Otra prueba palmaria de que todo en la naturaleza marcha a los tumbos, de la manera más grosera, sin dios protector alguno, lo tenemos en las relaciones interespecíficas de los vegetales.
Quien observa superficialmente la flora extendida por todo el planeta, puede quedar maravillado del mundo verde con su follaje, sus diversos tonos, su porte, sus infinitamente variadas y bellas flores, sus aromas e incluso sus “ingeniosos” mecanismos de reproducción, en el cual intervienen las bellas mariposas de bellos colores y algunos pajaritos como el vistoso picaflor.
También dignas de admiración, son las virtudes curativas de múltiples vegetales, sobre las que se basó la medicina antigua, algunas de cuyas recetas aún hoy figuran en la farmacopea.
El hombre, en general, adora el mundo verde, y el ansia a veces inconsciente de regreso hacia la naturaleza por parte del habitante de las grandes urbes, se puede apreciar en los balcones de las ciudades repletos de macetas con flores y plantas colgantes que adornan el cemento, y también en el afán por las excursiones campestres.
Es que el mundo vegetal ofrece paz, tranquilidad y alegría. Es lo que añora nuestra especie que antaño en los tiempos primitivos vivía en contacto íntimo con la naturaleza.
El mundo vegetal carece de agresividad, del apuro que atormenta a los animales hambrientos y al hombre.
Parece ser un silencioso mundo de paz, armonía y lentitud que obra como sedante para el hombre cansado o tenso de tanto trajín ciudadano.
Pero, ¿es realmente así?
Indudablemente que la lentitud y el silencio, constituyen auténticas realidades del mundo verde, pero, ¿es cierto que allí reina la armonía y la paz?
Si filmamos todo el acontecer vegetal en largos intervalos con una cámara automática especial, para luego proyectar las secuencias tal como se hace con el fin de conocer en forma acelerada la germinación y el crecimiento de una planta, o el desarrollo de una flor desde el pimpollo hasta la apertura de los pétalos, observaremos un panorama que dista mucho de ofrecer la armonía y el pacifismo supuestos.
Con la actual técnica, la película se puede proyectar a una velocidad tal, que los lentos movimientos de los vegetales se transformen en ultrarrápidos pareciéndose entonces a las violentas contracciones y extensiones musculares de los animales depredadores.
Entonces veríamos cómo una planta trepadora invade violentamente un árbol quitándole la vital luz solar para fabricar su clorofila. Lo que “desea” es sobrevivir, nada más.
En realidad, la trepadora no busca, ni desea, ni necesita nada en sentido psíquico o intencional, porque se trata de un proceso físico automático, tan mecánico que es reductible a puras fórmulas físicas, a puras ecuaciones matemáticas. Nada sobrenatural existe en el desarrollo vegetal Pero para el que el hombre entienda, es menester emplear su propio lenguaje. Se hace necesario “seguirle la corriente” acerca de su interpretación del mundo que lo rodea y hay que hablar como si el vegetal pensara y tuviese voluntad.
El vegetal, dijimos que busca luz, vital energía solar en forma de fotones para elaborar azúcares y almidón, de cuyos hidratos de carbono obtiene la energía para continuar acreciendo y reproduciéndose.
Pero resulta que, “no parece importarle la vida de los demás vegetales porque en muchos casos el árbol estrato o vegetal de sostén, se seca irremisiblemente al ser prácticamente tapizado por el bejuco invasor.
¿Existe entonces alguna diferencia con lo que ocurre entre la fauna por razones de supervivencia?
Si continuamos observando la película, podremos ver cuadros como este: una liana se abraza a un tronco arbóreo Da vueltas a su alrededor y trepa hasta alcanzar su copa, pedo no logra asfixiar a la planta que le sirve de asidero, porque se extiende hacia las copas de otros árboles Sin embargo, la liana abrazada al tronco se comporta como un grueso cable de acero que estrangula a su víctima.
