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Caos de tránsito

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La muerte de izquierda y los medios
La muerte de izquierda y los medios

Miles de cabecitas se desplazaban lentamente en un jueves gris, demasiado frío, en la también grisácea estructura del Puente Pueyrredón. Las manecillas de los relojes indican 30 minutos luego del mediodía del 26 de junio de 2003, y se cumple exactamente un año del doble homicidio alevoso de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.

 

Las columnas de piqueteros avanzaban en orden y disciplina, no se percibe en los alrededores ningún uniforme policial ni nada que se le parezca. El viento sur por momentos se ceba, es cruel caminar encarándolo porque se mete en los intersticios de la ropa. Por más abrigo que se tenga, el muy maldito se las ingenia para aterir los cuerpos de los que marchan. Pero sus espíritus se mantienen incólumes, en un poste la imagen pintada de Darío Santillán lleva un mensaje al pie: “Ni muerto me detendrán.”


Orejón del tarro

La noche antes del aniversario, PUNTO DOC emitió una entrevista a uno de los acusados de los asesinatos, el cabo Alejandro Acosta, el ex chofer de Fanchiotti, quien actualmente está detenido en la unidad penitenciaria de Florencio Varela.

“Me comí un garrón, yo no disparé con postas de guerra como me acusa el fiscal. Disparé con postas de goma. Fanchiotti es el que dispara con ellas”, se ataja enseguida el rapado suboficial de la Bonaerense.

- Sin embargo, Fanchiotti te culpa a vos, le pregunta Daniel Tognetti.

Acosta sonríe con toda la dentadura:

- Y, soy el último orejón del tarro.

Así curiosamente autodefinido, el cabo relatará que fue “invitado” gentilmente por parte de un par de jetones de su institución para que se hiciera cargo solito de las dos muertes.

“Ese día nos sentimos desbordados, ampliamente superados”, agrega con un amago de sonrisa ante la pregunta de Tognetti acerca de un plan represivo.

Luego, manda olímpicamente al frente a su ex jefe Fanchiotti: “El es el que comienza primero a disparar. Quedó en medio de los manifestantes, y dispara en ese momento contra la multitud con balas de goma. Tenía un corte detrás de la oreja, le dije si quería llevarlo al hospital y se negó. Me ordenó que abriera el patrullero, y agarra las postas de plomo.”.

- Mortales.

- Mortales.

- Que son las que finalmente mataron a Kosteki y Santillán.

- Yo diría que sí.

- ¿En ese momento él estaba enloquecido porque le habían roto la oreja?

- Me di cuenta que sí.

- ¿Lo viste como desencajado a Fanchiotti?

- Ciego, enceguecido por el odio. Agarra las postas (el cartucho rojo de plomo) y le digo: “¿qué va a hacer?”. Y me dice: “no, a estos negros hay que matarlos a todos”. Carga y se dirige hacia los manifestantes. Me alejo un poco, y comienza a disparar. Fue una locura, pues acá tenés las consecuencias.

Muy de película el relato del cabo arrepentido, que mereció también la desconfianza de la coconductora Miriam Lewin: “Cuesta creer lo que dice el cabo Acosta. Cuesta mucho creer que lo de Fanchiotti fue simplemente un “ataque de locura”, y que no haya actuado como simplemente una pieza de un plan más complejo y superior”.

Este malo filme clase Z, se asemeja mucho al dictamen de la jueza Marisa Salvo, cuando dicta la prisión preventiva de los imputados Fanchiotti y Acosta el 26 de julio de 2002.

En dicho fallo, la jueza declara que “de acuerdo a lo expuesto, el autor del disparo, es en principio, es Alejandro Acosta.”

De esta forma, se fabrica otro Lee Harvey Oswald para desestimar la conspiración urdida por el duhaldismo y continúa la protección política del comisario Fanchiotti.


Vergüenza

“Muchos lectores creyeron ver con claridad que estaban frente a un diario oficialista, cuando después de la masacre de Avellaneda, el 26 de junio de 2002, el título principal (de Clarín) daba vergüenza: “La crisis causó dos nuevas muertes”. En las páginas siguientes de la sección Política se hablaba de que los “beneficiados” por los asesinatos de Darío Santillán y Maxi Kosteki serían los propios piqueteros que “necesitaban mártires” para su causa. La publicación, un día más tarde, de las fotos que culpaban directamente a la Policía Bonaerense de los crímenes, y que fueron encontradas –al parecer – de casualidad por los editores de fotografía, atenuó la bronca de los lectores”, afirma el periodista Pablo Llonto en su reciente libro La Noble Ernestina. “El gran diario argentino”, en un exceso de oficialitis duhaldista, produciría la peor tapa de su historia al deducir que a los dos piqueteros los había matado un eufemismo literario.

Un año después, no se muestra ningún signo de rectificación y no se apunta hacia una investigación exhaustiva. Más aún, en el reporte referente a la hora 14 en TN se alude al “caos de tránsito” en los accesos a la Capital a causa de la jornada del Puente Pueyrredón. Como si solo eso importara.

 

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