“El PJ está atravesando un mal momento”, declaró Hilda Chiche Duhalde y puso el dedo en la llaga. Días atrás, más concretamente el jueves 30 de septiembre, la revista Edición I entrevistó a uno de sus máximos exponentes, el diputado nacional por Córdoba Humberto Roggero. En la misma, éste vertió algunos conceptos interesantes que son aptos para dilucidar la afirmación de la esposa del gran puntero Eduardo Duhalde:
“El justicialismo, tal como le ocurre a la UCR o a los otros partidos políticos con representación parlamentaria, se ha reducido a la pelea por los liderazgos, al ejercicio del poder, y a los perfiles de las encuestas. El peronismo nunca resolvió la pobreza repartiéndola. Siempre la combatió a través de la riqueza y de la dignidad.
-¿Dónde comenzó esta realidad del peronismo?
-El peronismo quedó atrapado entre los extremos del péndulo. Por ejemplo, en la crisis de la década del ’80, la única alianza posible para la recuperación de la Nación fue con el PJ como base. En 1989 se articuló una fuerza muy heterogénea pero que logró la gobernabilidad. El grave problema era la ingobernabilidad, potenciada por la renuncia de Alfonsín. Más tarde, cuando las ideas políticas tuvieron que separarse, la verdad es que muchos funcionarios, militantes y dirigentes quedaron mimetizados en el PJ, cuando no eran peronistas. El caos fue imparable.
-Hasta hoy todo sigue igual. El PJ votó la intangibilidad de los depósitos bancarios, y luego aprobó la expropiación de los depósitos. Votó la convertibilidad y luego la pesificación asimétrica. Privatizó y desreguló y ahora reestatiza y re-regula. No se ofenda pero es difícil explicarlo e imposible entenderlo...
-La heterogeneidad y la heterodoxia calma las internas. Probablemente haya sido el disparador de ese comportamiento. Pero el peronismo necesita un debate de pensamiento muy intenso. Ese intercambio de ideas es necesario para asegurar la supervivencia del PJ. Volver a postergarlo o impedirlo puede ser peligroso.
-¿Cuál es la agenda mínima de ese debate doméstico del PJ?
-El desarrollo independiente, el nuevo rol del Estado y redefinir la justicia social en el siglo 21.
-¿Qué es el desarrollo independiente? ¿Vivir con lo nuestro?
-No, el “vivir con lo nuestro” es un reduccionismo. Es la búsqueda y definición de una estrategia nacional de desarrollo y crecimiento en el mercado global. Porque la globalización existe y es tan real como la necesidad de no desintegrarse en ella”.
Quizá para entender este cambalache, conviene efectuar un repaso desapasionado de la historia política vernácula de estos 20 años. El PJ de octubre de 1983, con Luder-Bittel a la cabeza, intentó disputarle las elecciones del domingo 30 de ese mes a Alfonsín, resucitando los íconos de Perón y Evita pero sin efectuar una necesaria y profunda autocrítica.“Esa dirigencia (la del PJ) parió en 1983 a un candidato emblemático cuya habilidad consistía en negar los conflictos y en no definirse. Sus dotes de estadista eran la ambigüedad y la aptitud para proclamar que nada era posible. Que vivo este hombre: no definió objetivos, no vertebró una línea interna, no enfrentó a los poderes reales; se hizo el distraído con Isabel y Herminio (Iglesias); silbó bajito cuando mencionaron el pacto militar-sindical y hasta le hizo un guiño a la amnistía. Eso es ser político.
Claro, Luder perdió.....pero su triste ejemplo ilumina el camino de muchos dirigentes. El error –piensan- no radica en Luder sino en Herminio y Lorenzo. Si los hubiera escondido tan bien como se escondió él....
Los hombres prácticos que ayer entronizaron a Herminio como imposición de “la realidad” hoy lo exorcizan. La crítica no es ideológica ni mucho menos moral; apenas estética: Herminio es impresentable. La patota y la cachiporra ahuyentan votos: prescindamos de ellas. La chequera los consigue: también la vaguedad bien vestida. Nada mejor, entonces, que un ambiguo con chequera.”, señalaba Mario Wainfield en un artículo de la extinta revista Unidos, en un artículo titulado Bienaventurados los giles.
