A fines de julio se editó en Montevideo y Buenos Aires “Relato Oculto, las desmemorias de Víctor Hugo Morales”, una investigación que realicé junto con Leonardo Haberkorn. Lo sucedido desde entonces merecería considerarse como un estudio de caso destinado a probar la vigencia de ciertas actitudes y conductas de raíz totalitaria. Para este caso, al menos para no agitar espectros, prefiero llamarlas “pensamiento prepotente”. El pensamiento prepotente tiene una larga historia, pero en estas tierras de malevos y compadritos vive un momento de apogeo.
Apenas el Sr. Morales tuvo noticias de que se editaría un libro sobre sus andanzas en el Uruguay comenzó con la sarta de insultos y apeló a las imaginarias conspiraciones que han sido su arma preferida para polemizar, probablemente la única que conoce. Es un fenómeno bien interesante: no sabía nada sobre el contenido del libro y no conocía a los autores ni su obra, pero de todas maneras “sabía” que eran “alquilados por Clarín”, para desprestigiarlo. Un vidente, el hombre.
Luego aparecieron los dos adelantos del libro, recogidos por la Revista Noticias y “Periodismo para todos” de Jorge Lanata. Ambos informes estuvieron dedicados casi exclusivamente al capítulo cinco del “Relato Oculto”, el referido a la amistad mantenida por el Sr. Morales con un numeroso grupo de militares, durante la dictadura uruguaya. Paradójicamente, esta desmemoria del Sr. Morales respecto a amistades fraternales no es la acusación más severa que plantea el libro, pero fue la que levantó la mayor polvareda. El interpelado reaccionó, como es de esperarse de una personalidad como la suya, y agravió soezmente a Jorge Lanata. Eligió su adversario ¿Para qué tomarse el trabajo de debatir con dos ignotos cagatintas, aunque fueran los autores del libro comentado? Pelear con Lanata y sus viejos amigos/enemigos rinde más aunque se pisoteen reglas básicas de la honestidad intelectual.
Con el libro ya publicado tampoco se tomó el trabajo de leerlo ¿Para qué? Si el propio Sr. Morales es la fuente de la verdad y la moral, tal como nos lo hizo saber al darle título a su mentirosa autobiografía: “Víctor Hugo x Víctor Hugo Morales” (2009). En todo caso, si lo leyó, decidió ignorarlo y operó como si no hubiese existido y solo se refirió a los informes arriba mencionados.
El siguiente acto del relator relatado fue apelar a un devaluado recurso: puso a funcionar la maquinaria de amigos y correligionarios de ambas márgenes del Plata. Fue una superproducción de “cameos”, esas apariciones de caras conocidas en una película, carentes de toda importancia para la trama, pero que la adornan. Así desfilaron con su voz o con su firma figuras de la intelectualidad y la cultura, políticos kirchneristas y frenteamplistas uruguayos, que por una vez se olvidaron de las papeleras, las trabas comerciales y el canal Martín García. Todos gritaron al unísono contra el libro: “Falsedad, campaña canallesca”. La práctica es muy vieja entre la intelectualidad prepotente, amiga de declaraciones, solicitadas y manifiestos. Ni uno sólo hizo referencia al más mínimo error en sus páginas; ni siquiera dieron muestras de haber ojeado “Relato oculto”. Desde su púlpito elocuente decidieron que el Sr. Morales era un inocente cordero atacado por dos lobos uruguayos sedientos de la sangre pascual.
No quiero caer en la tentación de enumerar todas y cada una de las verdades expuestas, con todo el rigor de que los autores hemos sido capaces, en los ocho capítulos del libro; les ahorraría una vez más, al Sr. Morales y sus cameos, el trabajo de leer.
En “Para salir del Siglo XX”, Edgar Morin plantea el modelo operativo de lo que aquí preferimos llamar pensamiento prepotente, pero que él define como totalitario. Ante cualquier información que cuestione el confort de su ideología el pensador prepotente procura anular sus acciones esclarecedoras mediante la negación en tres etapas: la primera es la indignación (campaña canallesca, falsedad), la segunda la relativización (no fue para tanto) y la tercera la desmemoria (bueno, pero son cosas del pasado).
El Sr. Morales ya casi agotó la primera etapa. Pero sabe más que nadie, más que los mismos autores, que no existe en todo “Relato oculto” una sola falta a la verdad, una sola descontextualización, una sola deshonestidad intelectual. Por eso ya entró en la segunda etapa: la relativización. Luego de jurar que jamás tuvo el teléfono de un militar ni le hizo el más mínimo gesto de salutación a las dictaduras latinoamericanas sale con que “todo es relativo”, que apenas visitó dos veces un cuartel, que vio el Mundial 78 en estado virginal y que por las dudas pidió disculpas a las Madres y Abuelas. Solo le falta la tercera etapa: “son cosas del pasado”. Pero para esto habrá de pasar algún tiempo todavía.
El Sr. Morales es un caso perdido. Me atrevo a pronosticar que jamás habrá de cuestionar su temperamento narcisista y paranoico que, por otro lado le ha ofrecido tantos beneficios y ventajas. En cambio sería sano que aquellos que solo conocen el personaje mitológico, que él mismo se ha creado, lean seriamente el libro y luego opinen. Sería un mínimo gesto que les ahorraría la vergüenza del ridículo y su inclusión dentro del despreciable círculo del pensamiento prepotente.
Luciano Álvarez
Desde Montevideo, especial para TDP