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CARTA A JULIO EN AGOSTO, EN SUS 90
CARTA A JULIO EN AGOSTO, EN SUS 90

    Dejé que penetrara el inconfundible olor a hierba recién cortada. Se superponía una incontenible fragancia  parecida al alelí, pero que en el trópico le llaman  la flor de los novios. No había luna. El cielo se mantenía iluminado con una tormenta eléctrica. Pensé en dos cosas: Dios paga esa cuenta, no debo preocuparme por ahora. Y me dejé llevar hacia, por Colorado. No era nada extraño. Allí las tormentas eléctricas son proverbiales. De ellas me hablaba SC y la memoria es un secreto pasaje en retrospectiva. Seguí en mi rutina con los recuerdos. El olvido es un camino inédito, sorprendentemente rebelde. Miré a un costado, y el negro de la noche sobre la selva, me recordó el verde de mañana, la luz hipotecada por unas horas. Un silencio particular, de aislamiento. Vi al fondo, mi casa blanca, y pude  encontrarla diferente, como que no me perteneciera.  Una luz en mi cuarto. Yo no estaba ahí. Yo nunca estoy, dicen quienes creen conocerme. En ocasiones me he preguntado a mí mismo para reconfirmarme. Un forastero en sus sombras. La casa podría estar tomada, y yo no me había dado cuenta. No es un cuento. Me supongo que a SC le sucede algo parecido en la gran casona donde dice vivir. Dice al menos ella. Las casas son a veces, un refugio peligroso. Les crece un silencio como desde las orejas, pasa por los cuartos y se instala a la hora de la cena.
    La noche es particularmente enigmática cuando se lo propone. Fue una idea relámpago. La media hora estaba llegando a su fin. El ejercicio culmina automáticamente cuando siento  la humedad del cordón que cuelga a mi cuello con un pequeño ángel solitario. El cuerpo ya está sudado. Noche cerrada, nubosa, con luz eléctrica pagada por el de arriba. Fui dejando descalzo la cancha de básquetbol. Los pies firmes sobre el piso. La pequeña tribuna techada vacía. Los juegos de los niños esperando la mañana y sus cuerpos elásticos,  manos, voces. Los pinos a unos metros. Uniformados, serios,  disciplinados, solemnes. La sombra de la sombra sobre mis pasos. Un sapo sin reino cruza despavorido, solitario, las luciérnagas que realizan una rara ceremonia de felicidad, encuentros de luz y amor, brillo en sus pequeños corazones. Cuerpos  que derrochan placer y una secreta luz que no vemos. La noche no estaba estrellada. Son Cronopias, decididamente, las luciérnagas brillan por sí mismas. Forman cadenas de felicidad frente a la selva. Se les percibe,  se sienten animadas. La luz de sus cuerpos es el mensaje. Me pregunté, dónde estaría la mía, porque detrás de toda página en blanco hay una que ilumina la escritura. Seguí rumbo a la puerta de hierro, la primera que abre la casa. Encontré un papel enredado en los hierros. Lo tomé y llevé al cuarto para leerlo. Lo primero que leí fue: Buenos Aires, Argentina.
    Las palabras, eso al menos a mí me ocurre, evocan situaciones, recuerdos, imágenes. Seis noches y siete días a la conocida cuna del Tango, era el slogan publicitario. Ya era inevitable no pensar en SC, Banfield, no ver la pista llena de piernas hasta la cintura, los pañuelitos al cuello, los  vasos de vino descolgando de las manos, el inconfundible ritmo del tango y la milonga de punta a punta, encendida ...Y  el mundo es y será una porquería... en el 2004 0 2020, también, me agregabas, Vos, riéndote. Lo sensualmente carnal, etéreo, de trasvasije, el tango flor de piel. Me fijaba en la foto tradicional de La Plaza de Mayo. (No se ven las Abuelas Locas de amor por sus nietos desaparecidos) Pero no veía tampoco el Obelisco, que si estaba,  o la inmensa avenida, sino que a Julio Cortázar en su última visita a Buenos Aires, tomado del brazo de La Maga y con Oliveira. Llevaba una gran maleta verde vacía que cambiaba de colores, como si buscara los puntos cardinales de cada país donde alguna vez estuvo. Nada especial, caminaba, olfateaba, sabía que no volvería, así que tragaba la atmósfera de La City porteña como un vampiro feliz por sus calles, cafés,  parques, librerías, como un Cronopio literalmente condenado a muerte. Un último viaje. Se cierra el círculo. Vuelta al origen y partir, con la frente marchita. No se había ido nunca en verdad, ni se iría, sino  se había estacionado un poco más allá, en París. Fue un lío para muchos, escritores y políticos, polemistas de paso, vocalistas, pleitistas de oficio,  comprender que pertenecía a América  latina, él y su literatura. A pesar de ser un escritor de cuentos fantásticos, un ficcionador en el gran sentido borgeano de la palabra, claro, Rayuela fue todo, Cortázar dejó que su literatura, palabra,  se contaminaran cada vez más con la supuesta realidad palpable. No creía en la literatura de quirófano, dijo en su famosa conferencia en Nueva York: Realidad y Literatura en América latina.
