Los
premios literarios en el mundo, están cargados como los dados o marcados como
las cartas o llenos de vicios, premios
literarios. Los duendes-jurados trabajan
no sólo con sus gustos, sino nombres. Los amigos de los amigos, los
colegas de las academias, los críticos de parientes, los compadres, los
recomendados, en fin, la poesía suele escurrirse o la obra se transforma en
un esqueleto, el espantapájaros del futuro. Las anécdotas son para escribir
un libro. Voy con una personal para no ofender a nadie.
Me presenté a un concurso, único porque como extranjero
tengo mis limitaciones severas en cuanto a la participación. Lo pensé mucho.
No tuve quien fuera a dejar los textos. Fui personalmente. Dudé, porque podían
reconocerme. Me arriesgué. Me recibió el organizador del concurso, un
escritor. Cuando le dije a lo que iba, me respondió: no puede participar,
usted es extranjero. Me reí, algo molesto, nervioso. Lea las bases, le dije,
ahí dice lo contrario. Leyó:
vaya, tiene razón, si yo mismo redacté las bases.
Y me volvió a interrogar: ¿de qué país es? Realmente me
molestó, y me pareció una pregunta indebida. De un país de poetas, respondí.
Se enfureció. Todos tienen poetas. Sí, le dije, pero no grandes poetas. Ya
el caldo se había puesto espeso, así que seguí. Chile, respondió. Sí. Y
ahora me voy. No estaba para responder un cuestionario, que ya me hablaba muy
mal del concurso, pero no podía echar pie atrás.
No gané y me inventaron una mención Honrosa. Fue la típica
ceremonia circo. Se apoderaron del escenario los dueños del circo y los
payasos reglamentarios para una ópera bufa.
Esta nota se refiere a una anécdota curiosa sobre un
premio de poesía en España. El poeta de Alicante, Antonio Gracia, hizo la
gracia de presentar un mismo libro a dos concursos que ganó al mismo tiempo.
Pero perdió, 10 mil 500 euros, porque ganó primero el de menor cuantía y
fue despojado del otro, como corresponde.
Esta vez, el jurado hizo lo correcto. Participaron 1018
obras de 35 países, en el Premio Loewe. Había bastante donde escoger.
Antonio Gracia parece ser un poeta con tradición de ganador. Se ha alzado en
varios torneos con el premio. Hay quienes sostienen que existe un jurado ya
institucionalizado que brinda sus servicios.
Los premios no tienen esquinas, están coronados de falsos
profetas, dueños de una pequeña gloria, y no sólo en poesía, sino en todos
los géneros, porque para eso hay mucha tela para cortar. Conozco escritores
que se han ganando cinco veces un Premio Nacional, en casi todos los géneros.
Artistas consumados del arte de la trampa. Son actos que debieran presentarse
en un circo de piojos, porque las pulgas tienen más dignidad. Legítima sería
la actuación para una mujer
barbuda vidente, y un enano encantador de serpientes.
Estos son algunos de los versos del gracioso de Gracia, que
obtuvieron otra premiación importante, y en lo personal me parece que carecen
de fuerza, originalidad, tensión, y sobre todo, le faltan lo que tan bien
aconseja Pound: que estén
cargados de sentido, porque eso
es el lenguaje poético.
Premisa
Dejo el libro que siempre me acompaña
sobre la hierba, y abandono
bajo el árbol la duda y su rigor.
Me desnudo del hombre reflexivo.
Toco el agua, la rosa, el horizonte.
Asoma el sol entre las nubes. La montaña
quiere entrar en el mar. Siento la vida.
El himno de la tierra emociona a los pájaros.
PANERO SIN CAMISA DE FUERZA
Por ello, me alegro que hayan invitado a Chile a Leopoldo María Panero y sacado directamente de la clínica siquiátrica desde donde escribe la mejor poesía de España, en décadas. Chile , después de todo, se está dando de alta, paso a paso, tras 17 años de dictadura, y 14 de “democracia protegida”, una verdadera camisa de fuerza. Un largo y angosto paciente convaleciente de los años locos. Ni Chile, ni Gran Bretaña o España, supieron en tiempos del Paciente Inglés, devenido de Londres a Santiago en loco, enfrentar y resolver con la verdad y transparencia requerida, el sórdido, tenebroso, escalofriante, vergonzoso, y más negro período de la historia política, social y cultural de Chile. El titular de la muerte, se instaló desde el primer día su gafas oscuras, para no ver ni ser visto. El país se borró en la suela de una bota militar. Hasta nueva orden, pasarían 17 años y unos cuantos meses. Se había instalado una verdadera moledora de carne en cuartos fríos. La morgue era un lugar muy concurrido. El país había perdido su inocencia y hasta su manera de caminar. Las autoridades militares prolongaron indefinidamente el 11 de septiembre y el estado de excepción se hizo permanente. Lo verdaderamente excepcional, fue sobrevivir.
