Qué no se ha dicho de la poesía y qué no está contenido
en sus propias palabras. Todo comentario termina siendo un borrador personal,
como el poema. Las palabras son un misterio, se desplazan sigilosamente y
su complicidad es doblemente secreta. No ignoran su significado, alegan una
supuesta libertad para que el poema no deje de respirar. Se saben frágiles,
inexactas, codiciadas, inconclusas en un azar que les envuelve en una aventura.
Pertenecen a la última palabra y siempre habitan, despuntan un
comienzo. Alguien terminará interpretándolas más allá de una primera forma,
y terminan siendo cabezas de un mismo dragón dentro el poema. No creo se
expresen más libres, soberanas, auténticas, desinhibidas que en los
borradores. Allí se convierten, se hacen, hembras y machos, empujadas por el
vicio de la imaginación, el oficio de lo nuevo en el hallazgo. Escritor y
palabras viajan insomnes, acarician un mismo luminoso pétalo. Se revuelcan en
un mismo merengue, el borrador y las palabras sobre la página en blanco. Toda
era principio al inicio, comienzo, nada, un amanecer antes del amanecer. El
autor y sus palabras se reconocen en un gesto único, irrepetible, absolutamente
cómplice. Es poema es la garganta de la noche. Le atraviesa y viento húmedo,
arenosos, su propio tiempo detrás de la pequeña cortina de un teatro de títeres.
Un paraguas amarillo ilumina la tarde, más allá de un sol que olvida el
paisaje invernal. Los borradores no mienten en principio, ni cuando ceden el
objetivo real y definitivo del poema. Son los primeros escombros originales,
cimientos para ser derribados una y otra vez, en el edificio del poema.
El poema es un borrador/ de cuatro esquinas/ con su centro
blanco/ de palomas de plaza pública./Yo, no estaba allí/ Horror, espanto,
dolor./Ayúdame paréntesis a decir no./ La palabra tiene una lectura./En
borrador, sigue muda/ El poema es memoria, futuro/ se escribe sobre sus propias
ruinas. / Grita, no canta.
Río river
Soy tu río, river,
vuelvo a pasar
mi mano entre tus montañas.
Corre, ya vuelvo.
Soy tu río, river,
pasa, paso, flor.
Río orilla, vas viviéndote
suave bajo el sol,
hilo sin dueño, tejes,
la piedra sin dueño.
Río, river, te viajo,
te sueño, hondo cauce,
Río river, que nace, nunca muere.
Lugar Común
Salgo al jardín por la puerta
que entro a mi casa.
Un patio de luz es todo
lo que mi memoria
recorre esta noche.
La felicidad mide un centímetro,
después de años sin tiempo,
Nada se pierde en el olvido.
Yo sólo recobro mi futuro.
Dejo las ventanas abiertas,
para que nada retroceda.
El muerto soy yo
El muerto soy yo,
el que pisa la ola
y cuelga de una cuerda.
No naufraga, no vuela,
toca el aire, deja el cielo,
sin una gota de sueño.
El muerto soy yo,
el mensajero del gusano,
que bebe agua de tu pozo
y vuela.
LA MUJER ES LA FEMME
Denver, Denver,
la palabra puede ser un puerto,
la tarde en la nieve limpia,
pero la mujer es la Femme,
ojos que inventan ventanas,
hilo que un río arrastra y cruza, el cuerpo,
la ciudad que no conozco en mis venas.
El otoño tiñe de rojo la memoria,
la palabra detrás de la lengua, atraganta,
Denver, Denver,
puede ser un puerto o la palabra,
pero la mujer es la Femme,
la mariposa que no vuela,
herida sobre mi mano, sus alas
Al otro lado del río
Al otro lado del río,
la memoria junta
pequeños girasoles muertos
y no abandona a la hermosa alucinada,
que defendió el pan con sus uñas,
la dócil alcancía de su lámpara,
es fuego que arde más que el bosque.
Yo me sumerjo aún
en su copa desnuda,
comparto su cuarto azul
en la miniatura del sueño,
liviano de equipaje Sur,
el cabalgamiento de la aurora.
SOY EL PEZ
Soy el pez,
la secreta voz
del río que lo desea,
entre tus piernas,
amor.
Calas Blancas
Calas blancas
Para esta noche negra,
luto de flores
que nacen albas,
vírgenes, solitarias,
mujercitas introvertidas,
turbadamente inmaculadas.
Calas blancas, yo les rezo silencio,
las convierto en noches novias,
en cuerpos sábanas,
vacío que les llega
de nuestras piernas,
porque vivas siguen las calas.
Rolando Gabrielli
Poeta, narrador, ensayista y periodista chileno en Panamá.