    Allí dijo además que la literatura del Cono Sur oscilaba entre el exilio y el silencio forzoso, entre la distancia y la muerte. La literatura de aquí y de allá, la literatura. Decían que pontificaba desde Europa, con su Rayuela, y un abcedario no latinoamericano. Abro al azar mi ejemplar de Rayuela, como recomienda la cábala y leo: “Lo propio del sofista, según Aristófanes, es inventar razones nuevas. Procuremos inventar pasiones nuevas, o reproducir las viejas con pareja intensidad. Es una cita de Lezama Lima, que Cortázar toma  y hace suya.  La verdadera creencia está en la superstición y el libertinaje.
    El lenguaje era una ciénaga pantanosa en los setenta y 80 y unos cuantos carniceros organizaban sus presas en el gran matadero del Cono Sur. Las reses tenían dos pies y una cabeza colgando del hilo de la muerte.
    Pero no, Julio era  un Cronopio al margen de lo oficial, ridículo, decadente, de la mediocridad, alejado de la banalidad, de la literatura escaparate, del escritor vitrina, del oscuro tintero de la historia patria circunstancial, del país guardián de la muerte. Nunca se fue. Daba largos trancos por Buenos Aires como si quisiera abarcar toda la ciudad, - la cordillera, el mar, los ríos, lo que nunca se olvida, ni se pierde, - y dejar la huella de su suela, la marca de su Rayuela. Así que esta es Buenos Aires, decía, 37 años no son nada. De BAires a Marsella, París. El joven profesor, devenido en traductor, escritor a tiempo completo en París, Londres, La Habana, Managua o en los aviones. Su misa será latinoamericana, el compromiso. Nunca abandonará la atmósfera de libertad con que trabajó su obra, vivió y se relacionó con su tiempo. Sencillamente original, originalmente sencillo. Un escritor verdadero como Cortázar, de fantasía real, - vino de fábrica su mundo fantástico-, no abandonaría sus orígenes, la tierra natal, las raíces, su profunda argentinidad, devenida en lo latinoamericano esencial, universal.
    Julio Cortázar le puso alas propias, auténticas, al escritor de Nuestra América, su realidad real fue el compromiso con la literatura, el hombre, Latinoamérica, la que “adoptó” con generosidad, profundidad, firmeza, lealtad, pasión, entrega, con la misma verticalidad que Mafalda odiaba la sopa, amó su ancha tierra americana.
    En su literatura está el aliento de Edgar Alan Poe y F. Kafka. Su manera de traducir la intraducible realidad, la fantástica manera de ver el mundo. Curiosamente cada día se aisló menos de la realidad, sobre todo de la esencialmente porteña y latinoamericana, porque decía Buenos Aires y era nombrar a América latina.
    En su literatura está esa libertad infantil, inclasificable, mágica, soñada, está, en definitiva, el placer del terror, de lo insospechado.
    Tan alto creció Julio, pero no se mareó con y en las alturas de su fama. Su piso estaba firme, aunque parecía una larga escalera sin fin, en su lento aparente caminar. Los pájaros más raros y exóticos anidaban en sus hombros, cabeza, ideas, se disparaba con sus Cronopios por el mundo. Eso nos hacía creer, sin querer, tal vez queriendo, la imaginación es una cosa rara. Por el camino va añadiendo nuevas realidades, esas que parecen y que son y viceversa. De niño supo que la película no era en blanco y negro, tenía matices. Detrás del detrás, la superficie que puede ser cóncava, redonda, por donde miramos un calidoscopio. estaba parado en la esquina de Córdoba y Leandro.
    Su mano a mano siempre fue con la libertad. Caminó profundo, dejó sus huellas, más que una señal, en tiempos difíciles, los setenta y ochenta. Intelectual transparente y generoso, esa es una herencia de un primera clase, no de París, sino de su Banfield amado, su tierra de la infancia, las calles y quioscos de sus esquinas. Estaba parado en la esquina de Córdoba y Leandro Alem, un día Cortázar, esperando para leer el diario. O en Maipú y Viamonte, donde tenía un amigo diarero. Era real. Un transeúnte normal.  Sencillo.  En Ámsterdam, un día de lluvia, vio la película Blow Up, que Antonioni hizo sobre su cuento.  Una persona descomplicada. Cuenta que 15 días le bastaron de Nueva York para saber lo deshumanizada que era y otros 4 whiskys en el avión para celebrar su partida y viaje a París. Fue un hombre franco, confesional, generoso con los escritores, especialmente los principiantes. Un gigante en la ternura, sin duda.


