Sabemos que nuestro planeta es un conjunto de procesos enlazados, los que a su vez constituyen un proceso general planetario. Como todo proceso, éste tampoco escapa al cambio.
El “momento” que hoy aprovecha la vida instalada sobre su faz, es efímero si lo comparamos con los evos cósmicos. Es un instante en la “vida” del universo. Si comparamos todo el proceso planetario desde su antiguo estado de nebulosa hasta la solidez en su presente, veremos que es demasiado largo el tiempo preparatorio para la instalación de la vida sobre su faz.
Igualmente ocurre con la evolución de los seres vivientes. Ha sido demasiado largo el periodo evolutivo de las especies desde el unicelular hasta el autoclasificado como Homo sapiens, para hablar teológicamente de cierta “creación” como lo hacen los “doctos” teólogos.
Así también la historia de nuestro planeta y de otros astros es demasiado larga para hablar de una creación del mundo por parte de algún hipotético ente tan sabio y poderoso como lo imagina la teología, quien con un “simple soplido” sería capaz de esfumar el mundo entero (según se cree y afirma).
Además, existe otro detalle para añadir a esa falta de celeridad de la supuesta creación. Es la ausencia de un sistema perfecto de reciclaje en el proceso planetario. El globo terráqueo envejece, se dirige como proceso hacia la degradación y pérdida de su atmósfera, humedad, frenado en su rotación, etc. Alguna vez presentará la misma cara al Sol como lo hace nuestra Luna con respecto a la Tierra. Se transformará su superficie en un páramo yermo inhóspito para todas las formas de vida que hoy pululan en ella.
Ciertamente, todo es efímero, incluso la capa de ozono que protege de la radiación ultravioleta a los seres vivientes, desaparecerá alguna vez.
Si todo se tratara de un verdadero mecanismo exacto lanzado al espacio como un aparato de relojería que se diera cuerda a sí mismo, facultado para recomponerse constantemente, sin sufrir deterioro irreversible alguno entonces sí, este nuestro mundo, podría considerarse como el producto perfecto de un hacedor perfecto.
Pero, lamentablemente, desde cuando se trata de un proceso planetario más entre trillones de ellos, con una breve posibilidad de albergar vida, ésta como proceso añadido, entonces se diluye toda idea de un dios sumo, de un artífice insuperable.
Esta idea se pierde, cual mera ilusión, porque ese hipotético ente, deja de ser necesario.
Entre trillones de procesos planetarios ciegos sin dirección ni meta algunas, uno de ellos tuvo que producir la casualidad de la vida durante un “breve” instante de de la existencia del universo.
Dos detalles fundamentales hay aquí, que son los que prohíben entonces pensar en un supremo hacedor:
Uno, es la tremenda, incontable cantidad de procesos planetarios dispersos por el universo de galaxias.
El otro, es la ausencia de un mecanismo autónomo que garantice una marcha regular y para siempre de nuestro planeta.
Si todo girara alrededor de nuestro terráqueo mundo, como se creía anteriormente a las ideas copernicanas, entonces sí, se haría necesario pensar en un dios supremo riendas en mano comandando el universo.
Si todo lo existente en el universo se debiera tan sólo a la Tierra como “reina de la creación”; si todo lo que la rodea, hasta la galaxia más alejada, cumpliera una misión para sostener a nuestro globo natal, entonces sí se haría necesario un creador para explicar este hecho. Pero desde el momento en que somos, con nuestro globo, un punto tan insignificante entre infinitos otros similares y tan efímero en duración; desde que hemos sido como “pateados” del centro del universo para aparecer a la luz de la ciencia como un granito de arena más, perdido en la galaxia Vía Láctea, a su vez perdida ésta como un punto entre millones de otras galaxias, ya entonces, repito, no se hace imprescindible la idea acerca de un ser necesario ordenador.
Es posible que todo marche por sí sólo y a ciegas, para producir de vez en cuando algún breve chispazo como la conciencia humana, pero nada más que como un fenómeno aleatorio intrascendente para el Todo sordo y ciego. Un hecho tan puntual, tan fugaz para la existencia del Todo, que raya en la insignificancia.
¿Qué nos queda entonces por hacer en esta nuestra existencia? ¡Sencillo! Portarnos bien, lo mejor posible, paliar todas las contrariedades que nos acechan, progresar física-psíquica- éticamente para lograr un mundo mejor, un mundo cosmopolita con una sola y única nacionalidad: ciudadano del planeta Tierra; con un solo idioma, una sola meta: vivir mejor sin guerras, sin odios de ninguna clase, mejorarnos como especie y vivir como la razón nos manda.
Para finalizar con este artículo, sólo me resta aconsejar un nuevo libro mío, próximo a salir titulado: El Homo sublimis, subtitulado: Una antropología futurista, editado por la Editorial Dunken, de Buenos Aires.
Ladislao Vadas