Hay un supuesto que dice que si las drogas
se legalizan, se acabaría con el narcotráfico y el problema de la adicción sería
controlable.
La experiencia desmiente este supuesto. A excepción de
Holanda, todos los países o estados que han experimentado esquemas de
legalización o de despenalización han regresado a sus anteriores esquemas
prohibicionistas. La causa: la epidemia de adicciones que han surgido como
resultado de poner al alcance de todos sustancias que modifican ampliamente la
conducta humana.
El doctor Rafael Velasco, ex presidente del Consejo Nacional
Contra las Adicciones, clasifica a quienes proponen legalizar las drogas en: los
que creen que acabaría con el narcotráfico, los que creen que las drogas no son
tan malas, los que las han usado sin consecuencias graves, los que confían en
soluciones simples para problemas complejos y los que apoyan la irrestricta
"libertad" individual. Yo añado los que creen irreflexivamente en estos
supuestos y claro, nunca faltan, los que se beneficiarían de la legalización.
Legalizar produce la ilusión de que los delitos se acaban. Y
en efecto se acaban, pero de nombre. Ya no existiría el delito de
narcotráfico, sencillamente porque la droga se hace llegar de manera legal, pero
la adicción ahí estaría. Si se legalizara el homicidio, la tasa de homicidio
bajaría a cero, porque ya no habría el delito de homicidio. Pero los muertos ahí
estarían.
Un gobierno responsable tiene como finalidad principal
proteger a sus ciudadanos. La función de protección en México está muy
descuidada: el crimen prolifera, el graffiti daña las comunidades, los precios
de la droga, muy cortada y adulterada, la pone al alcance de niños y jóvenes. Y
quizá, para evitar esta sensación de falta de control, distintos grupos que
deberían de proteger a la población han iniciado campañas que ahora con algo de
silencio, y en otras con mayor insistencia, promueven la legalización de las
drogas.
Los experimentos de legalizar o despenalizar han terminado
por regresar a la prohibición: en 1975, la corte en Alaska aumentó la
permisividad para poseer más marihuana. Para 1988, entre los jóvenes de 12 a 17
años, el consumo aumentó hasta alcanzar más del doble que el promedio nacional
de Estados Unidos. Finalmente, en 1990, se volvió al antiguo esquema de
prohibición y el consumo empezó a disminuir lentamente.
En Inglaterra, entre 1960 y 1970, los adictos a la heroína se
multiplicaron por 30 y, durante los 80, el número creció cerca de 40 por ciento
anual; ahora, arrepentida, enfrenta el enorme costo de tratar miles de
adictos. En comparación, en todo ese tiempo el número de adictos a la
heroína en Estados Unidos se mantuvo en cifras de alrededor de 500 mil usuarios.
En Suiza, un parque llamado Platzpitz, se definió como
lugar de tolerancia para usar drogas. En 1987 tenía 300 visitantes permanentes.
Para 1992, eran 20 mil. En 1992 tuvieron que cerrar el parque, como única forma
de acabar con el lastimoso espectáculo de gente inyectándose y drogándose a toda
hora.
Holanda es el único país que no ha dado marcha atrás a la
despenalización del uso de las llamadas "drogas blandas", que no son tan
blandas: cuando se despenalizó el uso de la marihuana, en 1976, su contenido de
tetrahidrocanabinol – el ingrediente activo – era de 3 a 5 por ciento;
actualmente es de 35 por ciento, cantidad que produce problemas notables de
salud – pérdida de memoria, daños cognitivos, y una falta de energía crónica que
convierte al usuario en un ser apático y pasivo –. Los resultados de la
despenalización: el número de expendios de estas drogas aumentó, en 10 años, de
30 a mil 500 y el uso de marihuana en el grupo de edad de 18 a 25 años creció
200 por ciento. Al grado de que tan sólo en 1997, hubo un incremento de 25 por
ciento en el número de adictos a la marihuana en tratamiento, comparado con un
incremento de 3 por ciento en los casos de abuso de alcohol. De 1984 a 1996, el
uso de drogas en adolescentes holandeses aumentó 200 por ciento, mientras que en
Estados Unidos, en ese mismo periodo, la tasa se redujo en más del 50 por
ciento. Las mismas autoridades atribuyen el 65 por ciento del aumento en el
crimen juvenil al uso de estas drogas, y el uso de "drogas duras" como la
heroína se ha triplicado desde la despenalización de la marihuana, pero Holanda
no desea cambiar de rumbo. La frase holandesa que se usa para este fenómeno es
alles door de vingers zien: "ver a través de los dedos", esto es, ver
sólo lo que quieren ver.
Los promotores de la legalización dicen que las drogas
legales, alcohol y tabaco, matan mucha más gente que las drogas ilícitas, y es
cierto. Pero no mencionan que eso es en un contexto de prohibición. Si se
legalizaran, la mortalidad crecería enormemente. Estas sustancias alteran
gravemente la conducta. Cerca del 70 por ciento de los presos en 12 áreas
metropolitanas de Estados Unidos cometieron su delito bajo influencia de las
drogas. Un tercio las había usado inmediatamente antes. El 28 por ciento de los
homicidas y el 20 por ciento de los violadores cometieron sus delitos bajo
influencia de drogas. En el 80 por ciento de los casos de maltrato infantil en
que el niño murió, el agresor se encontraba bajo influencia del crack.
Es ingenuo pensar que un narcotraficante, que se ha dedicado
al delito buena parte de su vida, se convertirá en un respetable hombre de
negocios o que, al menos, dejará su actividad ilegal. Si todas las drogas no se
legalizan absolutamente para todos con el mismo precio, el esquema fracasará. Si
no se legalizan para los niños, o no se legalizan las mal llamadas drogas duras,
entonces no faltarán delincuentes que se las vendan. Y el esquema, insisto,
fracasará en ese caso en su faceta de inhibir al narcotráfico, porque la
epidemia de adicciones y toda la mortalidad relacionada con la droga ahí
estaría.
Durante mucho tiempo se han podido comprar, en nuestro país,
marcas que antes sólo se conseguían de contrabando. Sin embargo, la gente sigue
acudiendo a Tepito y otros mercados de contrabando, a comprar a menor precio
aquello que fácilmente consigue cerca de su casa.
Tampoco parece prudente el usar el esquema de la
fiscalización: hacer que los consumidores de drogas paguen impuestos en su
consumo, como ocurre con el alcohol y el tabaco. Hacer a una economía
dependiente de los impuestos generados por el consumo ciudadano de drogas que
acaban con la iniciativa individual y alientan el comportamiento violento es
francamente macabro.
Las drogas son sustancias que deben permanecer prohibidas,
ya que si se aumenta su disponibilidad, más jóvenes y niños pueden caer en la
adicción. La facilidad de obtener una droga está íntimamente relacionada con
su nivel de uso, como quedó demostrado en el caso de Alaska arriba mencionado y
muchos otros. Los programas de combate al narcotráfico y prevención de
adicciones deben mejorar, claro está, pero legalizar produce la falsa sensación
de control, que no sería sino otro engaño. Uno más, que un gobierno
irresponsable podría propiciar.
Gerardo Ochoa Vargas