“La
esperanza tiene dos hijos: la ira, por el
estado de cosas, y el valor, para cambiarlas”
San Agustín
Penal
de Villa Devoto, mediodía del martes 28 de septiembre. El trinar sostenido de
unos pájaros parece todo un contrasentido en este lugar sombrío. Cada
portazo, cada ruido fuerte sobresalta cualquier espera pues, aquí dentro, más
que nunca lo incierto es peor que lo real. Alejandra prepara la mesa para un
ligero almuerzo, compuesto por un arrollado de jamón, queso y huevo duro,
algunos implementos salados para copetín y un par de golosinas. “Parece
un cumpleaños”, dice con una sonrisa triste y mira hacia la
puerta por donde entrará de un momento a otro su novio, Pablo Amitrano. Este
permanece detenido, acusado por la jueza Silvia Ramond de liderar el grupo de
revoltosos que provocaron desmanes el 16 de julio en la Legislatura porteña.
En el penal de marras, son 10 del total de 16 que permanecen a la sombra,
mientras que los verdaderos culpables se destornillan de risa.
Atentos
al menor indicio, este cronista y Alejandra a cada rato miran hacia la puerta
por si aparece Amitrano. Pero sólo perciben al guardia (o encargado,
como le gustan que le llamen), que despaciosamente efectúa una
suerte de ronda. Es que allí, cualquier espera incierta es peor que lo real
en versión corregida y aumentada.
Para
paliar esto, este periodista lee una suerte de informe que preparó Alejandra,
ordenado cronológicamente, sobre las circunstancias que rodearon a la detención
de su novio. Allí se demuestra que si bien“diez
encapuchados iniciaron los incidentes, al romper una puerta de la
Legislatura”, ninguno de ellos fue ni siquiera individualizado ni
-por supuesto- detenido. En cambio, la citada jueza Ramond -una Galeano con
falda- les tiró por la cabeza a los mencionados presos los cargos de “privación
ilegal de la libertad, coacción agravada, lesiones, incitación pública a la
violencia, incendio, resistencia, y atentado a la autoridad”. Como
bien se explicó en su momento en este sitio, dicha mascarada judicial fue
destinada a tapar a los conocidos de siempre, unos lúmpenes todo servicio
fácilmente identificables.
“Sólo un mal recuerdo”
Cuando por fin aparece Pablo, ha transcurrido poco más de
una hora. Trata de mostrarse sonriente y afable, a pesar de que su mirada
indica bastante ansiedad. Luego de abrazarse con su novia, le da un apretón
de manos al cronista y se inicia el diálogo.“Lo
desolador de acá, es lo cambiante de los estados de ánimo. A veces podés
sentirte eufórico, pero luego viene el bajón. Sobre todo, cuando alguien
viene y te dice que te podés comer como mínimo 2 años y medio. Anoche, para
colmo, en el programa Fuego Cruzado escuché decir al diputado Jorge Enríquez
(del bloque macrista) que
nosotros no éramos presos políticos, sino que estábamos adentro por haber
cometido un delito. A mí me detienen a las 19 horas en la estación Bolívar,
una veintena de policías de civil y hasta conocía a algunos. Estos agacharon
la cabeza de la vergüenza cuando les preguntaba qué estaban haciendo. No
me leyeron los derechos, tampoco elaboraron un acta de detención y luego dos
de ellos firmaron como testigos, bajo el cargo de detención por averiguación
de antecedentes. Luego, cuando me tocó el turno de hablar con la jueza,
me dio una falsa impresión de que iba a salir en libertad inmediatamente. Y
para peor, su ayudante me manifestó que esto 'sólo iba a ser un mal recuerdo'.
