Más tarde o más temprano, el Ministerio de Economía
encontrará -¿encontró ya?- un operador para el canje de los títulos en
default por nuevos bonos. El valor presente neto de estos bonos se aproximará
al de mercado de la deuda impaga. Al cierre, cualquiera sea la adhesión, el
canje será unilateralmente declarado exitoso por las autoridades. Se dará por
superado el default y los bonistas que no adhieran al canje velarán sus armas
judiciales hasta que puedan ejercerlas. Los más enojados serán los que
consideren que la pérdida que genera el canje no es la menor. Ellos buscarán
una alternativa de pérdida más pequeña. Esa visión contradice la regla
financiera: la primera pérdida es la menor. La sabiduría popular explica “pájaro
en mano, mejor que cien volando”.
Entonces, la proximidad del cierre del default preanuncia,
por un lado, que Economía dejará de usar el trámite del canje como excusa
para no formular una estrategia de desarrollo y, por el otro, que el Procurador
de la Nación se ocupará de las demandas judiciales de los bonistas
disconformes con la oferta oficial.
Sin embargo, a pesar de la aproximación de la nave a la zona
de aterrizaje, una turbulencia administrativa ha generado un rugido en la
instalación. Con o sin desmentidas, se nota un clima de enojo e incomodidad en
las sedes de la administración. Muchos barruntan cambios en el Palacio de
Hacienda. La Casa Rosada ha reiterado que la política económica la fija el
Presidente. De lo que se infiere que lo que quieren decir es que si hubiera un
cambio sería tan irrelevante para la política económica como si el cambio no
tuviese lugar.
¿Es así de irrelevante que esté uno u otro en “ese”
lugar?
Infeliz metáfora: “Nuestro gobierno no cambia caballo en medio del río”.
“Caballo”: recuerdos tormentosos. ¿Sugieren que el “caballo” de
refresco espera en la otra orilla? La otra orilla, ¿es el post default?
Los lenguaraces han identificado a los “caballos” atados
en la otra orilla. Todos conocidos. Sus haras y studs son propiedad del modelo
económico dominante durante los últimos treinta nefastos años. Si usted
considera que la actual erosión (de capital reproductivo, de capital social, de
capital soberanía, de capital naturaleza y de capital institucional) es
consecuencia del modelo dominante desde 1975, alármese. Los “caballos”
mentados por los lenguaraces no son aptos para galopar al desarrollo. Más bien,
por sangre y carreras corridas, se trata de matungos con la odiosa maña de
llevar al país en esta dirección que tanto mal le ha causado a la Nación. Si
salir del default es llegar a la otra orilla y si el cambio del Ministro es
ensillar a una de estas cabalgaduras clásicas, lo más probable es que lo poco
que nos hemos apartado del modelo dominante de los últimos 30 años se reduzca
a una Juvenilia transitoria. Con esos caballos volveríamos al rumbo decadente
en que venimos rodando. Más allá de que la dirección la fije el Presidente,
si el caballo -o el ministro- tiene la maña de volver a la querencia del modelo
dominante no hay jinete -por empecinado que sea- que haga cambiar al mancarrón
de sino. Si es así, no espere una estampida para el lado del desarrollo.
Sin embargo, en estos días se habla de cambios. Aclaremos.
Si se trata de cambios de nombres, lo que está es mejor que lo que se anuncia.
Si se trata de cambio de dirección, es importante analizar las alternativas y
reiterar que los “caballos conocidos” no van a galopar al ritmo del
desarrollo: tienen la maña del modelo de la decadencia. “Dime con quién
andas (o estuviste), y te diré quién eres.”
Si la dirección o la ausencia de estrategia son cuentas
pendientes es porque no se vislumbra una política articulada de desarrollo: ¿habrá
llegado esa hora con la salida del default?
Una política articulada de desarrollo despliega objetivos
explícitos, instrumentos apropiados y consensos básicos. Eso es lo
imprescindible para un plan capaz de superar las carencias de capital. ¿Qué
carencias de qué capital?
Carencias de “capital social destruido” (indigencia,
empleo, decadencia escolar y de capacitación técnica, fragmentación social y
territorial, concentración de la riqueza y desbalance porteño). Fragilidad del
“capital reproductivo” (inversión, nuevos proyectos, diversificación
exportadora). Abandono del “capital ecológico” (sub administración de
recursos no renovables y desinversión de renovables). Retroceso del “capital
soberanía” (reducción de canales de participación, debilidad de la
representación democrática, hiper descentralización, avances no consensuados
en acuerdos internacionales). Debilidad del “capital institucional”
(provisoriedad de las normas y ausencia de escenarios de consenso).
