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El hombre no es el súmmum de la perfección ni el tope de la evolución

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MOTIVOS INCÓMODOS, PERO MOTIVOS AL FIN
MOTIVOS INCÓMODOS, PERO MOTIVOS AL FIN

Se suele decir con firme convicción, que el hombre es el más perfecto de los seres de la Tierra.

 

 Esto por lo menos, en lo que toca a su físico, pues sabemos que desde el punto de vista psíquico adolece de múltiples defectos, (a la par de sus virtudes).

 Sin embargo, si ahondamos un poco en las posibilidades biológicas que encierra nuestro planeta para la obtención de un ser mucho más perfecto que el hombre, nos daremos cuenta de que no es el más perfecto concebible. Incluso —también somáticamente— es inferior en muchos aspectos a otros seres que lo rodean en la Tierra.

 En primer lugar, es dable señalar que uno de los principales obstáculos que presenta la arquitectura humana y su consistencia, es la rigidez de sus piezas de sostén. En efecto, su esqueleto óseo es totalmente inadecuado para un ambiente como el terráqueo. La propensión hacia las fracturas es un problema que conllevan desde hace millones de años los vertebrados terrestres y voladores. Tan solo los vertebrados acuáticos poseen ciertas ventajas, sobre todo en lo que atañe a la fuerza gravitatoria compensada por un medio más denso que el aire como es el agua. Ellos no pueden caer bruscamente y estrellarse contra el fondo. En cambio, ¡cuántas caídas fatales! ¡Cuántas roturas de cráneo, brazos, piernas, columna vertebral y costillas, han sufrido los vertebrados terrestres por causa de la terrible fuerza gravitatoria que los atrae fatalmente hacia el centro de la Tierra y por la poca densidad del océano de aire en que se mueven!

 Este tipo de sostén, el esqueleto óseo, es un verdadero error de la naturaleza que comparte el hombre con el resto de la fauna vertebrada terrestre. El blando pulpo, la escurridiza babosa y la vivaz lombriz, por ejemplo, poseen por cierto mejores ventajas en el ambiente telúrico. También los insectos, gracias a su pequeñez.

 El hombre es excesivamente pesado para el ambiente terráqueo donde vive. Pesado y torpe. Si fuéramos como insectos, incluso con su esqueleto exterior quitinoso, seguramente hubiésemos tenido más éxito en la Tierra. Y sobre todo como insectos alados y también anfibios.

 Ciertamente que, los insectos dominan el mundo. Observemos un ditisco (escarabajo acuático) o una chinche de agua (Género Letocerus) cómo revolotean de noche, caminan sobre tierra cuando quieren y nadan en las aguas con suma facilidad, subiendo y bajando para respirar oxígeno atmosférico, y en busca de alimento.

 Nuestro cerebro, por supuesto que no entraría en la cabeza de un insecto, pero… ¿es realmente necesaria una masa cerebral tan voluminosa para contener nuestro intelecto? ¿No es posible acaso, una miniaturización natural de nuestro seso?

 Recordemos lo que ha logrado la técnica humana en materia de miniaturización en el campo electrónico.

 O bien nuestro planeta debiera poseer menor atracción gravitatoria, o contener una atmósfera más densa o líquida, o bien nosotros debiéramos ser acuáticos como el delfín, o etéreos pero del tamaño de una abeja pero con alas cortadas sin posibilidad de hacerse daño.

 Proporcionalmente, a esa misma distancia equivalente nosotros quedaríamos rehechos.

 Incluso las aves superan con creces nuestras capacidades físicas frente al medio. Sobre todo aquellas que dominan los tres ambientes: terrestre, acuático y aéreo.

 Existen muchos animales, como el lince y las águilas, que superan con gran ventaja nuestra visión. Carecemos del sentido del radar de los murciélagos, del olfato y audición del perro, de la visión de la abeja que ve con los rayos ultravioleta y de la capacidad de las serpientes crotálidas para detectar el calor emitido por los animales de sangre caliente gracias a órganos esenciales que poseen delante de los ojos.

 Estos son sólo escasos ejemplos entre innumerables casos.

 Un defecto que nos causa grandes incomodidades en nuestro desenvolvimiento ambiental, son nuestras torpes articulaciones que limitan nuestros movimientos.

