturaleza junto a la verdad, porque ello contradice a la “ciencia” teológica. Pues entonces, o la “no verdad” se hallaba desde siempre paralela a él, o apareció con el mundo durante el acto de la creación.
Pero esto último es imposible porque implicaría una creación ipso facto de la posibilidad de lo falso por parte de un ser que es considerado como infalible, la purísima verdad.
Pero esto no es todo Si continuamos analizando estas cuestiones, caemos nuevamente en la cuenta de que, aunque se hallen integradas a la naturaleza del presunto creador esas pretendidas “verdades eternas”, por sí solas condicionan a ese dios, ¡quién tuvo que ajustar el mundo a ellas!
No pudo ir más allá de los posibles y realizar lo imposible. Lo posible se halla siempre por sobre él. No puede hacer, por ejemplo, que lo blanco sea negro, que el bien que dura no sea mejor que el bien que pasa.
(Cabe aclarar aquí, que según mi óptica y de muchos racionalistas, el milagro no existe en absoluto. Todo sucede por algo, las ciencias naturales lo atestiguan sin duda alguna).
Lo mismo si se tratara de una creación ipso facto, tampoco le sería posible sustraerse a los posibles. Esto es, si dichas verdades en lugar de hallarse en él para emanar de su propia naturaleza, o de encontrarse fuera de él desde toda la eternidad, fuesen lanzadas hacia la existencia como algo nuevo en un momento dado para proyectarse hacia la eternidad del futuro, aun así los posibles siempre lo condicionan: no puede hacer que el pecador absoluto no arrepentido merezca un premio, ni que el probo absoluto sea reprobable.
Luego no todo es posible para este dios inventado por la rica fantasía humana, y esto contradice flagrantemente a la teología cuando esta afirma que todo, absolutamente todo es posible para este dios inventor del mundo.
Sean o no pretéritamente eternas las supuestas “verdades eternas”, estén o no añadidas a una supuesta naturaleza divina, ello no impide la gravitación de los posibles sobre el acto creador de un mundo lógico, quitándole así el carácter de libre absoluto al (para mí) presunto creador.
Además (y esto ya entra en el terreno paradójico) es la misma teología con pretensiones de ser la ciencia de un dios que no existe, la que desautoriza cierto argumento relativo al tema cuando expresa: “Si separamos a la verdad (verdad eterna) del ser en que se realiza (el hombre), resulta imposible introducirla en una prueba de la existencia de Dios”, razonando así: suponiendo que en un momento dado nada fuera verdad, esto aún sería una verdad; de donde se pretendería concluir directamente a la necesidad de una inteligencia eterna”. (Según el teólogo Michel Grison en su Teología natural o teodicea, Barcelona, Herder, 1968, pág. 84).
Y también: “El argumento que pretende pasar a Dios desde las verdades eternas, por su carácter de interna necesidad en un orden inteligible-ideal, sin descender” a su real fundamentación noética en el ser como tal, verifica un tránsito de lo ideal a lo real, sin posibilidad de justificación”. (Según Ángel González Álvarez, Tratado de metafísica-Teología natural, Madrid Gredos, 1968, pág. 287.
Tan sólo en el sujeto que piensa estas “verdades”, que las abstrae, y en quien se “realizan”, es posible, se dice, llegar a la realidad de un dios por vía de la causalidad, pero para decepción de esta última esperanza teológica en esta cuestión, pongo de relieve el relativo y nada fiable mecanismo de nuestro raciocinio y de la “idealización”, sin acudir a la loable, racional y clarificadora ciencia experimental que barre con milenios de creencias en diversas divinidades y pretendidas “ciencias” acerca de lo que no existe, una de ellas es la tratada en este artículo.
Ladislao Vadas