En el momento en que el mismo era redactado, octubre de 1986, el PJ estaba fraccionado en dos sectores irreconciliables: los ortodoxos y los renovadores. Pero ni los unos ni los otros, lograron capear eficazmente el maremágnum político.“Volviendo sobre el peronismo, hay que decir que fue el portador de una alternatividad nacional. Pero, ¿qué es hoy?. Un movimiento con la identidad en crisis. Paga los precios de haber sido un gigante poco orgánico con un estilo de conducción caudillesco que, como decía Perón, admitía “a los buenos y a los malos”; es decir, tanto a los esforzados como a los truhanes y oportunistas. Desaparecido el líder y devastados por el terrorismo de Estado los primeros, se enseñorean impávidos los segundos, con sus argucias y corrupciones, en una Argentina que está viviendo un cambio de época que reclama transparencia, consenso y pluralismo. Pero, lo que es todavía peor, el peronismo ha extraviado la capacidad de formular una propuesta nacional de alternativa”, puntualizaba Ernesto López en la citada revista.
“El peronismo como totalidad ha perdido la capacidad de constituirse en alternativa política. No ha constituido conducción que delimite el contenido de política, es decir que establezca una homogeneidad ideológica para ser creíble (ya sea como fuerza nacional popular o golpista conservadora, obviamente con distinta fuerza electoral) y evite la heterogeneidad de planteos que superen las características de “líneas internas” y se conviertan más en coexistencia de enemigos irreconciliables. El único marco para esto es la construcción de un partido que subordine y/o excluya a determinados componentes actuales. La confrontación interna aparece como el mecanismo que posibilita esta homogeneización, pero que presenta innumerables problemas por ser una situación novedosa y los tics ritualistas son demasiado profundos y limitantes.
El intento de comprender los valores de una época y desde los mismos convocar a una transformación de las relaciones de poder de la sociedad argentina, es una de las actitudes vigentes en el peronismo hoy. La otra es la que plantea la negación y la repetición, se parecen un mecanismo que siempre golpea sobre el vacío esperando que la realidad “vuelva a recuperar la conciencia perdida”, es decir que ocupe el espacio “abandonado”, y vuelva a recibir los golpes que mediante elementos mágicos había dejado de receptar”, comentaba Norberto Ivancich desde la misma publicación.
Dos años después de escribirse estas líneas, el 8 de julio de 1988, Carlos Menem hacía morder el polvo a la cafieradora; convirtiéndose en el candidato oficial del PJ para las elecciones del 8 de mayo del año siguiente.
Menemismo y después
"Menem aportó una conducción tan audaz y decidida como inescrupulosa para llevar hasta el fin las reformas que requerían las políticas neoliberales (y por detrás de ellas, las decisiones estratégicas de los Estados Unidos). Su presidencia se enmarcó en la aplicación a rajatabla del Consenso de Washington: disciplina fiscal, estabilidad de los grandes indicadores económicos, “crecimiento” para el pago de los intereses de la deuda externa, apertura indiscriminada al capital global y “reforma del Estado” para facilitar el pleno imperio de la ley de los mercados.
Esto implicó: privatización de más de 90 empresas y organismos estatales con un grado de corrupción y descontrol sin parangón en el resto del continente; notable transferencia de riquezas a favor de los sectores mas concentrados y centralizados del gran capital; flexibilización y precarización extrema del trabajo, atropellando de hecho y de derecho la legislación laboral; introducción de las AFJP y ART para fortalecer el mercado de capitales; desregulación y liberalización para dar vía libre a los inversores extranjeros y liquidar mecanismos proteccionistas y potenciar la reprimarización de la economía; reorganización de los sistemas públicos relacionados con las finanzas, salud y educación, de manera tal que el Estado se desprendió de actividades y responsabilidades de tipo social e impulsó su mercantilización. Y con todo ello, la presión inflexible de la deuda externa y la abierta ingerencia del FMI en el control de las finanzas y las llamadas “reformas estructurales”.
Esta regresión en toda la línea fue impulsada por el Partido Justicialista en pleno, con el disciplinado acompañamiento del Radicalismo y el FREPASO. Las dos cámaras del Congreso, la totalidad de los gobiernos provinciales y el Poder Judicial fueron instrumentos de un Ejecutivo que se hizo otorgar “poderes extraordinarios” y recurrió sistemáticamente a los “decretos de necesidad de urgencia”, rechazando cualquier tipo de límites o control. También el de la Constitución - puesto que la misma impedía la reelección- por lo que se convocó a una Asamblea Constituyente con el declarado propósito de remover dicho obstáculo. La CGT y el sindicalismo peronista en general, debilitado, desprestigiado y tratado despectivamente desde el poder, redobló su obsecuencia y boicoteó las luchas defensivas que, en un clima político y cultural adverso, protagonizaron (y perdieron) los trabajadores más afectados por las medidas antiobreras; destaquemos, entre todas ellas, la huelga de los telefónicos y, sobre todo, los duros y largos combates de los ferroviarios en 1991/92.
