La frase de Julio de Vido fue pronunciada en la mayor intimidad: "No sé por qué siempre me echa la culpa a mí... ¡Que se la agarre con el Presidente, que es el que me manda! El decreto 311 lo firmó él". El ministro favorito de Néstor Kirchner se estaba refiriendo, obviamente, a Roberto Lavagna, quien viene despotricando duro y parejo contra los manejos de Planificación en la Unidad Renegociadora de los contratos de las privatizadas, creada por un decreto presidencial que Lavagna intentó revisar. El ministro de Economía, en el otro rincón, reconoce, sin embargo, la veracidad de los dichos de su contrincante: "A De Vido sólo se lo puede acusar de una gestión mediocre; las diferencias son de fondo y tienen que ver con los modos kirchneristas", dicen con audacia en su entorno.
No por nada el miércoles 15 Kirchner y Lavagna se tomaron dos horas para discutir de política y economía. A solas. Hay varios puntos que al ministro no le sientan bien: la dilación exagerada de los acuerdos con las empresas de servicios, mientras se enviaba un proyecto de reforma –"intervencionista", según Lavagna- de los marcos regulatorios al Parlamento, es sólo uno de ellos. Aunque coyunturalmente importante: la presión de los países europeos –sede de los principales inversores en las privatizadas- puede sabotear un eventual acuerdo con los acreedores que Lavagna no ve tan lejano como Kirchner. La movida regulatoria serviría en bandeja argumentos a los extranjeros.
Los planteos del jefe de Economía, en realidad, abarcan discrepancias varias. La subejecución del presupuesto de obra pública, sobre todo en lo que hace a la construcción de viviendas. La desprolijidad e improvisación demostradas en la elaboración del proyecto de creación de Enarsa -la empresa nacional de energía- o de AR-Sat -la compañía mixta de soluciones satelitales-. El abuso de los fondos fiduciarios como método de financiamiento (que crearía una suerte de clientelismo entre empresarios afines) y la salvaje disputa por la multiplicación de "cajas" de financiamiento en las áreas de De Vido y de la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner (según Economía, hubo que recortar más de $ 28.000 millones de pedidos de distintas áreas oficiales que pretendían se incorporaran al Presupuesto 2005).
"No hace falta seguir perturbando el clima de negocios. Hay que cerrar la crisis para reimpulsar la economía y empujar las decisiones de inversión", cree Lavagna. El ministro quizás intuye que al Presidente le conviene un clima de desorden, confrontación y enemistad con los "cucos" internacionales como antídoto contra la caída de la confianza y contra las dificultades que entraña la creación de una Tendencia K en el PJ.
Lo único cierto es que Kirchner se mostró en el mano a mano con Lavagna abierto y realista. Aceptó que había errores y metodologías que corregir de la gestión y le garantizó al ministro un marco de debate y comprensión para sus planteos: "Coincido, la política no debe interferir en la economía", dicen que dijo. Kirchner confesó su obsesión por las tarifas de los servicios y que no desconoce la necesidad del reacomodamiento de precios: "Pero primero tenemos que compensar, aunque sea en parte, la pérdida del poder adquisitivo. No podemos confundir las señales". Le pidió a Lavagna que no retirara sus funcionarios de la Uniren y que disimulara sus prevenciones –"de piel"- contra los métodos de Planificación.
Nunca se sabrá si fueron francos al tratar otros asuntos que están picando alrededor del clásico Lavagna vs. De Vido. Así como Lavagna suele a veces recostarse en la derecha y otras tantas en el "progresismo", para reforzar su propia identidad en el Gobierno, es cierto que en los despachos más próximos al Presidente suelen tejerse periódicas operaciones mediáticas para demostrar que el ministro de Economía hace todo lo que hace para presentarse como candidato a Presidente en el 2007. Para peor, con presunto apoyo del duhaldismo, sector al que Lavagna rendiría fidelidad incondicional. Tratan así de descalificar su diversidad.
Alarma roja
En los últimos días, las usinas del oficialismo llegaron a prender la alarma roja cuando vieron la foto de Lavagna con el presidente de Brasil, Luiz Inacio da Silva, Lula, en Brasilia, y se enteraron del acuerdo que cerró allí con Petrobrás –para que definiera su inversión en el Gasoducto del Sur-, una transacción que De Vido pretendía exhibir como un trofeo propio (ver recuadro). Tal vez sean menudencias del internismo que dramatiza todo lo que no controla. Otras no: voceros de Planificación, por ejemplo, hicieron trascender en los últimos días que un secretario de Estado del área económica fue filmado pidiendo una coima a un empresario; en Economía denuncian exactamente lo contrario y le endilgan el caso a los hábitos incontrolables que se practican en el área de De Vido. Los nombres de ambos funcionarios circulan por todos los pasillos oficiales.