¿Hay alguna razón para pensar ahora en cambio de rumbo? Tal
vez sí. Una razón puede ser la idea, compartida por Horacio Verbitsky y Joaquín
Morales Solá -y que uno pone en boca del Presidente y el otro en boca del número
uno y de Roberto Lavagna- de formular un programa de cancelación de la deuda
con el FMI para liberarnos de sus “condicionalidades” presentes (no
cumplidas aún) y futuras (nuevas exigencias por refinanciamiento). ¿Sería ése
el preludio de un giro hacia una estrategia de desarrollo?
Estamos a meses de llegar al “nodo” del post default. Es
difícil pensar que eso no ocurra: es decir que todo vuelva a cero. Por eso, ¿qué
pasará a partir de ese “nodo”?
Allí comienza una bifurcación.
La novedad a que recién aludimos es que una de las dos rutas
posibles tiene un cartel indicador recién pintado, fresquito, que dice “Viaje
al solaz de la cancelación de la deuda con el FMI”. En letra chica se lee
“Peaje de todo el camino, 14 mil millones de dólares”. El cartel siguiente
dice: “Se puede pagar en cuatro cabinas anuales de peaje de 5.500, 4.500,
3.500, 500 millones de dólares cada una”. Uno más allá dice “Pague y
termine con las condicionalidades que el FMI impone a los deudores”. A mano,
alguien borroneó “¿qué programa?¿qué ministro?”. Con larga vista se
puede leer un cartel amarillo que se prende y se apaga, y avisa: “El Banco
Mundial también tiene condicionalidades para algunos desembolsos”. Más allá,
un pasacalle advierte: “Aunque no deba nada, ser miembro de este Club implica
nada de restricciones de pagos”. Ese aviso lo firman “los auditores del artículo
IV del FMI”.
La otra ruta posible está en las antípodas de la anterior.
El cartel indicador es viejo, borroso: “Seguimos con el FMI”. Una barrera
impide el paso. Se divisan dos salidas de la calzada principal. Una a cada lado.
A la derecha, el cartel reza: “Aprobamos la salida del default: firmado
Rodrigo Rato”. Abajo: “Siga el camino de condicionalidades: tarifas,
etc.”. Más adelante, una bandera flamea: “Se refinancian pagos… se
reclaman reformas”. Ese camino se estrecha y termina en un túnel.
Al otro lado de la barrera, otro camino. El cartel de entrada
dice: “La adhesión al canje no alcanzó. Rodrigo Rato”. Luego una pared
dice: “Ruta cerrada, vuelva para atrás y consiga más bonistas”.
Volvamos al “nodo”. Unilateralmente, saldremos sí o sí
del default. Pero, para el Fondo, las adhesiones pueden ser pocas. Atrás. Difícil.
Puede que sean suficientes y, entonces, el FMI retorne a los reclamos conocidos.
Esos reclamos, ¿son inevitables? ¿Impiden una estrategia de desarrollo? Es
decir, ¿la actual política económica es la consecuencia de las exigencias del
FMI? ¿No es la convicción del Gobierno? Si esos reclamos son inevitables y si
impiden una estrategia gubernamental, es decir, si generan una “dependencia”
y las convicciones del Gobierno son otras, entonces la necesidad de explorar
“otro camino” es un mandato. Cancelar al FMI y liberarse de las
condicionalidades sería, en esa perspectiva, la condición necesaria para
formular las políticas propias del Gobierno. La acumulación de reservas
realizada sería el pago del pasaje a la autonomía de sus políticas. Veamos.
La cancelación total
La hipótesis de cancelar el 100 por ciento de lo
adeudado, ¿está fuera de toda consideración? Implicaría alguna de las
siguientes alternativas: a) un superávit primario de 42 mil millones de pesos
en el 2005 y, entre otros efectos descomunales, una disminución de la actividad
económica; b) si se optara por pagar con reservas y usar un crédito del Banco
Central al Tesoro -previa reforma de la ley del Central-, si bien no hay ninguna
regla que vincule a reservas con tipo de cambio, habría presiones cambiarias
que -en ausencia de controles extremos que implica el ser miembro del FMI- harían
subir la tasa de interés con mega efectos depresivos. Nadie ha de estar
pensando en esa alternativa. El promocionado crédito chino fue una manera de
ejemplificar el efecto sustitución del acreedor, que equivale a sustitución de
una dependencia por otra que puede ser mejor o no. Pero que, de cualquier
manera, es casi imposible de lograr. No es una velocidad de pago posible.