En Ámsterdam vio


    En su último viaje a Buenos Aires, una Remington le esperaba en cada esquina de Buenos Aires, donde nunca hubo adiós, ni aún ahora en su obligada despedida... y escribía letras de  tango, un poema, un relato de ficción, dependiendo de la zona... una carta a un amigo. Se sentaba en una  esquina sin nombre, recuerdo, lo veo, con  un largo cuaderno de poesía cerrando los ojos y apuntando con su dedo un verso, que le llevará a la calle siguiente  e iluminará el futuro que es azar permanente en presente. Che, un café en el Richmond de Florida. Un pie largo en París y otro en Baires: sólo las dos fechas: 26 de Agosto de 1914- 12 de febrero de 1984.  Pero  es inútil retener todos los instantes, inclusive el más perdurable, siempre, lo efímero, como un gato de siete vidas, se fuga, se va. París, la R arrastrada, los años setenta, la Guerra Fría, los desaparecidos, los fantasmas, Julio, Julio entra  al Luna Park y le levantan la mano, ¿cuál? : la izquierda, pero ha vencido.

CARTA cerrada en un día de lluvia

   Las fechas no reemplazan el nacimiento ni la muerte. Somos, el sucede. Un punto de llegada y partida. El andén hacia uno y otro lado. Entre ambos, se desplaza una locomotora personal, íntima. Rieles para los días y noches. Ruido, paisaje, gente, el amor, unos cuantos libros, las dudas y un espacio intermedio para la aventura. Es, lo que hago, la descripción de un escenario corriente, el tiempo previsible que todo lo arrastra, imaginado quizás, sólo  lo posible. Para levantar un muro suspendido o un andamio, se requiere una base en la tierra. Cielo arriba, pies abajo.
   Julio, estamos en agosto, lejos de todo, en sus 90, con jazz y tangos, y unos presagios que usted intuyó y llamó caminos equivocados. Dijo, que viajábamos, quiso decir, palabras más o menos, que Occidente se había subido a la limosina de la muerte. Un lujo, caro. En eso andamos, en la senda al revés y  a sabiendas. Pies de precipicio, sueños de abismos, qué tontera estos tiempos banales, miserables, de lobos descarriados bajo la tutoría de ovejas con piel de lobos.
   Julio, la realidad, un espejismo, lo fantástico, una realidad, el tiempo no existe, estamos atados al instante y todo se borra de un manotazo. El azar apunta un dedo de goma al ojo y se ríe cuando  se dobla. Tiempos genuflexos. La tiranía del más estúpido. Mambrú se fue a la guerra, Julio, y no va a regresar. Nos hemos quedado sin el Carolin cacao, leo, lao. Hace rato que Adelita se fue con otro.
   ¿Es un soldado de Dios el que convierte la cruz en muerte? Tiempos de terror, las brujas se quedan sin escobas, los hechos son los escombros que acumulan los grandes editorialistas en el Hudson, detrás del Sena, en las riberas del Potomac, del Mapocho ensangrentado o en el Río de La Plata, vacío metafísco de Buenos Aires. El Nilo se niega a morir, pero es un hilo negro de sudores viejos. El Tigris y El Eufrates son ríos de sangre.
   Julio, la literatura hoy no descansa ni siquiera en paz, es una oficinista que se esmalta sus uñas para engañar a su jefe con el mejor de sus amigos, porque le comenta lo último que sucedió en la Bolsa y como llegó al hoyo 18 con certera frialdad de golfista consumado. Ahí se reúnen las famas a soñar con sus cajas registradoras,  a untar sus narices  en sus eunucos ídolos, hablan de sus fantasmas frente al televisor, la escudilla nocturna, los días de caza sobre la inocente presa. Bastardos de imaginación, tronchados héroes de una guerra inventada.
   Julio, este es tu día, hace 90 años en Bruselas, y pudo ser el Puerto de Palos, donde salieron las tres carabelas, en una grandiosa dirección equivocada. Eran otros tiempos. Pero fue Banfield el verdadero origen, y la palabra, el compromiso. Cortázar aquí en el trópico llueve, se moja hasta el alma de las palabras, y  sé que nos sonríes, digo que lo escrito es un viaje a capella de un mochilero que va juntando pequeñas estrellas, simples guijarros a la vereda del camino, un peldaño, la primavera, otro, el invierno, el siguiente el otoño y llega el verano sin escalera.  Un escritor verdadero deja sus libros, pero usted Julio, tuvo el coraje, las agallas, de pronunciarse en su momento, y con su figura de Quijote  nos acompañó con su viva presencia, además  de la palabra nueva, inédita, refrescante, alzada en la silenciosa copa de la noche triunfante.

 

Rolando Gabrielli

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