Mientras que el árbol sostén crece engrosando su tronco, el tallo leñoso del bejuco se hinca en la corteza hasta terminar por matar a su huésped.
Existen en gran número especies vegetales “estranguladoras de árboles”. (Véase, por ejemplo, de R. H. Francé: La maravillosa vida de las plantas, Barcelona, Labor). Sin ir más lejos, la conocida hiedra que adorna los jardines, puede llegar a ser un peligroso enemigo del árbol al que abraza; lo mismo que la higuera de Bengala. (Véase de George L. Clarke: Elementos de ecología; Barcelona, Omega).
Son innumerables las especies vegetales invasoras como la gramilla que diezma a otras especies.
Los hongos, si bien existen algunos beneficiosos como los que tapizan las raíces de ciertas plantas y las benefician por facilitarles la absorción de humedad, en general son enemigos vegetales de otros vegetales, como por ejemplo el oídio de la vid.
Plantas de gran porte, matan en virtud de su crecimiento y fronda a las plantas de menor talla que antes proliferaban en ciertos terrenos.
Otras parasitan, enferman, deforman, destruyen.
La ley de la selva no queda limitada a la vida animal; se encuentra vigente también en el reino vegetal y no sólo en las relaciones intervegetales. Las plantas insectívoras, verdaderas trampas de la naturaleza hablan poco y nada sobre el pacifismo del reino vegetal. La drosera, la nepentes y otras formas que poseen engañosos mecanismos de supervivencia, no condicen con un cierto “Creador” ético, perfecto a carta cabal. Más bien parecen pertenecer a cierto plan de un pícaro hacedor de artimañas, que a un cierto dios creador suma perfección.
La “pasiva agresividad” del reino vegetal, se pone de manifiesto en las plantas espinosas y venenosas. ¡Cuántos seres vivos, animales y humanos han sido víctimas de los vegetales tóxicos! Al punto que, si un creyente se preguntara: ¿para qué demonios el creador inventó sus espinas y toda clase de tóxicos mortales para los animales, incluido el hombre? creo que no puede haber respuesta favorable para este señor a quien no le importan bebés, niños, ancianos, ni… todos los seres buenos de este nuestro muchas veces maldito planeta. Si bien no se trata de una agresión activa directa, los vegetales se constituyen con sus espinas en verdaderas trampas punzantes, cuyas consecuencias para el animal pueden ser el dolor, la infección o la ceguera y la muerte. Y ¡ni hablemos de los tóxicos!
Los que observamos atentamente la naturaleza comprobamos que las plantas, como los animales, también luchan constantemente entre sí, ya se por la luz, por el alimento, por la humedad y, en semejanza con el hombre: por el territorio.
Cada especie, vegetal o animal, se acomoda al ecosistema como puede… o sucumbe Nada garantiza nada en este escabroso mundo.
Mientras unas especies empujadas, dominadas y asfixiadas por otras se extinguen, otras nuevas se incorporan a la azarosa aventura de la vida planetaria sin garantía alguna de supervivencia.
Se puede decir que, la naturaleza es oportunista. A nadie le importa la extinción de especies enteras, ni que determinada especie sea invadida “asfixiada”, estrangulada, robado su sustento del suelo donde arraiga, sustraída su humedad imprescindible, quitados los vitales rayos solares o atacada por otro vegetal parásito.
El equilibrio biológico perfecto no existe, y en el reino vegetal tampoco es posible vislumbrar la mano de algún dios perfecto, por la sencilla razón de que la florifauna debería ser armónica y solidaria en su totalidad y no lo es.
Corolario: las imperfecciones de este mundo hablan a las claras que ninguna clase de dios creador (puro amor por sus criaturas) existe. ¡No puede existir ante este calamitoso mundo animal y vegetal, sin descartar el geológico con sus catástrofes y otros horrores sin fin!
Ladislao Vadas