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Mentiroso, mentiroso

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LAS MENTIRAS DE BUSH PARA JUSTIFICAR SUS CAPRICHOS
LAS MENTIRAS DE BUSH PARA JUSTIFICAR SUS CAPRICHOS

    George W. Bush llegó al poder mediante un fraude gigantesco. En las elecciones presidenciales de 2000, el triunfo lo había obtenido Al Gore por escaso margen, pero con una ayudita de sus amigos del Tribunal Supremo, el alcohólico converso se pudo sentar en el cómodo Salón Oval de la Casa Blanca.

 

    Pero, como crecía el descontento a causa de la recesión económica, tuvo que recurrir a otra mentira para desviar la atención de la opinión pública. Inventó un enemigo terrorista, que amenaza la seguridad de todos los estadounidenses, y lo halló en la persona del ex aliado Osama Bin Laden y su red Al Qaeda. Por eso, los atentados del 11 de septiembre de 2001 tienen un tufillo más a montaje y a autoantentado que a otra cosa. Los republicanos siempre han recurrido al fantasma del enemigo externo, cuando en casa las papas quemaban. El 2 de agosto de 1964, el presidente Lyndon Johnson inventó el incidente del Golfo de Tonkín para intervenir militarmente en la guerra civil vietnamesa. Lo que fue presentado al público norteamericano como la defensa del destructor Maddox al ataque perpetrado por cinco lanchas patrulleras P4 norvietnamitas, en realidad había sido la respuesta lógica a un bombardeo de dicho destructor a las islas Hon Me y Hon Ngu tres días atrás.

     Siguiendo la misma tradición republicana, Bush mintió descaradamente para intervenir militarmente en Irak el 20 de marzo pasado. Para que su gente lo apoyara en esa engañosa cruzada, no tuvo mejor idea que transformar al empobrecido y embargado país de Medio Oriente en el paraíso de las armas de destrucción masiva. Inteligente el pseudo cristiano a la hora de elegir rival, pues su dedo no se clavó en el mapa donde dice “China”, ni “Corea del Norte”. Pues esos dos sí las poseen, y sería medio demencial provocarlos. No vaya a ser cosa que se retoben, y Armagedón salga rugiendo de la lámpara cual genio sacado.

     Sin embargo, a pesar de la victoria, en su país rugían las críticas. El senador demócrata Bob Graham dijo que “Bush debe ser responsabilizado si se determina que la información fue manipulada para justificar la guerra, pues ello levantaría serias dudas acerca del liderazgo que participó en la manipulación y engaño del pueblo”.

     Un palazo en el medio de la frente. Pero el mandatario espurio siguió con su serenata.   "Saddam Hussein tenía la capacidad de producir agentes biológicos", declaró el jueves 5 de junio en Qatar. Una semana antes, en Polonia, había prometido: "Encontraremos las armas de destrucción masiva". Pasaron los días, y su verso empezó a resquebrajarse.

     Como las preguntas arreciaban, y aumentaban  las dudas, no se le ocurrió mejor verso que asegurar que los centros de investigación y almacenamiento de armas de destrucción masiva en Irak, fueron destruidos antes de la caída del régimen iraquí: “En los días finales del régimen, los documentos y los supuestos lugares de las armas fueron saqueados y quemados.

     Todos los que conocen la historia del dictador (iraquí) coinciden en que poseía armas químicas y biológicas y en que usó armas químicas en el pasado. Los servicios de espionaje de muchos países concluyeron que (Saddam Hussein) tenía armas ilegales y que el régimen rehusó ofrecer pruebas de que habían sido destruidas. Estamos decididos a descubrir el auténtico alcance de los programas de armas de Saddam Hussein, sin importar el tiempo que haga falta”.


Doblando el discurs
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A Jesús, para algunos el hijo de Dios, para otros el rabino liberador de Nazareth, no había conducta humana que más detestara que la hipocresía. Por eso, no vaciló en calificar a aquellos expertos en doble discurso, los fariseos y otros, como “raza de víboras”. Y no se quedó solamente en ese denuesto, sino que cuando llegó triunfalmente a Jerusalén pasó de las palabras a los hechos. Con unas cuerdas improvisó un látigo, y les sacudió el lomo a los “arbolitos” que trocaban moneda romana por judía en la entrada del Templo. Los sacó carpiendo, al tiempo que les gritaba: “Ustedes han convertido la casa de mi Padre, en una cueva de ladrones”.

    Bush Jr se proclama como cristiano practicante. Más aún, en sus reuniones de gabinete ha establecido como norma el rezo del padrenuestro antes de comenzarlas. En muchas ocasiones suele relatar como, siendo un borracho perdido en los tugurios de Texas, vio la luz de la redención y se convirtió en un ferviente soldado de Cristo.

     Al menos así se muestra ante los ojos de sus partidarios. Pero, analizándolo con la lupa de la realidad, el ex hombre fuerte de Texas “surfea” en las encrespadas olas del doble discurso. Como se puntualizó más arriba, no vaciló en recurrir a la mentira más descarada cuando llevó a su país nuevamente a otra guerra sin sentido. En nombre de esa tergiversación, procuró retrotraer a la sociedad norteamericana a los oscuros días persecutorios del senador Mac Carthy, paradójicamente otro alcohólico redimido. Proliferaron las listas negras, la delación era usada como un recurso patriótico y hasta se buscó espiar las preferencias de los lectores.

    Ahora bien, ¿en qué se asemeja todo esto, al pensamiento de Cristo?. Que se sepa, absolutamente en nada. Cristo no toleraría, de caminar en este 2003 por este desquiciado planeta, que un autoproclamado apóstol suyo fabrique contiendas bélicas apelando a una cadena de mentiras.

     De encontrarse cara a cara con Bush en su acomodado despacho, es probable que Cristo no acepte sus plegarias y lágrimas de emoción. Es más factible que, arrebatándole el cinturón, improvise un látigo y lo corra a cintazos por todo el perímetro de la Casa Blanca.

 

Fernando Paolella

 

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