La hipótesis más acreditada es cancelar en las cuotas que
están previstas en los Acuerdos con el FMI. O bien obtener una concesión
especial de hacerlas más viables, pero sin que esa dispensa genere nuevas
condicionalidades. Imaginemos que cancelamos al FMI en cuotas, tal cual está
previsto, y que no contamos con crédito de terceros. En 2005 habría que
cancelar más de 5 mil millones de dólares. Es difícil, por sus enormes
consecuencias macroeconómicas, imaginar la compra de esas divisas a puro superávit
fiscal. No es descabellado imaginar una parte de financiamiento del Banco
Central al Tesoro y la aplicación directa a reservas. Tampoco es inimaginable
pensar en los “dólares potenciales” que engrosarían la oferta en el
mercado cambiario si, en esas condiciones de riesgos de demanda cambiaria, se
procede, por ejemplo, a obligar a la liquidación del 100 por ciento de las
exportaciones petroleras de cuyas divisas hoy sólo se liquida en el país el 30
por ciento. No es imposible reducir progresivamente en 12 meses las reservas a
15 mil millones de dólares ni tampoco lo es recuperar parte de las mismas. ¿Y
los precios? ¿Y la tasa de interés? ¿Y el dólar? El mercado cambiario no
aparece como un problema central. Contamos con expectativas favorables y
potencial de dólares petroleros. Por otra parte, los precios se han ido
estabilizando a un tipo de cambio que alguna vez tocó los 4 pesos: tienen
capacidad de aguante y la capacidad ociosa para este nivel de actividad sostiene
un año más. La tasa de interés tiene margen para actuar como correctora de
eventuales desórdenes. En definitiva, sin desmerecer las legítimas
preocupaciones de los efectos macroeconómicos de tamaño impacto fiscal y
monetario, no está allí el principal problema. Aún con los limitados
instrumentos que permite utilizar la pertenencia al Club del FMI, el problema
mayor no está en estas cuestiones.
Estrategia de desarrollo
Lo que realmente preocupa ante cada decisión
trascendente del Gobierno es el ¿para qué? Esta liberación de
condicionalidades, ¿es para llevar a cabo una política decidida en materia de
promoción industrial para recuperar el terreno perdido en 30 años frente, por
ejemplo, a Brasil? ¿O para enfrentar de una vez el flagelo del desempleo
asociado a la pauperización del salario y los nuevos pobres? ¿O para terminar
rápidamente con la pobreza, la indigencia y la vida miserable de millones de niños?
¿O para recuperar el control efectivo de los recursos naturales? ¿O para
replantear los acuerdos internacionales de modo de que contribuyan al desarrollo
industrial, el fin del desempleo y la recuperación del control de los recursos?
Si la decisión de tomar el camino del rescate de las
condicionalidades es para poner en marcha todas esas políticas (estrategia de
desarrollo) es imprescindible consolidar el frente interno: el consenso es
crucial.
Si poner en marcha la estrategia de desarrollo no es la decisión y sólo se
trata de terminar con algunas incomodidades que la vida con el FMI genera -y lo
demás sigue como está-, entonces sólo resta cruzar los dedos para que la
suerte nos siga acompañando. Que el dólar siga para abajo, que la tasa de
interés internacional siga donde está, que la economía mundial crezca como
hasta ahora, que los precios de los commodities mantengan o mejoren los términos
del intercambio y que los domésticos sigan en letargo, que la demanda monetaria
no afloje, que los dólares atesorados sigan bancando la buena vida y que las
esperanzas que el Gobierno supo generar mantengan el entusiasmo de los que están
adentro y la expectativa favorable de los excluidos.
Esto último no será un programa. Pero puede que resulte
aunque haya que hacer dieta para que de tanto cruzar los dedos no se nos
acalambre la vida. La esperanza es lo último que se pierde. ¿Y si aprendemos
de las hormigas que estudió Wehner?
Carlos Leyba
Debate