A
mediados del año 2000 comenzó el desembarco en la Argentina de varias agencias
privadas de inteligencia y seguridad, todas de origen norteamericano, que hoy ya
tienen tomada la porción más gruesa del mercado. Ellas trasladan fondos,
ofrecen seguridad bancaria y servicios de custodias personales, de edificios y
barrios cerrados. Pero, además, organizan operaciones de espionaje industrial y
de inteligencia militar para Estados extranjeros.
Cada una de esas “compañías” tiene su historia, pero
este artículo se referirá especialmente a la de una de ellas: Trident
Investigative Services Inc., propiedad del coronel Oliver North —aquel que
estuvo en el centro del escándalo Irán-contras—, representada en la
Argentina por el uruguayo, nacionalizado norteamericano, John Battaglia Ponte.
Hablar de esa agencia y de esos personajes implica referirse a la supervivencia
y al reciclaje del Plan Cóndor, organización criminal dedicada hoy, además de
a la represión, al tráfico de armas y de drogas, negocios que constituyen su
mejor especialidad.
Battaglia Ponte fue uno de los coordinadores del Cóndor,
trabajó para la CIA y para North, estuvo a cargo de detectar y perseguir a los
exiliados argentinos en los Estados Unidos en tiempos de la dictadura, y trabajó
activamente durante aquellos años en Paraguay, en la Argentina y en Uruguay, su
país de origen. También cumplió su papel en América Central, y esas
referencias geográficas trazan el mapa de una red mafiosa internacional cuya
eficacia se sostiene hasta el día de hoy.
Trident, por supuesto, trabaja aún para la inteligencia
norteamericana —actualmente tiene fuerte presencia en Irak— y Battaglia
Ponte, de antiguos vínculos con militares argentinos, ha tomado parte en la
organización de grupos parapoliciales en México, donde, como se sabe,
cumplieron en su momento un papel muy activo varios asesores llegados desde la
Argentina.
Por ejemplo, Battaglia conoce muy de antaño a las bandas
paramilitares “Los Chinchulines”, con base en el municipio de Chilón;
“Paz y Justicia”, en Sabanilla; el “Frente Cívico Luis Donaldo Colosio”
y la “Organización Juventud Independiente”, en Tila y Salto de Agua. También
a los llamados “Guardias Blancos”, autores del asesinato de unos 600
campesinos entre 1996 y 2000.
Por cierto, la presencia de consejeros militares argentinos
entre las fuerzas desplegadas en Chiapas desde la década pasada, tal como
hicieron en los años ‘80 en El Salvador, Honduras y Guatemala, señala la
supervivencia de un sistema clandestino y secreto de coordinación de la
inteligencia militar. En ese punto resurgen por su propio peso nombres como los
de Oliver North y Battaglia Ponte.
En otras palabras: persiste la actividad de organizaciones
mafiosas y represivas creadas hace casi 30 años y consolidadas, en lo que a los
militares argentinos respecta, cuando, tras el golpe de 1976, Guillermo Suárez
Mason promovió la creación del Grupo de Tareas Exteriores (GTE) del Batallón
601, un aparato de inteligencia militar vinculado con la Secretaría de
Inteligencia del Estado (Side).
Viejos contactos
Los primeros contactos de la inteligencia militar
argentina con los grupos centroamericanos de extrema derecha se produjeron por
intermedio de la organización neofascista italiana “Avanguardia Nazionale”,
en 1973, cuando el terrorista de esa misma nacionalidad Stephano Delle Chiae, de
contactos fluidos con la Dina chilena, comenzó a operar en la Argentina.
Michael Townley —ahora convicto en los Estados Unidos por el asesinato del ex
canciller de Chile Orlando Letelier— hizo de nexo entre la primera misión de
consejeros argentinos y el entonces oficial del ejército salvadoreño Roberto
D’Aubisson.
