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EL GUARDIAN DE LOS HERMANOS

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BLUMBERG CONVOCA Y SE LA CREE
BLUMBERG CONVOCA Y SE LA CREE

Una noche cálida se abatía sobre el monumental edificio del Congreso Nacional. Eran las 19:15 y aún el ingeniero Juan Carlos Blumberg aún no había hecho su tercera aparición estelar. Miles de velitas celebraron la cuidada voz del maestro de ceremonias, con una sentida música de fondo: “Estamos acá reunidos para que en conjunto podamos modificar situaciones, en paz y orden para que nos escuchen y modifiquen esta situación”. Los aplausos de más de 80.000 personas, cifra significativamente inferior al total de las dos movilizaciones anteriores, coronaron estas palabras más el anuncio de la concurrencia en el palco de Susana Garnil, familiares de Strajman y de Christian Ramaro. Mientras el coro Kennedy elevaba su cantata, el presentador de turno agradecía a “los periodistas ciudadanos condolidos por la inseguridad”.
  
Pero el paroxismo llegó al clímax cuando se oyó bramar “justicia, justicia” y “Argentina, Argentina”. Se sucedieron un par de minutos de ensordecedora ovación, al tiempo que las velitas eran alzadas en recuerdo de los 148 días transcurridos desde la primera marcha. “Con ustedes está el ingeniero Juan Carlos Blumberg, quien transformó su dolor en compromiso ciudadano”, dijo el maestro de ceremonias; y el viejo hombre que hacía falta se aprestó a hacer uso de la palabra. Eran las 19:35, y el nombrado clamó “¡seguridad”!”, poniéndose a los concurrentes en el bolsillo del saco.
  
“Les tengo que hacer un pedido especial”, continuó, “tenemos que estar todos juntos para lograr más seguridad y justicia en este país. Pero antes, entonemos las estrofas del Himno Nacional con amor y cariño”. Luego de esto, propuso “un minuto de silencio por todas las víctimas de la inseguridad y del gatillo fácil, pues todos tenemos que estar unidos en este momento”. Un dato curioso, pues derrapó cuando intentó decir “gatillo fácil”. ¿Secuelas quizá, de haberse ido de boca cuando aludió al crimen de Sebastián Bordón?
  
A continuación, presentó a los diferentes representantes de tres confesiones religiosas, la católica, la evangelista y la judía. Particularmente se destacó la breve alocución del rabino Sergio Bergman:¿Acaso soy el guardián de mi hermano?”, interpeló el fratricida Caín a Yahvé. Sí, somos guardianes de nuestros hermanos, de los que partieron en el sacrificio estéril de la violencia. La impunidad debe ceder el paso a la paz y la justicia, para que la democracia sea real y no formal, para que se reconstruya el tejido social. Debemos poder gobernar el poder, pues nosotros no hicimos posible el país legado por nuestros padres de la patria. Oíd mortales el nuevo grito sagrado: justicia, seguridad”.
   La multitud, luego de este final, ya deliraba de fervor no necesariamente patriótico.



“Olé, olé, olé, Blumberg, Blumberg”


   Serio y adusto, el ingeniero posó su mirada en las
miles de velitas, arregló los papeles y comenzó su unipersonal:Muchos pusieron piedras en el camino para que no llegaran tanto, cortan puentes y canales de TV”. Oleadas de aplausos coronaron sus palabras, y algunas gargantas dispararon el grito de “justicia”. Pero otros comenzaron un abucheo generalizado contra los habitantes del Congreso y la Casa Rosada, lanzando insultos y gestos iracundos. “No, no, ciudadanos, con democracia, tenemos la fuerza del voto para enaltecer las instituciones del país”. A pesar de sus intentos conciliatorios, la silbatina se hizo cada vez más ensordecedora cada vez que aludía a los políticos. “No, no, hermanos, por favor”, suplicó el ingeniero. “¡Que trabajen y se dejen de robar!”, le replicaron.
  
Luego, calmados los ánimos, comenzó a hacer lectura del petitorio. Cuando aludió a la reforma integral del sistema de minoridad, destacó que“hay que modificar el régimen de imputabilidad de los menores, que matan a chicos y a gente inocente”. Pero se cuidó muy bien, tal como lo hizo en Tribunales, de destacar las conexiones de los aludidos, muchas veces beneficiados por zonas liberadas.
   Dando un giro de 180° con respecto a lo planteado en el inicio de su Cruzada Axel, se metió de lleno en el sinuoso terreno de la política:Hay que implementar una reforma política y del mecanismo electoral, mediante el voto electrónico y la rendición de cuentas de los funcionarios públicos”. La sola mención de los personeros de la corporación política nacional, fue la palabra mágica que arrancó varios “¡hijos de puta!” de la concurrencia. Sobre todo, cuando mencionó al “señor gobernador Felipe Solá”.
  
A continuación, intentó una suerte de reconciliación entre las fuerzas de seguridad y la gente que lo escuchaba:Hay que implementar una nueva policía que no coma pizza, se debe monitorear al personal que queda en disponibilidad. Debemos amar a nuestra policía”. “Vamos Blumberg todavía, ¡¡¡sí!!!!!”, gritaron unas rubias a metros de este cronista.
  
Sintiéndose a sus anchas, el ingeniero exclamó “los derechos humanos son para los delincuentes, a mí nadie me vino a ver de los derechos humanos cuando mataron a Axel. Vamos a exigir resultados rápidos, no vamos a esperar”.
   Seguidamente, la emprendió contra la procuradora María del Carmen Falbo, exigiéndole que presente a la brevedad un plan de acción concreto.
  
A las 20:30, se convocó a la multitud a marchar hacia la Casa de la Provincia de Buenos Aires, donde el ingeniero se reuniría con el abucheado Solá y con el ministro Arslanián.
  
Afuera de ésta, los clamores atronaban su frente: “Que renuncien”, “Que se dejen de robar”. “A la Plaza de Mayo, a buscar al Pingüino ladrón”.
  
Por detrás de esto, un pensamiento martilleaba la mente de este cronista. El 20 de diciembre de 2001, a la madrugada y en el mismo lugar, miles de personas caceroleaban pidiendo “que se vayan todos”. Casi tres años después, una cantidad sensiblemente menor pero con otra tendencia y aspiraciones, se abroquelaba alrededor de un ingeniero aparentemente sin pasado, enfrentando a un Estado ausente y a un gobierno autista, en otra noche cargada de presagios, plagada de miedo, incertidumbre y bronca a flor de piel. Si desde el oficialismo no se reacciona a tiempo, el abismo disfrazado de inseguridad seguirá dividiendo las conciencias atribuladas, y el resultado final puede ser nefasto.

 

 Fernando Paolella

 

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