Hace un año asesinaban a Mariano Ferreyra, militante del Partido Obrero. El joven estaba acompañando a empleados tercerizados del ferrocarril que reclamaban mejores condiciones laborales e integrarse como planta permanente de la empresa.
Hoy es fácil observar informes demoledores contra José Pedraza en programas como 678, pero en las horas posteriores al asesinato de Ferreyra el operativo despistaje estuvo diseñado desde las altas esferas del poder político gobernante.
La noticia conmocionó al régimen político y al sistema sindical. Pedraza, el enriquecido sindicalista ferroviario, se transformó en mala palabra. Uno de sus matones, Cristian Favale, parecía ser un desconocido a pesar de contar en su cuenta de Facebook personal, posando con celebridades como la periodista Sandra Russo o Amado Boudou en distintas peñas de la militancia oficialista.
El dedo acusador del “Gran Hermano” K indicaba que, detrás de la muerte de Ferreyra, se encontraba Eduardo Duhalde. La supuesta investigación, encabezada por diarios como Tiempo Argentino, no dejaban dudas y relataban un supuesto encuentro secreto entre ambos (aún muchos fanáticos creen en esa teoría). Lo cierto es que el asesinato remitía indefectiblemente a los asesinatos de Kosteki y Santillán el 26 de junio del 2002 en el gobierno de Duhalde.
Al caer la noche, llegué a mi programa de radio, en aquel entonces en la hoy híper oficialista Radio Cooperativa, y discutí con un operador que estaba triste por lo que el hecho significaba para Néstor y Cristina Kirchner. “Las víctimas son los familiares de Mariano Ferreyra y su grupo de pertenencia, no es el Gobierno”. Cuando se encendió la luz del estudio lo repetí y dije que ese día, todos nos deberíamos sentir integrantes de un Partido, el Obrero, que había sufrido una pérdida en democracia. “Hoy somos todos el Partido Obrero”, dije y los oyentes comenzaron a enfurecerse. El propio director de la radio, Adrián Amodio, me recriminó el comentario y lo calificó como “un disparate”. Por cierto, en esa emisión salió al aire Marcelo Ramal, dirigente de ese espacio político.
Al día siguiente, el director de la emisora nos acompaño al colega Sebastián Turtora y a mí a un cuarto al final de un siniestro pasillo en donde explicó sus razones acerca de evitar notas como la del “pelotudo de Ramal”: “No representa a nadie y acá eso no va”. (…) “La muerte de este pibe le jodió más que a nadie al Gobierno, le tiraron el cadáver y si no fuese así, acá ese tema no se toca”. Tratamos de hacerle entender que el significado de la democracia es escuchar a todas las voces, más allá de las popularidades y votos circunstanciales. No hubo caso y nosotros tampoco le hicimos caso.
Néstor Kirchner se murió una semana después. La nueva operación, impulsada por los medios oficialistas, fue victimizar al ex presidente y afirmar, sin dudar, (la duda es la jactancia de los intelectuales, dijo alguna vez el intelectual Aldo Rico), que Kirchner dio la vida por nosotros y que esa muerte, lo mató.
En fin, el diputado Edgardo Depetri lo dijo en nuestro programa claramente: “Antes de morir, Kirchner sabía quiénes fueron los responsables del asesinato de Ferreyra” y “había dados instrucciones precisas a la SIDE”. Se llevó el secreto a la tumba o no había tal misterio. Depetri también afirmó que en el último mes se habían producido algunos hechos que podían anticipar el desenlace final en la vida Néstor Kirchner, como el discurso de despedida en Santa Cruz y conciliatorio con la Corte Suprema de Justicia a las escasas apariciones públicas de los últimos días. “Néstor tenía la capacidad de militar 24 horas por día y jugaba en siete puntas diferentes (…) una capacidad como su corazón, enorme, con una cabeza enorme”. Sobre la responsabilidad intelectual de Pedraza, afirmó que Kirchner la tenía clara pero que también “había ahí una asociación con todos los armados que todavía perduran en ferrocarriles vinculados a la patota de Unión Ferroviaria y el manejo que se hace en cooperativas y de órganos de dirección de ferrocarriles y la complicidad concreta de un modelo sindical que utiliza barras para enfrentar a trabajadores”.
Para Depetri, como supuestamente también para el ex presidente Kirchner, las responsabilidades morían en Pedraza pues, según Depetri: “el movimiento sindical son poderes propios (…) él es el responsable máximo de lo que decide en una organización”.
El Gobierno, que había generado el crecimiento de un poder sindical unitario, verticalista y autoritario, se despegaba del hecho y tiraba la pelota afuera.
A nosotros, el director de la radio nos levantó el programa en los primeros días de marzo luego de una pregunta incómoda a Juan Cabandié y nuestro espacio lo ocuparon los pibes de La Cámpora.
Semanas después, el 6 de abril del 2011, asistimos a la Comisión de Libertad de Expresión invitados por las diputadas Silvina Giudice y Patricia Bullrich para tratar la supuesta censura en ese medio.
Mencioné lo complicado que fue, en aquella época, hablar al aire del asesinato de Ferreyra. El diputado Juan Carlos Dante Gullo se horrorizó y recordó que: “El asesinato de Ferreyra fue unánimemente repudiado por parte de nosotros, está actuando la Justicia, hay gremialistas presos”. La relectura del pasado se producía en ese ámbito del Congreso Nacional.
No era lo mismo hablar de Ferreyra en abril del 2011 como lo es, hoy en día. En las horas posteriores a su asesinato, hubo persecución, temor, amenazas y un aparato propagandístico explicando lo inexplicable, culpando a falsas víctimas y endiosando a los dirigentes, al menos, no tan inocentes, del terrible hecho.
Por esa razón, escuchar discursos en que se llenan la boca hablando de justicia, democratización, pluralismo y libertad, da asco al escuchar a esas mismas personas lo que decían 365 días atrás.
Apelar al archivo, y no el de Diego Gvirtz, puede ser agotador pero esclarecedor.
Luis Gasulla