 Si bien gracias a la inteligencia y nuestras manos hemos construido la civilización, ¿qué no podríamos hacer si poseyéramos tres pares de doblegables brazos terminados en múltiples filamentos flexibles en todo sentido, a modo de prácticos Brazos y dedos inarticulados capaces de amoldarse o acomodarse a los objetos más complicados en su estructura? Verdaderamente podríamos crear maravillas de delicadeza extrema mucho mayor que las actuales, productos del torpe Homo sapiens.

 Otro craso error de la naturaleza al conformarnos tales como somos, ha sido la ubicación de un órgano tan vital como es nuestro cerebro, en la zona más alta de nuestro cuerpo siendo vulnerable a toda clase de accidentes. (Realmente: el dios creado idealmente por el Homo sapiens místico, ha sido y es a todas luces un verdadero chapucero como creador, y esto va como un flechazo contra la pseudociencia teológica). Una caída de nuca, el golpe de una rama o de una piedra pueden ser suficientes para terminar con nosotros.

 La cabeza expuesta al sol, nos puede provocar insolación. El enemigo puede decapitarnos quitándonos todo lo que somos en la vida, en lugar de cercenar tan sólo un brazo, una pierna, u otro apéndice regenerativo, según un modelo viviente más efectivo frente al ambiente agresivo que podría estar ocupando el lugar de la cabeza si fuéramos diferentes y más perfectos.

 Y a propósito de enemigos. ¡Cuántos seres humanos han sido asesinados por la espalda por no poseer al menos un ojo suplementario en la nuca!

 La visión frontal puede ser muy ventajosa como se dice, pero podría estar complementada por una visión en la nuca, o hallarse el cuerpo provisto de una corona de ojos, o poseer ojos polifacéticos y globulosos como los tienen los insectos, o todo el cuerpo revestido de células de la visión.

 Un ser con arquitectura y capacidad más ideal para el ambiente físico biológico de nuestro planeta, sería un blando organismo alado, con el cerebro protegido en las partes más profundas y centrales, a su vez provisto de varios pares de tentáculos movibles en todo sentido como los poseen pulpos y calamares, al mismo tiempo que desprovisto de cutícula dura externa o esqueleto rígido interno. En todo caso, sostenido por un endoesqueleto cartilaginoso y provisto de una cutícula elástica como una goma que revistiera una cavidad conteniendo líquido. Algo semejante al habitáculo acuoso en donde se desarrolla el feto humano. El lugar del feto lo ocuparía el delicado cerebro y otros órganos vitales.

 Muy feos pareceríamos entonces para nuestro sentido humano de la belleza, empero como la belleza es una elaboración puramente mental, (para un perro, por ejemplo, le da lo mismo que lo atienda una dama bonita que una viejecita toda arrugada) seríamos en aquel caso seres realmente bellos para nosotros mismos. En efecto. Si analizamos objetivamente nuestro cuerpo, realizando un esfuerzo para escabullirnos de nuestra subjetividad que nos hace apreciar como bellos, notaríamos que con respecto a otros animales más proporcionados, como el gato, por ejemplo, somos desgarbados y desproporcionados.

 Nuestras extremadamente desproporcionadas extremidades inferiores articuladas rematadas en un feo talón; un largo pie con atrofiados dedos; nuestra prominente nariz; nuestras salientes y antiestéticas orejas y nuestra zona glútea hendida, todo esto y muchos otros detalles más, hacen que no seamos tan estéticos como creemos serlo. Es sólo nuestra mente y por razones de supervivencia, la que nos hace ver estéticos.

 Además, si aun de acuerdo con nuestro patrón ideal de belleza física, absolutamente todos los terráqueos fuésemos bellos, de armoniosas proporciones, entonces realmente podría sospecharse de la existencia de un supremo artista estético, pero el observar en un viaje por el globo a seres humanos esmirriados, feos desproporcionados, insignificantes, etc., contradice lo anterior.

 Otro detalle que nos interioriza sobremanera con respecto a algunos animales que paradójicamente ocupan escalas bajas de la evolución de las especies, es nuestra mengua en la capacidad regenerativa de los tejidos, tanto en los órganos internos como de las extremidades.

