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Blumberg: el populismo del miedo

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ENTRE EL RECLAMO Y EL OPORTUNISMO
ENTRE EL RECLAMO Y EL OPORTUNISMO

 

 

Juan Carlos Blumberg dice que él no hace política. La política es la búsqueda del poder. Y él no quiere poder. El busca lo mismo que la gente reclama: seguridad. Y para cumplir con esta demanda, nos dice, se necesitan leyes que castiguen de tal forma a los que cometan delitos que no sólo den con sus huesos por largo rato en la cárcel, sino que también esto disuada a los que se sienten llamados por la vocación criminal.

La solución es así de simple. Sólo complicada por los políticos que se preocupan nada más que por sus intereses particulares y pierden tiempo en discutir interminablemente lo indiscutible. Hay que terminar, entonces, con la inseguridad y con la politiquería, causa eficiente de todos nuestros males. Eliminar leyes blandas y listas sábana. Y sanseacabó.

No se puede dudar de la honestidad del planteo de Blumberg y, qué duda cabe, su razonamiento es hoy compartido por muchos argentinos. Igualmente, se equivocan quienes se entusiasman o quienes se espantan con la candidatura del empresario. El empresario cree en lo que dice y no especula con su tragedia.

Lo preocupante de todo esto es la forma en la que se expresa la demanda por seguridad, encabezada simbólicamente por Blumberg, más que su contenido; dejemos de lado esos chispazos autoritarios que aparecen aquí y allá en los dichos de Blumberg y en la carta de la doctora Susana de Garnil.

Sin proponérselo, de modo natural, la movilización por la inseguridad exhibe los rasgos más característicos de la cultura política populista argentina. Una cultura que ya no es patrimonio de una clase, o de ciertos políticos demagogos. Una cultura que es verbo hecho carne (carne argentina).

    Hoy somos todos populistas.


El Movimiento Popular por la Seguridad

    Claro que el populismo muta y ya no clama por la equidad. Este es un populismo que surge desde el terror a los secuestros, a los asaltos, a los asesinatos.

    El populismo del miedo considera -equivocadamente- que la demanda generalizada de seguridad es sinónimo de que todos estamos de acuerdo en cuáles deben ser las políticas que permitan pacificar a la sociedad argentina. Y esto lleva a que Blumberg se considere un intérprete cabal de lo que “todos” queremos. “Yo pido lo que la gente quiere”, dice.

    Por eso, como en el populismo más clásico, se descree de las mediaciones políticas, de la negociación, de los intereses diversos, de las minorías.

    ¿Para qué discutir lo que es evidente?

    Si la “gente” está toda de acuerdo, las diferencias entre quienes la representan sólo pueden ser espurias.

    Si hay dilaciones, sólo pueden deberse a que los políticos no quieren trabajar, a que son ineficientes, a que les gusta hablar y hablar y hablar.

    El populismo del miedo, como populismo que es, no entiende, así, que puedan existir diferencias profundas en la sociedad respecto de la respuesta que el Estado debe dar al problema de la seguridad. No admite, siquiera, que existan dudas sobre las consecuencias que puede tener la aplicación de políticas, sobre las que inicialmente puede haber consenso.

    Así, la invocación superficial al pluralismo -que hacen ritualmente los expositores del populismo del miedo- termina en el imperio absolutista de lo que consideran es “sentido común”, erigiéndose como los intérpretes únicos de lo que es preclaro.

    Sin embargo, ¿no es válido que algunos políticos se pregunten si leyes más duras no tienen la consecuencia directa de favorecer a policías corruptos, para presionar con ellas a jóvenes delincuentes? Ha sido práctica común que, bajo la amenaza de fabricarles un delito mayor, obliguen a inexpertos a “trabajar” para la corrupción. ¿Acaso no es razonable que algunos consideren que la baja en la edad para imputar delitos debe estar acompañada por medidas que establezcan dónde alojar a los jóvenes delincuentes, cuando todos los lugares de detención están atestados y son verdaderos posgrados en criminalidad organizada?

    Si esto es así, si estas diferencias son plausibles, entonces la política -esa forma civilizada de negociar las diferencias- es necesaria.

    El populismo del miedo también adopta a la movilización como método, si bien manifiesta que lo hace para “fortalecer” a las instituciones, aunque la lógica del movimiento popular por la seguridad, las vuelva innecesarias. Ahí está la voz del pueblo, que todo lo sabe, que “no delibera pero que sí gobierna”.

    Es populismo que ni siquiera tiene aspiraciones tecnocráticas. No considera que sus propuestas son las correctas, porque se trata de propuestas elaboradas por especialistas. Son correctas porque expresan el “sentido común” de la gente. Un cualunquismo que une a los moradores de Nordelta con los vecinos de Almagro. Y que, por supuesto, cuenta con el invalorable apoyo de Radio 10, y con sus preclaros divulgadores: la mayoría de los taxistas.

 

Poujade vive

    El año pasado murió, a los 82 años, Pierre Poujade, el hombre que, al decir del ultraderechista Jean Marie Le Pen, “personificó la lucha de las clases medias contra la burocracia”. El poujadismo conmocionó, en 1953, la escena política francesa con su feroz contenido antipolítico, antipartidario y, fundamentalmente, antifiscal. Se asumió como un simple movimiento de artesanos y comerciantes que, de todas maneras, colocó 52 diputados en la Asamblea Nacional. Luego, se sabe, el liderazgo de Charles de Gaulle le arrebató todas las banderas.

     Pierre Poujade está bien muerto y enterrado, pero hay mucho de poujadismo en nuestro populismo del miedo. Clases medias golpeadas y aterrorizadas por la crisis, deseosas de que sus efectos perniciosos desaparezcan, como si nada hubiera pasado en la Argentina.

