Pasan los días y la aparición del libro El negocio de los DDHH de Luis Gasulla no recibe ni el más mínimo esbozo de crítica, desmentida o reflexión de aquellos intelectuales, seguidores fervientes, periodistas militantes y diversos sectores que han acompañado en los últimos años a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. No es un libro más.
Es una investigación que pone en tela de juicio la dimensión más sensible y a su vez de mayor fortaleza del kirchnerismo: su impulso, desde 2003, a las políticas de Derechos Humanos. Un ideal de lucha que ancló los cimientos del proyecto y edificó la reinvención de la historia del matrimonio presidencial como héroes de los años más oscuros que jamás haya vivido nuestro país: la última dictadura militar, entre los años 1976 y 1983.
Sin embargo la epopeya se desploma, no hay rastros de actos heroicos, todo lo contrario, hay historias de usura y estafa del estudio jurídico en donde se desempeñaba Néstor Kirchner, alguna vez llamado “Lupin”, en un pasado que no resiste una militancia seria y comprometida en relación a los DDHH. Ese mismo hombre que se sentó en el sillón de Rivadavia, décadas después, ordenó descolgar el cuadro del genocida Jorge Rafael Videla, enfrentándose contra una figura inerte en la pared, no con la realidad, transformándose en un especialista para moverse en el plano simbólico, muy fuerte por la impronta y el recuerdo de aquellos años tan violentos.
¿Comenzó ahí el relato, es el punto preciso? Importa saber que Hebe de Bonafini se encontró con Néstor y primero desconfió pero después comenzó una alianza estratégica que se extendería con los demás organismos de Derechos Humanos y el Gobierno Nacional. Nadie imaginó en lo que iba a terminar una misión clave de la obra de Madres, un espiral de desmanejo imparable de fondos que llegaría a la propia hija de Hebe, Alejandra Bonafini.
El proyecto Sueños Compartidos de Madres en dónde se planeaba la construcción de viviendas fue una idea brillante pero ejecutada de manera escandalosa y con un nivel de corrupción que merece quedar como un ícono del ilegítimo manejo de fondos públicos en la era K. Y un amargo recuerdo en los lugares en donde la precariedad laboral que explotó a los trabajadores indigna. Los humildes a los que hace referencia el trabajo periodístico deben ser los principales protegidos en los postulados del Gobierno Nacional y Popular, pero nada de esto ocurrió. Utilizados y condenados al olvido, los trabajadores estafados reclamaron a una Hebe que debería haber estado de su lado, siempre del lado del pueblo, pero nada de esto ocurrió. El libro rompe con una representación social fuerte: la de las Madres. Algo puro, las Madres deberían ser buenas. La verdad duele, siempre será así. No es un libro cómodo, el periodismo de investigación no lo es, no se puede dar el lujo de sentimentalismos ni de omitir la veracidad de los hechos aunque calen hondo y generen tristeza.
El peso del contenido de aquellas páginas es crucial y recompone la historia reciente. La bandera levantada por el kirchnerismo —con su propia interpretación— allá por el 2003, generó una fuerza tal que borró del mapa el logro sin precedentes del Juicio a las Juntas durante el gobierno de Raúl Alfonsín, y esa bandera fue defendida a ultranza hasta hoy: nadie se anima a hablar del libro negro de las Madres, que rodea esa bandera, que la cuestiona.
Será que por primera vez el oficialismo queda perplejo ante el resultado de su propia catástrofe y la única respuesta es hasta ahora el silencio.
Sebastián Turtora
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