 Los lagartos y lagartijas, por ejemplo, pueden regenerar su extremidad caudal; los cangrejos, sus extremidades ambulatorias y las que sostienen las pinzas; muchos animales inferiores seccionados en varias partes pueden regenerar el cuerpo completo a partir de un fragmento, como es el caso de las planarias (turbelarios). Las estrellas de mar pueden también regenerar un individuo completo a partir de uno solo de sus brazos. Los anfibios vuelven a formar extremidades y colas amputadas. En algunos animales incluso el mismo órgano puede regenerarse varias veces después de sucesivas amputaciones, sin que se note una disminución de esta capacidad.

 En cambio, nosotros los humanos que tanto nos vanagloriamos de ser, nada más ni nada menos, que ¡una creación perfecta por parte de un creador perfecto, apenas podemos regenerar algunos tejidos como nuestra piel!

 En resumen, el ser más perfecto de la Tierra sería aquel que se hallara equipado naturalmente para dominar los tres ambientes telúricos más necesarios, a saber el acuático, el terrestre y el aéreo, con el agregado de la suprainteligencia con respecto al resto de la fauna.

 Este ser alado, por mi propuesto, provisto de múltiples extremidades flexibles, blando, inmune a los golpes, capaz de adquirir en el aire líneas aerodinámicas y en el ambiente acuático líneas pisciformes (aún ante las risotadas de mis posibles lectores), dista abismalmente de este modelo antrópico que somos.

 En cuanto al supuesto que la mayoría sostiene en el sentido de que somos el tope de la evolución de las especies vivientes; que ocupamos el vértice de la pirámide que representa la supuesta creación sin más posibilidades, ¡es un mito!

 El hombre no es nada definitivo, acabado, “hecho” así como es para siempre, por el contrario, es un proceso en marcha; la Humanidad toda es un proceso físico, químico, biológico, psíquico, sin término en el campo de las posibilidades biológicas. La transformación evolutiva que produjo al hombre actual, no se ha detenido. Este continúa transformándose, aunque para si mismo en forma imperceptible. El hombre actual difiere poco y nada del hombre de hace 4000 años, pero lo será marcadamente del que existirá dentro de un millón de años si es que no se extingue la Humanidad por causa de algún accidente en el nivel cósmico o tecnológico.

 Las mutaciones son continuas, y en la actualidad nos estamos viendo nosotros mismos como en una fotografía, como detenidos en el tiempo biológico, pero indudablemente no seremos así como somos, con nuestra figura ni mentalidad actual, dentro de varios cientos de miles de años (si llegamos).

 Pero lo más probable, es que el hombre autoevolucione en virtud de su tecnología, cuando sepa manejar sus mapas genéticos (ADN) a voluntad, acelerando de este modo su perfeccionamiento físico y mental, hasta lograr equipararse a aquellos teóricos seres posibles, suprainteligentes pobladores de otras galaxias, y esto no es de ningún modo ciencia ficción.

 Ahora bien, si el hombre, ni física, ni mentalmente es el súmmum de la perfección; y si tampoco se trata de un corolario de la supuesta creación, ningún ser definitivo creado ipso facto o mediante evolución, sino un ser en transición hacia otra cosa muy diferente, entonces mal podemos hablar de una creación “a imagen y semejanza” de una deidad suma perfección, pues si así fuera, esa deidad sería el súmmum de la perfección como lo quiere la pseudociencia teológica, y sabemos a ciencia cierta ¡que no lo es ni por asomo!

 Si la imagen y semejanza se entendiera como alusión exclusiva a lo corpóreo, entonces ese supuesto dios creador tendría la figura de un ser burdo, pura adaptación a un ambiente físico biológico particular de un planeta entre tantos. Si por el contrario tomamos el sentido de la frase como referente al intelecto, nos hallamos ante un supuesto creador provisto de toda especie de cualidades menospreciables que hacen muy poco honor a un ser perfecto tales como la iracundia, la venganza, los celos, la terquedad, la envidia, la presunción y otras que nacen espontánea e inconscientemente en la mente humana, aun en la de los inocentes niños, todas transmitidas cual “semejanza” a sus criaturas.

