Se inicia un nuevo período de Cristina Kirchner. Esta vez con innegable legitimidad política: el 54% de los votos.
No obstante no hay que equivocarse. El 54% de los votos válidos, pero seguramente también, mucho menos que la mitad de los habilitados. Hubo 28 millones en esa situación y solo 11 millones votaron a Cristina, mientras que 17 millones no la votaron (indiferentes, opositores, impedidos, etc.). Pero lo cierto es que la presidenta repite legítimamente su mandato.Sin embargo un país democrático no le permite a la presidenta hacer lo que quiera. La victoria no da derechos.
Realmente empezamos mal. La ceremonia de asunción del nuevo período fue un mamarracho en el que nuevamente se atropelló el protocolo. Desde el inicio de la era de esta dinastía, se vulneró sistemáticamente el protocolo o los usos y costumbres.
En esta ocasión el solemne acto, parecía un importante acontecimiento familiar. Cristina con su ya más que prolongado duelo, siempre vestida de negro, esta vez con un look de una renovada “Gatúbela”, utilizando frecuentemente los lloriqueos, pucheritos y referencias al ex presidente, rodeado de sus dos hijos. Es la fórmula que tanto rédito le aparejó a lo largo de este último año.
Su hija Florencia fue la encargada de colocarle la banda y el bastón presidencial. El vicepresidente Cobos fue cuidadosamente ninguneado.
Cristina al jurar por Dios, la Patria y el fantasma de su fallecido marido, convirtió el solemne acto en casi una torpe burla. ¿Que podría reclamarle Néstor Kirchner a la sufriente viuda?
El discurso de Cristina ante el Parlamento constituyó otro acto con la negativa impronta de los Kirchner. En más de una hora de un monólogo que en oportunidades adquirió un tono coloquial y familiero e inclusive risueño, Cristina soslayó la realidad existente y pintó un país irreal e inexistente.
Demostró en ese discurso su alto grado de autismo. Utilizó la clásica dialéctica envolvente de mencionar números, porcentajes y cifras de los indicadores socios económicos verdaderamente espectaculares, que impresionan e impactan fuertemente en los oyentes.
Pero uno de los desvalores más notorios del gobierno de Cristina, es la información distorsionada, errónea o simplemente falsa. La presidenta es una especialista en la manipulación de la opinión pública y del engaño.
El grueso del discurso fue para alabar y exaltar los logros y éxitos de su gobierno, algunos pocos, verdaderos, pero la mayoría incompletos, irreales o inconsistentes. Todo fue hablar del pasado y muy poco del futuro.
Una muestra de soberbia y a la vez de falta de proyectos.
El discurso presidencial ante el Parlamento es básica y fundamentalmente para señalar el rumbo y los objetivos del período que se inicia. No tocó para nada los problemas más importantes y acuciantes de la Argentina, ni la forma de solucionarlos: la inseguridad, el federalismo, las dificultades económicas, la desembocada inflación, el éxodo de capitales, entre otros temas prioritarios que son la preocupación permanente de los argentinos.
En otras palabras, el discurso no conformó para nada y deja serias dudas sobre nuestro futuro.
No podía ser de otra manera. Nunca los Kirchner tuvieron planes que superaran el corto o cortísimo plazo. La solución de los que se presentan, se realizan sin análisis y planeamiento adecuado y con medidas coyunturales y de circunstancia.
Si a ello se le suman la identidad de los miembros del tan secreto y oculto nuevo gabinete, no se puede menos que pensar que el futuro tal vez diste de ser promisorio.
Afortunadamente, en la línea de sucesión presidencial, puede encontrarse al alegre guitarrista de campera de cuero, que llegado el momento tal vez pueda alegrarnos en las horas tristes y amargas que nos esperan.
Alfredo Raúl Weinstabl