Menem afirmó su conducción con dos pasos audaces. El primero fue aprovechar la frustración pos-alfonsinista, el impacto profundo de la hiperinflación y la postración colectiva que siguió a la tensa exaltación de las jornadas de saqueo, represión y alarma social, para adoptar un rumbo descaradamente contradictorio con el discurso electoral (“salariazo” y “revolución productiva”) que lo había llevado a la Presidencia. Inmediata e imperativamente exigió y obtuvo del Congreso la Ley de Emergencia Económica y la Ley de Reforma del Estado. El segundo paso, en abril de 1991, fue el Plan de Convertibilidad (diseñado por Cavallo con acuerdo del FMI), para erradicar la inflación con una fuerte intervención estatal (devaluando primero y estableciendo luego la paridad peso-dólar para regular la oferta y movimiento de dinero). Tras derrotar las expresiones más o menos aisladas de resistencia obrera y oposición política impulsada desde la izquierda, esgrimiendo la “convertibilidad” como garantía de estabilidad, el libre acceso al dólar para un gran sector de la clase media y la subsidiariedad del Estado, Menem logró y mantuvo una aceptación popular inesperada, expresiva de un quiebre cultural que atravesó al conjunto de la sociedad: la política reducida a acompañar y facilitar las decisiones de “los mercados”, reificación del capital como poder al que no podía ni debía ponerse límites y reconocimiento del dinero y el individualismo a ultranza como “lazos sociales” acordes a los nuevos tiempos. Para los pobres e indigentes, cuando éstos comenzaron a crecer vertiginosamente, restaba el mas puro y duro asistencialismo manejado con criterio “clientelista”.
El nuevo bloque dominante en conformación, se benefició con una colosal transferencia de ingresos y un marcado favoritismo hacia firmas monopólicas que se aseguraron rentas de privilegio, acentuando el proceso de concentración y centralización del capital a favor de unos pocos grupos locales e inversores extranjeros, en especial los que explotaban los servicios privatizados, el petróleo y los agronegocios ... Pero crecieron también las pujas y reacomodamientos intra-burgueses. Porque el mito de la “Argentina potencia” capaz de ingresar al “primer mundo” por ser el modelo del FMI y por su alineamiento automático con los EE.UU. gracias a las “relaciones carnales” facilitadas por el menemato, tropezó, antes de consolidarse, con los límites impuestos por las relaciones profundamente asimétricas y jerárquicas entre los estados centrales y los periféricos, propias de la actual fase imperialista.
La apertura significó el agravamiento del déficit del balance comercial y la cuenta corriente en general, así como un flujo continuo de pagos por intereses y remesas de utilidades y dividendos, que debían ser compensados con el incesante ingreso de capitales. En este terreno el balance de la década fue la duplicación del endeudamiento externo, que alcanzó los 144.000 mil millones al 31 de diciembre de 1991. Cierto es que en el interín Menem pudo sortear el impacto de la “crisis del Tequila” y capitalizó políticamente la recesión de 1995 presentándose como el único capaz de enfrentarla, con lo que logró 8 millones de votos . Pero la severa depresión que comenzó a fines de 1998 - tras la crisis Rusa y, luego, la devaluación en Brasil - fue un golpe que, sumándose al creciente rechazo generado por los saltos en la desocupación, la pobreza y la corrupción (y el fallido intento re-re-eleccionista) precipitaron el desgaste del menemismo, las disputas en el PJ y la victoria de la oposición en las elecciones nacionales de octubre de 1999”, señala Aldo Andrés Casas de Rebelión.org.
Huido el delarruismo a bordo del helicóptero en la tarde del 20 de diciembre de 2001, los caciques pejotistas encajaron brevemente en el sillón de Rivadavia a Rodríguez Saá, Puerta y Camaño para luego contentarse con el mencionado Duhalde el 1° de enero de 2002. Este se las arregló para desactivar a las organizaciones alternativas de participación, como las asambleas barriales, y azuzado por sus pares, pretendió poner en caja a las agrupaciones piqueteras, pero la matanza del 26 de junio de ese mismo año señaló su ocaso. Contra las cuerdas, efectuó el salto hacia delante y convocó a elecciones para el 27 de abril de 2003. Su candidato Néstor Kirchner se impuso en la segunda vuelta, gracias a que Menem, ganador de la primera, tiró anticipadamente la toalla.
A más de un año de gestión kirchnerista, las afirmaciones de la mujer del ex caudillo de Lomas de Zamora tienen el peso de una contundencia atroz, pues el partido fundado a mediados de los 40 por Perón es un cascarón en el que cohabitan impresentables de toda laya, junto a ambiguos bien vestidos dotados de abultadas chequeras.
Fernando Paolella