    Clases medias confundidas, dispuestas todavía a creer que todo esto es una pesadilla, que la Argentina de la prosperidad está a la vuelta de la esquina, sólo si los políticos, Barrionuevo dixit, dejan de robar. Sólo si se administra bien lo que se tiene. Sólo si no molestamos en su obrar a Dios, que, se sabe, es argentino.

    Como todo populismo, el populismo del miedo se constituye definiendo un enemigo. Y, como para el poujadismo, los políticos, antes que los asesinos, son sus verdaderos enemigos públicos. Son los que han causado este problema y los que no hacen nada para solucionarlo. Pero, señalando un enemigo político, Blumberg, aún a su pesar hace política, aunque pregone la antipolítica.

    Posición que recuerda al episodio que contó ese Ministro español de la dictadura, que fue a ver a Francisco Franco con la queja de que se sentía hostigado por un par del gabinete; el Generalísimo le aconsejó. “Ministro, haga como yo: no se meta en política”.

    Frente a esto, Kirchner le toma la palabra al empresario, y luego de las gaffes de algunos de sus colaboradores, ha dado órdenes estrictas de no configurar a la marcha como un evento opositor.

    Ni siquiera opinó el Presidente sobre el desaire que le provocó Blumberg, cuando le hizo tomar algo de su propia medicina al no asistir a la audiencia que le había solicitado por anticipado. El empresario puso como excusa para el plantón que esa reunión podía malinterpretarse, y que él “no está con el Gobierno, sino con las Instituciones”.

    Que Blumberg no tenga proyecto político partidista es tan cierto como que hay muchos que quieren usufructuar su cuarto de hora de popularidad. Tampoco hay que ver mucha conspiración detrás de esto. Simplemente, el padre de Axel no está contaminado por intereses políticos (o sea, sale más barato) y hoy podría hacerle más daño a Kirchner que ningún otro político de la oposición, queda claro ahora que el discurso antipopulista de muchos representantes de la derecha liberal se debía simplemente a que ellos no podían movilizar a nadie. De allí sus deseos imaginarios acerca de Blumberg como líder de la oposición.

    Obviamente, con su negativa a concurrir a la Casa Rosada, el empresario ha hecho las delicias de quienes quieren que el ascenso del Movimiento Popular por la Seguridad sea el principio del fin de este Gobierno, antes de que se constituya en la palanca que permita que éste sea, en breve, un país más seguro.

    Dicho sea de paso, con su decisión, Blumberg se definió como opositor, politizando de esta manera su apoliticidad.


Caballo de Troya

   
De todas maneras, la movilización por la seguridad y los intentos de grupúsculos de la derecha por colocarle en su interior un Caballo de Troya, tienen como causa una paradójica despolitización de los políticos frente a éste y a otros temas cruciales de la sociedad.

    Es que, en realidad, enfrentamos una crisis de hiper-representatividad antes que una crisis de representatividad: los políticos reflejan la misma confusión que existe entre la gente, la representan simétricamente, de manera espejo, cuando, más bien, uno se siente representado si encuentra a un político que propone cosas que nunca se le hubiesen ocurrido a uno, pero que, de todas maneras, a uno le hubiera gustado proponer como suyas propias.

    La política es ordenadora. Ella toma elementos del sentido común, los combina, renueva y sistematiza.

    Hoy, en cambio, los políticos expresan visiones que anidan y se agitan, entremezcladas, en el turbión que es ahora la sociedad argentina. Mientras los secuestros están en la palestra, el baremo de la opinión pública se inclina por las leyes más duras. Cuando la policía reprime salvajemente, o aparecen casos conmovedores de gatillo fácil, la sociedad asume posiciones más garantistas. Hay reacciones positivas, como las nuevas medidas en el área de seguridad, pero al marchar detrás de los acontecimientos no producen el efecto deseado.

    Es que decir que padecemos una crisis de hiper-representatividad es lo mismo que decir que sufrimos una crisis de liderazgo, entendida no como la mera cuestión de disfrutar o no de gobernabilidad, sino de la posibilidad de configurar un proyecto de país a futuro, que incluso permita la constitución a contrario de proyectos alternativos, y que se termine de una vez esto de estar escapando de definiciones relevantes.

    Un proyecto progresista que proponga que la Argentina vuelva a ser un país equitativo, que privilegie la integración como forma de lograr el desarrollo, que busque cómo potenciar y explotar el capital humano que yace hoy desperdiciado y arrumbándose en todos los intersticios de nuestra sociedad.

    Y que se pruebe en su consistencia política contra el proyecto conservador alternativo, que considera a la desigualdad como el punto de partida para alcanzar, por fin, el esquivo crecimiento sustentable, y que proporcione a las clases altas y medias altas, confort y seguridad en la desolación, y que demuestre lo que García Márquez profetizó sin querer creerlo: que “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.

 

 

1 comentario Dejá tu comentario

  1. Los conceptos entre una ley y justicia verdadera no se ubican en los extremos sino en el añorado medio. Ni garantistas ni represores, justos. Ahora los jóvenes de 16 pueden votar e intervenir en los destinos del país, pero dos días antes no puede ser juzgado ni encarcelado ¿?¿?¿?¿?¿? · "queda claro ahora que el discurso antipopulista de muchos representantes de la derecha liberal se debía simplemente a que ellos no podían movilizar a nadie. " A Ud. le quedará claro, por favor, está incurriendo en lo mismo que critica, jajajaja. " Obviamente, con su negativa a concurrir a la Casa Rosada, el empresario ha hecho las delicias de quienes quieren que el ascenso del Movimiento Popular por la Seguridad sea el principio del fin de este Gobierno, antes de que se constituya en la palanca que permita que éste sea, en breve, un país más seguro." Yasky, piedra libre.

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