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CRÓNICA DEL FINAL DE LA INJUSTICIA
CRÓNICA DEL FINAL DE LA INJUSTICIA

Las manecillas del reloj arañaban las 18:20, y las tres sillas vacías que ocuparían los titulares del Tribunal Oral N° 3, eran toda una postal que resumía la tensa espera. Instantes antes había trascendido que los jueces federales Gerardo Larrambebere, Miguel Pons y Guillermo Gordo se encontraban reunidos en el 7° piso dándole los últimos toques al veredicto.

 

Por fin, a las 18:27 la voz del maestro de ceremonias instaba a la concurrencia a ponerse de pie para dar inicio a la lectura de la sentencia. Un minuto después, tomó la posta el juez Miguel Pons, quien abrió el fuego: “El tribunal por unanimidad resuelve: 1°- Declarar nulo el decreto del 31 de octubre de 1995, obrante a fojas 37557-37559, por el que se dispuso instruir la denominada causa Brigadas, y de todo lo actuado en consecuencia respecto de las personas por las que se formuló requerimiento elevación a juicio, artículos 18 inciso 25 de la Constitución Nacional, 22 segundo párrafo de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, 10 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, 8 punto 1 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, 14 punto 1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, 167 inciso 3°, 168 y 172 del Código Procesal Penal de la Nación, 2°- Absolver de culpa y cargo a Carlos Alberto Telleldín de las demás condiciones personales obrantes en el exordio, en orden a los delitos de homicidio calificado, lesiones gravísimas, graves y leves agravadas, daños múltiples y adulteración de documento público destinados a acreditar la identidad de las personas, sin costas y en consecuencia ordenar su libertad, la que no hará efectiva por cuanto deberá permanecer detenido a disposición del Juzgado de Instrucción N° 3 del Departamento Judicial de Morón en la causa N° 9-50651-3, artículo 402 del Código Procesal Penal de la Nación”.

Semejante batacazo, volvió aún más denso el silencio en la sala. Y no era para menos, puesto que El Enano, consagrado por la semiplena prueba de la participación persa como proveedor de la Traffic virtual bicolor, quedaba impoluto en la causa AMIA.

Sin levantar siquiera su cabeza, interrumpiendo su alocución monocorde para sorber un trago de agua, Pons siguió con su lectura:3°- Absolver de culpa y cargo a Juan José Ribelli, de las demás condiciones obrantes en el exordio, en orden a los delitos de homicidio calificado, lesiones gravísimas, graves y leves agravadas, daños múltiples, privación ilegal de la libertad agravada y extorsión, ambos en grado de tentativa, falso testimonio agravado, secuestro extorsivo, asociación ilícita, sin costas y en consecuencia ordenar su libertad, la que no se hará efectiva por cuanto deberá permanecer detenido a disposición de este Tribunal en la causa 503/3, Departamento Judicial de La Plata, en la causa N° 10/335, artículo 402 del Código Procesal  Penal de la Nación.”

De esta forma, el Lobo Ribelli, aquel delfín del mandamás Pedro Klodzyck de la mejor policía del mundo, sintió cómo la acusación de Juan José Galeano de ser el cabecilla de la conexión local, caía a sus pies.

Sin demostrar emoción humana alguna, prosiguió Pons con su fría cantinela judicial anunciando que el imputado Raúl Ibarra era “era absuelto de culpa y cargo” pero que debería permanecer detenido por la misma causa que su colega Ribelli.

Eran poco más de las 18:35, y los concurrentes eran testigos de cómo el resto de los 18 implicados recuperaban su libertad y el controvertido caso de la voladura de la mutual judía entraba en fojas cero.

Pero la cuestión no se detendría allí, puesto que aún quedaban muchas cuestiones que desmenuzar. Asimismo, se declaraba nula el acta 224 que remitía el hallazgo del supuesto motor de la camioneta del Enano, por parte de bomberos de la Federal, siendo sospechados de haberlo plantado para instalar la espuria teoría del atentado con musulmán suicida. También se anuló el allanamiento de la casa de Telleldín, y su posterior indagatoria del 5 de julio de 1996; dando pie para investigar al mencionado Galeano y a sus laderos Mullen y Barbaccia, sospechosos de cometer los delitos de falsedad ideológica, destrucción de videocintas y avalar la privación ilegítima de la libertad y torturas de César Fernández por parte de una runfla de la SIDE y la Bonaerense.

Pero la mira del TOF3 siguió moviéndose, y se posó en las frentes de Carlos Corach y Hugo Anzorreguy, nexos entre el polideportivo de Olivos y Comodoro Py. Particularmente, la repartición de inteligencia dirigida por éste último fue acusada de efectuar escuchas telefónicas ilegales en las embajadas de Irán y Cuba.

El hacha rebanadora seguía su curso, buscando las cabezas de los integrantes de la Comisión Bicameral Especial de Seguimiento de la Investigación de los Atentados pues se cuestionó la actitud tomada por Carlos Soria, César Arias y Carlos Alvarez, acusados de efectuar una inaceptable negociación entre el juez instructor y uno de los imputados.

A las 19:05 un aplauso cerrado indicaba que una fase de la causa AMIA era kaputt, y en muchas caras, la satisfacción bullía a flor de piel mientras que en otros rostros la desazón las volvía caretas.

 

Tragados por la noche

Afuera, un enjambre de movileros y cronistas aguardaba abalanzarse sobre los protagonistas del juicio recién terminado. Como buitres, los rondaban buscando alguna primicia, algo con que alimentar a un público incrédulo y ávido de sensaciones fuertes. “Esto es un éxito enorme. Hemos asistido al derrumbe de una gran mentira, pues se ha terminado de probar que si hubo conexión local no era esta”, aseguró el letrado de Ribelli, Juan José Rubiera. Demudada, mirando cuidadosamente el piso para no tropezar con los cables de las cámaras, Marta Nercellas, también seriamente cuestionada -y para colmo investigada por mal desempeño-, sentía que la engullía la oscuridad. Detrás de ella, un vociferante abogado le espetaba “Nercellas, ¿qué vas a decir ahora que se cayó tu gran mentira?”.  A un costado, su amigo Ávila musitaba: “Ni se probó la existencia del coche bomba. Se cayó todo, no ha quedado nada, nada.”.

El frío comenzaba a apretar, y el viento del río cimbreaba alrededor de la marea periodística que intentaba explicar el desenlace ocurrido en el interior del ex edificio de Ferrocarriles Argentinos. Aunque se incomodaron un poco por la fresca, no llegaron a percibir otro hálito que fuera más denso.

Tal era una bocanada de aire fresco, emanada por el recuerdo de las 85 víctimas de la masacre de la calle Pasteur, que desde hace una década aguardaban esta oscura noche de justicia.

 

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