Es de señalar que es falsa la idea acerca de las bondades de nuestro entorno para la vida ante un burdo, aleatorio, tanteador mecanismo que consiste en un perenne acomodamiento al medio por parte de las cambiantes formas vivientes de todos los tiempos.
No es correcto, entonces, afirmar que gracias al oxígeno aéreo existente en la debida proporción es posible la vida, sino una vida, esta vida particular que conocemos aquí, en nuestro Globo Terráqueo, desde el momento en que la bioquímica y la biología nos aseguran hoy que son posibles otras formas de vida, incluso todas anaerobias.
Tampoco el agua depositada es imprescindible, ni la temperatura media planetaria, ni el día y la noche, ni la presión atmosférica, ni las cuatro estaciones, ni una estrella cercana como nuestro sol.
Resulta inadecuado también creer que las vitaminas producidas por los vegetales, fueron “creadas” o calculadas para nosotros que las necesitamos imprescindiblemente. Ni las proteínas animales, los vegetales, ni los hidratos de carbono como el almidón y los azúcares, ni la miel, ni el néctar para las abejas y mariposas, ni las presas para el predador, son imprescindibles, pues podemos concebir otras formas de metabolismo para seres vivientes.
Aquellos que creen que un cierto dios formó sabiamente el mundo para que se instalara allí, luego, la humanidad, también creen que nada es casual. Piensan que el mundo ha sido hecho a nuestra medida. ¡Nada más ilusorio! Nada, absolutamente nada en la Tierra ha sido preparado para nadie.
¿Cómo puede ser esto? (preguntará el lector).
Para entenderlo, es necesario razonar a la inversa para decir que, todo ser viviente terráqueo es una adaptación al planeta, y esto incluye por supuesto al hombre.
Nada ha sido previsto, todo es pura adaptación a un medio ambiente particular.
Mil planetas distintos unos de otros y diferentes del nuestro, poseerían mil formas de vida distintas adaptadas a sus respectivos medios. No precisamente cuerpos de superficie yerma como nuestra Luna o el cercano planeta Mercurio, por ejemplo, pero sí otros cuerpos de distintos tamaños, densidad, gravitación, provistos de atmósferas de una composición muy dispar de la terráquea. Incluso un planeta líquido, semilíquido o gaseoso, quizás como Júpiter y Saturno, puede generar sus formas de vida específicamente adaptadas. Con esto no quiero insinuar que en nuestro sistema solar existe otro cuerpo planetario con vida, aparte de la Tierra; ni que exista en otro sistema solar próximo, y tal vez ni siquiera en nuestra galaxia Vía Láctea, porque la vida (lo sabemos con creces los biólogos) es un proceso muy improbable por su fabulosa complejidad, aunque posible naturalmente después de todo en lejanos conglomerados estelares (galaxias).
Dada la incalculable cantidad de soles existentes en todas las galaxias del universo, “más que los granos de arena de todas las playas de la Tierra” (como alguien dijo), es posible que existan seres vivientes exóticos en planetas de lejanos conglomerados estelares. Muchos de ellos, quizás más inteligentes que nosotros.
Lo que antes se concebía como exclusivamente terráqueo, la vida, hoy pede ser aceptado como panuniversal en base a los modernos conocimientos.
La ciencia teórica y la Ciencia Experimental, han pulverizado todo dejo de antropocentrismo al descentrar no sólo al planeta Tierra, al sol y a nuestra galaxia que los contiene, sino también al hombre como supuesto “rey de la creación”. A la luz de la ciencia actual, el hombre es un ser más, adaptado a un planeta particular entre innumerables seres también conscientes e inteligentes productos de sus respectivas adaptaciones a sus mundos particulares. El hombre, repito, es un proceso más del mal denominado cosmos (sinónimo de orden), adaptado con relativo éxito a otros procesos cósmicos que son la Tierra, el Sol y la galaxia Vía Láctea que los contiene.
Toda la Humanidad en pleno, lejos de ser una creación, es un proceso en marcha sujeto al cambio, como lo es la vegetación que tapiza el planeta, como lo es toda la fauna desde la ameba hasta los grandes mamíferos.
Jamás hubo creación alguna. Es a la inversa, el hombre es un producto de su mundo, una adaptación física, química, biológica, psíquica, a su entorno planetario.
El creador de los señores teólogos (verdaderos pseudocientíficos natos), no aparece aquí, ni allá, ni acullá. No fue necesario porque no hubo ni hay creación alguna, sino únicamente procesos. Procesos galácticos, estelares, planetarios, biológicos, psíquicos. Procesos que son el producto neto del devenir universal, que han quedado como viables retenidos en el tamiz de las posibilidades por donde han desfilado y por donde pasan infinitos procesos que a cada instante se inician, casi todos ellos con destino trunco o inconsistente (como por ejemplo las estrellas novas, supernovas, canibalismo galáctico, etc.).
Esta y no otra, debe ser la visión que debe tener toda persona acerca del universo y sus manifestaciones. (Confróntese con mis obras tituladas respectivamente: El universo y sus manifestaciones y La esencia del universo).
La sustancia universal se manifiesta en infinitas formas. La mayoría se dirige hacia la nada. Sólo un ínfimo porcentaje pudo ser galaxia, sol, planeta, ser viviente, ser consciente (este último en ínfima proporción).
Casi un ciento por ciento del universo está formado de hidrógeno, el elemento número uno, el más simple, (aunque hoy, en cosmología, se habla de una teoría de las cuerdas, como últimas vedettes del firmamento.
Un ínfimo porcentaje lo constituyen los elementos más pesados, y una casi nada son los seres vivientes.
Aquí, en esta secuencia, podemos apreciar claramente cómo ha obrado el proceso universal general en marcha por eliminaciones, y sin dios creador ni director alguno ¡por supuesto!
De lo mucho, del casi todo inerte sin significado, fue quedando la casi nada como compleja organización que es el ser consciente, como el hombre y otras formas vivientes inteligentes posibles.
¿Qué esto suena entonces para algunos, como una creación?
¿Mediante tantos infinitos caminos errados como vemos en el proceso cosmológico (canibalismo galáctico, cuando una galaxia mayor traga a otra menor; estrellas novas y supernovas, etc. etc.), podríamos aceptar, a pesar de todo, a un ser todopoderoso creador infalible? Más pienso que tal prodigio, ante la realidad del universo atisbado por los investigadores con el más moderno recurso tecnológico, ¡se desvanece irremisiblemente!
Finalmente, como pruebas de la no existencia del dios ideado por los teólogos ni ningún otro, relativas a la biología, sólo nos queda añadir que, con lo argüido hasta aquí, creo haber refutado toda existencia de un infalible omnipotente creador de todo lo existente.
¿Qué podemos hacer entonces, nosotros los terráqueos, en este proceloso mundo pleno de calamidades? ¡Sencillo!: Portarnos lo mejor posible, con mansedumbre, en una sociedad cosmopolita donde todos “tiren parejo” para el bien de todos, olvidándose de patrioterías, viejas tradiciones algunas de ellas “bañadas en sangre”, mitos religiosos mil, enconos chauvinistas y otras cosas negativas para la marcha de nuestra sociedad.
Y como corolario de este artículo, me veo en la necesidad de afirmar una vez más, que la teología como supuesta ciencia está demás, pues se trata tan sólo de una pseudociencia más “del montón”.
Ladislao Vadas