Panero es un poeta trasgresor, culto, es el antipoeta de España, sin la connotación parriana. No comulga con el establishment de la estafa literaria. En su agitada vida, ha demostrado ser un héroe en la derrota, al borde del suicidio, preso en cárceles y ahora recluido en una clínica. Es un acierto su invitación a Chile y aunque viene con un custodio, (que seguramente comparte la locura de la poesía) dirá lo suyo, que no es otra cosa, que poesía de gran calado. Él sabe que hay que estar loco para escribir poesía en este tiempo y cruzar el Atlántico además para leerla ante un público desconocido. Y llegó a un país, donde según las encuestas, el 60 por ciento población en la capital, no ha leído un libro en el último año. Todo un orgullo para el mercado. ¿Es de locos leer? ¿O es de locos escribir? ¿O es mejor hacerse el loco? Panero al parecer, tomó el camino correcto. Es más fácil, razonó, que un loco ingrese a la clínica y no todo un país.
Panero no es panadero, pero hace el pan de la poesía, lo hornea al lento fuego de su morosa escritura. Se presenta como quien es en su poesía: Nadie y todos. Es poeta de la orina, escupitajo, de la sombra, sangre, de la lengua muda, inservible, del silencio, de la identidad arruinada por la sombra, y aún así, desde sus ruinas, teje un polvo eficaz. No cuadra en el triángulo redondo de la poesía española contemporánea Leopoldo María Panero. Obra y personaje, superan la realidad. Desde un retrete, con buen pulso, no sabemos si al amanecer, o a la hora del misterioso crepúsculo, Panero hace la mejor poesía de España. Es el escalofrío de España, y desde el trópico, perdido en la anónima selva de mis palabras mudas, me regocijo de su viaje a Chile, país de poetas. Un acierto, un lujo, una boutade del sistema. Se pueden pensar muchas cosas, porque el mercado lo compra todo. Pero Panero desconoce las leyes de la oferta y de la demanda. Es un poeta del trueque de palabras que traen otras palabras, se fundan, se paren, aniquilan, deshuesan, pervierten, pero siguen vivas significando, iluminadas. Es un poeta que conoce su oficio de lector, intérprete de textos propios y ajenos. De donde viene. En el prefacio de su libro El último hombre, nos revela que se ha propuesto toda su vida literaria “un rigor poético”. Blake, Nerval y Poe, son sus fuentes, reconoce, porque en su opinión “son el máximo de la inquietante extrañeza, de la locura llevada al verso” El arte, cita a Deleuze, no consiste sino en dar a la locura un tercer sentido: en rozar la locura, ubicarse en sus bordes, jugar con ella como se juega y se hace arte del toro, la literatura considerada como una tauromaquia: un oficio peligroso, deliciosamente peligroso. Contrasta la belleza con el horror, es decir la realidad, y es tan presente como el mundo.
El poema Primer amor, es de lenguaje sencillo, pero nuevo en imágenes para un tema ” tan manoseado”. Esta sonrisa que me llega como el poniente/ que se aplasta contra mi carne que hasta entonces sentía/ solo calor o frío/ esta música quemada o mariposa débil como el aire que/ quisiera tan sólo un alfiler para evitar su caída ahora/ cuando el reloj avanza sin horizonte o luna sin viento sin/ bandera/ esta tristeza o frío/ no llames a mi puerta deja que el viento se lleve tus labios/ este cadáver que todavía guarda el calor de nuestros besos/ dejadme contemplar el mundo en una lágrima...
El mundo de Panero es complejo, lo y desintegra desde una perspectiva global de la poesía. Incursiona como un alpinista y buzo, rastrea, busca sus propias pistas, inventa coartadas, rutas, asume su diván, trastorna y perturba al lector. En Diario de un seductor, prueba su lenguaje corporal para socavar el espíritu: No es tu sexo lo que en tu sexo busco/ sino ensuciar tu alma:desflorar/ con todo el barro de la vida/ lo que aún no ha vivido.