 Por supuesto que si el ser humano fuese, en su aspecto moral, realmente la imagen y semejanza de un hacedor identificado como un dechado de virtudes, entonces, lejos de todo tonto mito de cierta “caída en un Paraíso Terrenal, todo párvulo aún no contaminado con los malos ejemplos, debería ser como un ángel sin picardía ni tendencia malsana alguna, cosa que desmiente la realidad, pues la naturaleza innata de los niños debe ser constantemente corregida por los mayores.

 Si por último nos aferramos a la especulación de que ese dios irá perfeccionando su inacabada obra, a su hombre, nos hallaríamos ante un creador débil que necesita demasiado tiempo para perfeccionar su creación basada en errores y sufrimientos de sus criaturas.

 Para finalizar, sólo nos queda, a los racionalistas, la certeza de que ningún dios creador suma bondad y eficiencia puede existir, y que la teología es una pseudociencia que va de tropiezo en tropiezo al insistir en que se trata de una auténtica ciencia.

 

 Ladislao Vadas

 

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  1. Totalmente de acuerdo Ladislao! Stephen Jay Gould (paleontólogo, biólogo evolutivo) decía: "Me temo que Homo sapiens es 'una cosa pequeña' en un Universo enorme, un acontecimiento evolutivo ferozmente improbable, claramente situado dentro de los dominios de la contingencia. Hágase de esta conclusión lo que se quiera. Algunos encuentran esta perspectiva deprimente; yo siempre la he considerado estimulante, y fuente a la vez de libertad y de la consiguiente responsabilidad moral". Que muchos animales superan con creces nuestras capacidades físicas, no hay dudas. Y con respecto a nuestra capacidad cognitiva Jean Chaline (paleontólogo francés especialista en evolución), por ejemplo, explica que: "[...] desde el punto de vista biológico no hay ninguna diferencia de naturaleza entre el hombre y los simios, sino que sólo existe diferencia de grado" [1]. Por otro lado, Temple Grandin (doctorada en Ciencia Animal), explica casos de experimentos en que se enseñaron a palomas a diferenciar entre obras de Picasso y de Monet, el caso de la doctora Irene Pepperberg y Alex (su papagayo gris africano) que alcanzó el nivel cognitivo de un niño normal de entre cuatro y seis años, y también menciona a los perrillos de la pradera cuya capacidad de comunicarse quizá sea superior a la de otros animales con cerebro más complejo, incluidos los primates [2]. También es correcto que el hombre continúa evolucionando. Jean Chaline explica que "la reducción del macizo facial vinculado al desplazamiento del agujero occipital [...] aún no ha terminado. Actualmente, se traduce en una reducción de los premolares que no tienen, en determinados casos, más espacio en el maxilar para aflorar. Los dentistas hacen esta observación a diario. En el mismo contexto, la desaparición progresiva del tercer molar, la llamada "muela de juicio", alcanza en la actualidad el 60% de la población" [3]. Luigi Luca Cavalli Sforza (un genetista italiano, actualmente profesor emérito de la Universidad de Stanford) explica que "en las grandes poblaciones LAS MUTACIONES NO CESAN DE PRODUCIRSE, pero el elevado número de individuos dificulta la manifestación de sus efectos". También puedo citar a Colin Tudge (un biólogo de Inglaterra), quien explica que para ver grandes cambios evolutivos en el ser humano "sería necesaria alguna contingencia ecológica de proporciones cataclísmicas: un descomunal y generalizado desastre nuclear; un episodio de megavolcanismo, aún mayor que el del período pérmico; el impacto de un asteroide [...]; un evento de intensa radiación ultravioleta, causado por la desaparición de la cubierta protectora de ozono en la atmósfera; o, en fin, otro acontecimiento devastador de dimensiones planetarias [...]" [4]. Saludos cordiales! Alejandro. [1] "Del simio al hombre" (1994), Jean Chaline. Pág. 6. [2] "Interpretar a los animales" (2005), Temple Grandin, Catherine Johnson. Páginas 259, 260, 293. [3] Ídem 1, página 164. [4] "El prodigio de la evolución: del simio ancestral al hombre moderno" (2001), Vicente Uribe Uribe. Página 238.

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