En 1980, producido el golpe narco-militar en Bolivia
conducido por Luis García Meza y organizado por la dictadura argentina —el
brigadier Omar Graffigna estuvo personalmente en un aeropuerto militar de La Paz
la noche de la sublevación—, hubo allí una reunión peculiar entre Luis Arce
Gómez —hoy preso por narcotráfico en los Estados Unidos—, su primo Roberto
Suárez, llamado entonces “el barón de la droga”, Delle Chiae y el teniente
coronel argentino Hugo Miori Pereyra, delegado de Suárez Mason. En ese cónclave
se llegó a un acuerdo para aceitar el mecanismo de tráfico de drogas en América
Central y del Sur, de modo de financiar grupos paramilitares. Además, claro está,
de llenar los bolsillos de quienes sellaron el pacto.
Represión y narcotráfico
El coronel argentino José Osvaldo Ribeiro, (a) “Balita”,
estuvo a cargo durante los años ‘80 del destacamento argentino en Centroamérica.
El teniente coronel Miori sirvió de “mensajero” y a él se asignó un papel
importante en la coordinación del tráfico de drogas por El Salvador, donde
instaló redes que perduran hasta la actualidad. La cocaína se transportaba a
bases de la Fuerza Aérea salvadoreña y desde ellas se la enviaba a los Estados
Unidos. En su momento, parte de esa droga financió los escuadrones de la muerte
de D’Aubisson.
Pues bien: todas esas operaciones estuvieron supervisadas por
el coronel North y por Battaglia Ponte.
Uno de los contactos de North y Battaglia Ponte era el
teniente coronel argentino Santiago Hoya, (a) “Santiago Villegas”. Hoya y
Ribeiro fueron participantes activos de las operaciones (organizadas por North
con la colaboración de Battaglia) que luego derivaron en el escándalo Irán-contras.
Ribeiro, además, tuvo responsabilidad en varias desapariciones de personas en
cuanto él mismo era pieza operacional del Plan Cóndor.
En esa época, Battaglia y Ribeiro también fueron
instructores de los servicios de inteligencia paraguayos, chilenos y uruguayos.
En tiempos de la guerra subversiva contra el gobierno sandinista en Nicaragua,
Ribeiro, desde una habitación del Honduras Maya Hotel, en Tegucigalpa,
coordinaba operaciones con ex miembros de la Guardia Nacional somocista. El
argentino Hoya fue jefe de operaciones de aquel plan sedicioso y organizó el
centro de entrenamiento Sagittarius, en las afueras de Tegucigalpa, y el campo
de concentración llamado “La Quinta”.
Battaglia Ponte —a esta altura conviene recordar que tiene
hoy en sus manos buena parte del negocio de la seguridad privada en la
Argentina— también intervino, por cuenta de la CIA, en las negociaciones que
culminaron con la creación de una dirección “contra” colegiada, y en la
organización de la “Legión Setiembre”, constituida por ex guardias
somocistas. Así pudo ponerse en marcha la Fuerza Democrática Nicaragüense
(FDN).
Según una investigación del San
José Mercury News, las actividades del FDN se financiaron en gran
parte con el tráfico de cocaína. El nicaragüense Danilo Blandón, ex agente
especial de la DEA, admitió ante el Congreso norteamericano que entre 1981 y
1988 se transportaron más de 100 kilos semanales de droga desde bases aéreas
salvadoreñas hacia territorio de los Estados Unidos.
De ayer a hoy
Toda esa estructura se mantuvo mucho tiempo, y se mantiene
todavía hoy.
Resulta interesante recordar que, una vez estallado el
alzamiento campesino en Chiapas, marchó a asesorar a los militares mexicanos el
represor argentino Juan Martín Ciga Correa, (a) “Mayor Santamaría”, otro
viejo conocido de Battaglia. Las autoridades argentinas tenían orden de arresto
contra Ciga Correa por el asesinato en Buenos Aires, en 1974, del general Carlos
Prats González, ex comandante del Ejército chileno.
Además, Battaglia Ponte, al igual que North, tiene vínculos
aceitados con la secta Moon, organización mafiosa, financiera y traficante de
armas a la cual pertenece la familia Bush. Esa secta financió buena parte de
las actividades de Battaglia en los años ‘80. Y, si se tiene en cuenta la
fuerte presencia actual de los Moon en Corrientes y en toda la zona de la triple
frontera, caen por sí incógnitas inquietantes.
Tal es la calidad de la inteligencia y la seguridad privada
que ha hecho pie en la Argentina, de donde, en verdad, nunca se habían ido.
Alejandro
Guerrero
Prensa Obrera