Un texto breve para un tema viejo de la relación humana-pareja, que presenta con un leguaje intenso. El poema se abre como una alcachofa. El corazón, el fruto del poema, está al fondo, en un pequeño campo vacío, donde el alma y el cuerpo, abrochan sus cinturones. Escrito sobre un verso de Kavafis No me engaña el espejo: esa mujer soy yo, /la que el espejo prolonga/ y que vierte la copa sobre sí misma/ y canta, frente al espejo/ un himno/ a una mujer desconocida/ y baila, baila desnuda /ante la copa del espejo/ ante la sangre que derraman los ojos/ y que es su vestido, su ropa /que no existe, y se deshace/ como las hojas del otoño/ del espejo.
Los tiempos requieren un loco magistral como Panero, que escarbe, se sumerja en el ombligo de Santiago, por sus subterráneos, noches de putitas afrancesadas, que se presente con su arsenal para una cirugía mayor de la poesía, al borde de un verano que se avecina, en medio de una primavera purificadora, donde el pasado saca su pus, se pudre en silencio, estalla, vuela como una amapola sin destino. Llegó Panero a tierra de olvido, sin memoria, y en pleno aeropuerto le fabrican una, pero en presente, siempre tiempo real. El pasado se estrangula en una calle sin salida. Se instala un pasamontañas, oscurece su entorno, se viaja asimismo y se enchufa en una película de terror para estar en ambiente. Aparecen cinco, cien soldaditos de plomo, que dicen en coro: yo no fui. Panero, ya en escena solicita hablar con el loco oficial de la República, el mero, mero, dicen los mexicanos, el que aprobó todos los exámenes y se hizo el loco.
LEOPOLDO Y DANIEL, RIMANDO EN EL MAPOCHO
Llega Panero en un momento especial a la patria del no me olvides. Tiempo de la Teletón, bien podría con su partner, el loco Daniel López, hacer recitales en los puentes del Río Mapocho, recabar fondos para la memoria de Chile. Podrían comenzar por pequeños bandos poéticos, lanzados al viento primaveral como en bandadas de gorriones, en el país de los fértiles juegos florales. En el cielo que aún no borra el smog, en las proximidades al Parque Forestal, una avioneta de la tercera Guerra Mundial, despega un lienzo con los colores de Chile y al centro un verso: Del cielo sólo cae la noche. Daniel López se mete en la perfomance, desde su silla de ruedas, parece arengar a sus seguidores con unos versos enigmáticos, y dentro de la teoría del cliché, innova en la trasgresión de su propia memoria: A río revuelto, ganancia de pescador/ Lucía, remember: las cuentas claras no son mejores que el chocolate espeso /todos vamos bajando por Puerto Aysén/ río, río, que grande viene la mar... y antes que dijera, te toca Panero, el bardo invitado: respondió: A todos nos llega la hora/ incluso a la lora que no quiere hablar/ y dejo de ese tamaño mi rima/ Daniel López/ o José Ramón Ugarte/ o como quieras llamarte/ hombre, Augusto, la cagaste/ sí, ni una hoja volaba/ sin que tú ni el viento supieran, / dicen, dijeron/ se nos va en esta el Benemérito/ ay mi madre... No estoy augusto, Leopoldo María Panero/ mi fiel escudero me ha hecho un agujero//dice que hable yo primero/ que asuma la suma que todos restamos/ Siento un ruido que viene del patio de los callados/ Una caravana/ todo está helado/ todo huele a muerte/ si ni las cuentas del Riggs, me cuadran/ poeta Panero,/ usted si es un gran rimero. A otro perro con ese hueso/ Benemérito, capitán General/ deje correr el casete/ que todo Chile, sabe quienes fueron.
A los pocos minutos, pasa una patrulla de Carabineros de Chile, con sendos perros germanos, en la verde primavera y piden que se dispersen: “El caballero de la mirada extranjera, y el señor de la silla de ruedas”. El río que inocente trae y lleva su caudal. Los puentes del Mapocho son para circular. Ni los fantasmas pueden tomarse las calles. Es tu herencia Augusto: ni una hoja. Para estar a tono con tu poesía del pasado, le diré a las chilenas: Lloras entre mis muslos, amada: el cadáver de la poesía /es la ausencia de mis versos. Ahora te dejo, tengo que dar un recital, para eso me sacaron de la clínica y en poesía no me hago el loco, eso se lo voy a dejar a Manuel Silva Acevedo.
Panero, al mediodía
Panero, la poesía,
me sabe, se me cuela
con sus heces, vocales,
digo yo, usted ya sabe,
tiene algo de patíbulo
el poema en la garganta.
Ahorca la palabra
cuando cierra como no debe,
el poema un nudo, un nudo.
Una llave no abre sola una puerta.
Usted, ya sabe, Panero,
el verbo no hay que soñarlo,
sino encarnarlo.
Rolando Gabrielli