Pero después, me pusieron las esposas y escuché que me enviaban a Devoto. No
entendía nada, ya que luego nos impusieron el secreto de sumario y acá
estamos. Tengo plena conciencia de que si no se mueve alguien pesado, no nos
vamos más de acá. Si tienen la oportunidad de sentar un precedente
ejemplificatorio, que no lo hagan con nosotros sino con los verdaderos
responsables de los desmanes. Fijate que la nueva ley 1166, que rige la venta
ambulante, establece un permiso eventual de un año, que puede ser renovable
por otro más y después, chau. De este modo, piensan 'limpiar' la ciudad y
entregar las concesiones a un Macri que te llena las veredas de pancheras y
nosotros 'fuimos'. Sé muy bien que a muchos les molesta la venta ambulante,
pues dicen que trae una mala imagen pero el verdadero problema es que nadie se
pone en el lugar de uno. A veces tengo que animar a mis compañeros. Somos 10
en un pabellón de 300 y tratamos de permanecer unidos. Uno de ellos es un
anticuario de 34 años de San Telmo, como yo, que se desespera pensando en que
no puede ver a su beba de 2 meses. Por eso, les pido a los míos que se
muevan, que toquen a alguien pesado porque sino no nos vamos más de acá”,
afirma mientras trata de mostrarse aplomado.
Al
punto, el encargado se planta
en el marco de la puerta y anuncia el fin de la visita
especial. Luego de un abrazo interminable con su novia y un apretón
de manos al periodista, Amitrano es conducido por dos guardias a su lugar de
detención. Pasan los segundos, y Alejandra semeja una esfinge del dolor. En
silencio, llora y sus lágrimas le surcan la cara. Acepta un pañuelo,
mientras una mujer rubia la observa con conmiseración. Luego, sobreviene el
ritual de salida, semejante al del ingreso, con ruido de cerrojos que abren o
cierran pesados portones, movimientos sincronizados y metálicos, huellas
digitales, y por fin, el regreso al mundo exterior.
Afuera,
es una tarde primaveral y el cielo es surcado por algunas nubes. Quien
escribirá luego estas líneas, piensa en la similitud de este caso con el de
la AMIA. Un par de jueces venales, una causa armadita con moño incluido para
deleite de las corporaciones mediática y política, y un código de incontinencia
adecuado para poderosos paladares. Asequible a transformar a la
Capital Federal en un rico bocado, a punto de ser devorado por comensales VIP.
Pero esta ofrenda tiene que estar dotada necesariamente de algunos chivos
propiciatorios, elegidos en la persona de los 16 presos de ese iracundo
viernes.
Si bien la administración K se proclama un heraldo de los
derechos humanos para la tapa de los matutinos, en realidad se están sentando
las bases de un Estado cuasi policial donde varias formas de disenso son
consideradas delitos contra la demokracia.
En ese mismo
Estado muchos inocentes son enviados a la sombra, mientras que los reales
culpables siguen mareándose con las burbujas de las sobras del champagne
noventista. Cuánta razón tenía el aristócrata Don Fabrizio, del inmortal
libro El Gatopardo, cuando
alegaba eso de “que cambie todo, para
que todo siga igual”.
Fernando Paolella
RECUADRO
Por Christian Sanz
Nunca más oportuno como
estos días para recordar que la Dra. Silvia Nora Ramond trabajó con el
corrupto juez Roberto José Marquevich, en la secretaría Nº 129 del Juzgado
Nacional de Primera Instancia en lo Criminal de Instrucción Nº 10 en días
en los que se investigaba la muerte del brigadier Rodolfo Orlando Echegoyen a
manos de sicarios del narcoempresario Alfredo Yabrán.
Pronto se supo que Marquevich cobraba una jugosa
mensualidad por parte del extinto empresario y se entendió el porqué del
estancamiento de la citada investigación. Ramond trabajó a la par de
Marquevich en el encubrimiento y eso se hace evidente ante la simple lectura
de la causa. El escaso interés por investigar y la rápidez por encubrir a
los culpables pueden verse en cada línea del expediente. Eso sin hablar de la
enorme cantidad de irregularidades jurídicas y criminológicas que culminaron
en el archivo de la causa.
El "cajoneo" pretendió encubrir lo que Echegoyen
había descubierto: que un importante segmento del poder político utilizaba
la aduana de Ezeiza para hacer "negocios" que no tenían
precisamente la ley como punto de referencia. Hablamos de armas y drogas,
entre otras yerbas.
Cuando Marquevich fue destituído, Silvia Ramond asumió
como jueza y, frente a la insistente solicitud de los familiares de Echegoyen,
no tuvo otra alternativa que reabrir la causa el 3 de abril de 1997.
De más está decir que hasta el día de la fecha los
culpables siguen moviendose con total impunidad frente a la inacción de la
nueva magistrada. Todo un botón de muestra...