Se trata de una gran pelea de fondo y tiene final abierto. De ella depende, ni más ni menos, la continuidad o no de Roberto Lavagna, el ministro con mejor imagen del Gobierno. Probablemente la crisis tarde en desencadenarse, salvo que prevalezcan en los protagonistas centrales de la discordia –Kirchner y Lavagna- tendencias suicidas que ni uno ni el otro parece tener. La prueba es que el Presidente se allanó a discutir a fondo con su ministro: las diferencias del jefe de Economía exceden largamente las disputas cotidianas –políticas y metodológicas- con su colega De Vido, e impactan en ciertas creencias simplistas del Presidente que –según Lavagna- acomplejan una salida más rápida de la crisis y conspiran contra la estabilidad macroeconómica.
Los asuntos que están en juego no son superficiales y es cierto que lo que Lavagna califica como "gestión mediocre" de De Vido encierra, en realidad, un principio de "obediencia debida" que el ministro de Economía advierte y detesta. Igual, está aún lejos de su límite de tolerancia. Sí se molesta cuando sus planes y sus tiempos se alteran. Es lo que le pasó en estos días. En casi 16 meses de gestión, comprobó, Planificación sólo logró renegociar con un ramal de trenes de carga, conceder algunos accesos viales y firmar acuerdos transitorios con Aguas Argentinas, Telefónica y Telecom, cuando Lavagna siempre había calculado para julio el fin de ese proceso. Incluyendo no sólo la definición de un "sendero" de ajuste tarifario progresivo sino drásticas rescisiones de contratos en los casos de graves incumplimientos. A esta altura, ya no dispondría de argumentos frente a los inversores o acreedores internacionales para semejantes postergaciones: el Gobierno, según él, transmite así una imagen errática, casi caótica, de su gestión. Nadie le saca de la cabeza al ministro que el ordenamiento depende de decisiones y rumbos políticos centrales que sólo puede asumir el Presidente. Este es el punto.
Una de las principales ambiguedades que denuncia Economía es la ejecución simultánea de ortodoxia fiscal con estatismo empresario. La reducción del gasto público, desde la transición duhaldista, llegó hasta un 6% del PBI y ahora orilla el 4%, un esfuerzo valorable aún cuando se haya logrado a costa del congelamiento salarial. El aumento del salario mínimo, el eventual ajuste de las asignaciones familiares y la anunciada rebaja del Impuesto al Cheque, como pretende Economía, pueden considerarse avances realistas en la línea de enmendar los costos –inevitables, tal vez- de la ortodoxia. Cuando Lavagna vuelve a hablar de la necesidad de recrear un "clima de inversiones", apunta a bloquear otros excesos kirchneristas: el reparto de los recursos en función de negocios poco claros como el de Enarsa o la formación de fondos fiduciarios que terminan favoreciendo áreas de negocios reservadas para empresarios afines. Es la otra cara. Ese "estatismo" aparenta desprolijidad, pero, en realidad, termina abultando "cajas" de clara intencionalidad política. Los duhaldistas, por supuesto, salieron también al ruedo para decir que las maniobras de Carlos Kunkel en la provincia de Buenos Aires, aliado con la hermana de Kirchner, consistirían en "denunciar el clientelismo ajeno, pero expandir el propio". Aluden a los fondos que reparten los enviados K en el Conurbano creando, por ejemplo, comedores escolares paralelos o bolsas de comida alternativas a los que sostienen y distribuyen las "manzaneras" de Chiche Duhalde. De Vido, en otro plano, es visto como el recolector de fondos públicos de difícil control e incierto destino en relación a los nuevos negocios que se abren en el país. De hecho, el ministro planificador cuenta con una corte empresaria adicta.
Como se ve, el trasfondo de la disputa planteada en el seno del Gobierno es económica y estratégica y tiene a Kirchner como árbitro absoluto.
Puede ser que Lavagna tenga aspiraciones políticas y, a esta altura del partido, ya no existen dudas sobre su ego, por lo menos en cuanto a capitalizar en el futuro el mérito de haber sacado al país de la peor crisis de su historia. Pero el debate que empuja el ministro, a veces incluso de modo sinuoso y personalista, es vital: si el sistema político actualmente dominante convierte otra vez al Estado en fuente de su propio financiamiento, con distinta coartada discursiva pero con similar lógica perversa a la de otros Gobiernos, o si la sociedad puede confiar en que esta vez sí, como promete Kirchner, puede transitarse un verdadero "cambio de paradigma". Que pase por la formación de capital, la inversión, la productividad y el empleo, justamente el modelo que reivindicó el jueves 16 Paolo Rocca, el mega empresario de Techint, al cumplirse el 50 aniversario de Tenaris Siderca, rodeado y homenajeado por Kirchner y medio gabinete nacional, incluidos Lavagna y De Vido.
En cualquier caso, despunta ese debate central: cajas vs. producción. Y no necesariamente tiene que provocar tensiones o rupturas. Dependerá del Presidente.