La selección argentina de fútbol se divierte. Se divierte porque hace las cosas bien. Se divierte porque hace lo que le gusta, porque juega en equipo. Se divierte porque se concentra en lo que tiene que hacer. Y en esa diversión se vuelve un ejemplo para todo nuestro país.

No sé si es la impronta del técnico o de Lionel Messi, la buena relación entre los jugadores o simplemente una coincidencia de personalidades naturalmente sencillas y seguras de sí mismas. Lo cierto es que la selección argentina está jugando cada vez mejor y de la mejor manera. Sin faltas, jugando limpio, haciendo las cosas bien y divirtiéndose. O por lo menos es lo que se vio en el partido contra Uruguay.

Sin dudas que Messi aporta lo suyo, pero el equipo en su conjunto parece conectado, en una misma sintonía. No soy un experto en fútbol ni mucho menos. Mi análisis apunta más bien a lo humano, que aparece a simple vista. No sé si tras bastidores las cosas serán igual. Calculo que sí.

En el partido del viernes contra Uruguay Messi demostró lo mejor de sí. Hizo notar su talento en toda su dimensión, pero también mostró con claridad el espíritu que envuelve y eleva ese talento.

Como de costumbre, se concentró en la pelota. No le quitó la mirada de encima en ningún momento. Ni siquiera cuando en la mitad de la cancha lo agarraban y le pegaban, tanto que a pesar de que el argentino no había perdido aun la pelota el árbitro se sintió obligado a cobrar falta y cortar la ley de ventaja.

Luego de haber hecho todo, con dos goles y entre ellos un tiro libre magistral, Messi seguía corriendo la pelota como si el partido se terminara y la Argentina estuviera a punto de quedar eliminada de los mundiales para siempre. En una de esas corridas un defensor uruguayo se interpuso entre él y la pelota, y Messi juntó fuerzas para pasarlo, sin dar nunca por perdida la pelota. Chocó contra el uruguayo, sin violencia, y no se dio por vencido. Volvió a encararlo y el contrincante, entendiblemente cansado y desbordado, se dio vuelta y lo empujó. Messi parecía una especie de taladro arremetiendo contra el defensor uruguayo una y otra vez. No tenía otra cosa en la mente, como siempre, más que la pelota.

El argentino quedó tendido en el piso, y el defensor enojado y con una tarjeta amarilla a cuestas. Así y todo Messi no se mofó de la situación. Con total seriedad miró al jugador rival a la cara e intentó explicarle por qué no había sido falta. Se notaba, más allá de si su arremetida fue o no exagerada, que su intención nunca había sido la provocación, sino la pelota.

Otro rasgo sobresaliente de Messi es la humildad. Luego del partido le preguntaron si le podía decir a Mourinho que era el mejor jugador del universo. “Yo no tengo que decirle nada a nadie”, cerró con sencillez admirable. Cada vez que hace un gol, en especial en los más brillantes, mira al cielo y señala hacia arriba. Dicen que se lo dedica a un ser querido que ya no está. Lo cierto es que cada vez que mete la pelota en el arco se recuerda a sí mismo y le recuerda al mundo que hay una finalidad superior de sus acciones. Su esfuerzo no se dirige hacia su propio beneplácito o ego. Si fuese así probablemente en algún punto se desconcentraría o perdería de vista el objetivo. Y no lo hace.

Pero la humildad y el espíritu de equipo no son exclusivos de Messi, si bien quizás en él sobresalen un poco más por ser el mejor jugador del mundo. Cada vez que Messi hace una de las suyas todos los jugadores argentinos, titulares y suplentes, saltan de la alegría y corren entusiasmados a saludarlo y felicitarlo. Se ríen y dan cuenta de cuánto disfrutan de verlo jugar a Messi.

Agüero fue consultado después del partido por el momento de la estrella rosarina. Durante la entrevista tenía los ojos en otro lado. Se notaba que su último deseo era salir en cámara. De repente se concentró y con seriedad dijo: “Messi es un fenómeno y nosotros estamos para acompañarlo”. Las palabras venían de un jugador fuera de serie, quizás el número dos del equipo argentino después de la pulga y sin dudas uno de los mejores jugadores del mundo.

Claro que es más fácil divertirse cuando hay tanto talento disponible. Pero la diversión exige también concentrarse en lo que uno tiene que hacer, sin distracciones ni tentaciones, sintiéndose un instrumento de algo superior. Claro que es más fácil hacer las cosas bien cuando uno hace lo que le gusta, pero ello también es resultado de pensar en términos grupales, en términos más amplios que uno mismo.

No sé qué será del futuro de este equipo argentino. Soy el menos indicado para pronosticarlo, dado que no soy ningún experto en fútbol. Pero ojalá la vida de la actual selección nacional sea larga, para que todos los argentinos y ciudadanos del mundo podamos inspirarnos en su frescura, sencillez y humildad, que sin dudas son condimentos indispensables de su grandeza.

No puedo dejar de pensar cómo podría llegar a funcionar nuestro país si toda nuestra dirigencia jugara con el espíritu que mostró ayer la selección nacional. Seguro que talento humano no nos falta. Seguro que recursos naturales o posibilidades tampoco.

Quizás la cuestión sea sencillamente divertirnos más y pelearnos menos, disfrutar de hacer las cosas bien, tomar las cosas en serio, pensar en términos grupales como sociedad, respetar al otro y cultivar la humildad, sintiéndonos un simple instrumento de algo más grande. Y no sacar la vista del balón, del verdadero objetivo social, que es el interés general. Sin distracciones innecesarias como el poder, el ego, la fama, todas esas cosas que a los verdaderos grandes no les gustan.

Rafael Micheletti
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