Eran otros tiempos. No había Internet, no había Twitter, ni siquiera TV, y la radio era utilizada, arteramente, para instalar en la gente realidades mentirosas.
El ejecutor emblemático de aquél relato era Luis Elías Sojit, popular relator deportivo que pasó a ser la voz oficial del populismo, a favor de la pasión de la gente.
Al grito de “¡Coche a la Vista!”, llegó a poner, por varias vueltas, en la punta de las 500 millas de Indianápolis, al corredor argentino Raúl Riganti…. para delirio de la afición local que lo escuchaba pegado a la radio.
Sojit estaba relatando la mítica carrera sentado en la habitación de su hotel porque no había conseguido la acreditación para el autódromo.
Teléfono mediante y con un ventilador de pie encendido para imitar el sonido del avión y los motores, el relator inventaba al argentino en punta. Regalaba un ratito de alegría nacional y popular. Que se diluiría pronto, cuando la realidad se conociera. Riganti abandonaba sin haber siquiera avistado la punta de la carrera.
Cuando “El Hombre”, JDP, arribó a lo más alto del poder en Argentina, también teníamos nuestro relato. Nac & Pop.
Desde cualquier lugar del país, Sojit, devenido peronista, abría sus transmisiones al grito de: “El sol brilla para todos los argentinos y la jornada es resplandeciente. ¡Hoy es un día Peronista!“. Aunque lloviera a baldazos.
Nada nuevo ha inventado el montocristinismo. Tan solo aggiornó, la mentira, a los tiempos modernos.
La Navidad del relato
Pensaba en Luís Elías anoche, cuando la cena de Nochebuena debió hacerse, en casa, a la luz de las velas. Sin el romanticismo que se puede colegir, con una térmica bochornosa, con las calles del barrio convertidas en boca de lobo, y sin nueces, a 26 mangos el sobrecito que dura 3 minutos.
Me impactó la triste foto de una Nochebuena con el árbol de Navidad a oscuras. Brindando en el fondo a la luz de la luna, que afortunadamente concurrió a la cita. La luna es de las pocas cosas que “El” no consiguió robarse.
Pensaba en el relato mentiroso cuando, al regresar la energía eléctrica, poco después de las 12, ni Cablevisión tenía señal, ni mucho menos Fibertel, fluía.
Y desde la radio a pilas, las voces que dicen que se multiplican, callaban.
La sensación térmica de la economía, en Nochebuena, puede medirse en decibeles. Cohetes, petardos y bombas indican, desde temprano, si el bolsillo ha tenido resto para la desagradable pirotecnia. Por aquí todo fue manso. Apenas un poco más que el festejo boquense de un torneo.
Exactamente ahora los volquetes de la esquina se ven por la mitad. Con cartoneros que revuelven demasiado para encontrar muy poco.
Acaso Víctor Hugo Morales esté, por alguna democratizada radio, señalando que hemos pasado la mejor Navidad de la historia. Con un derroche de alegría, de regalos para todos los pibes, con iluminación a giorno en el país, en una bacanal de consumismo y con la paz a la que, en estas fechas, siempre se apela aunque más no sea por un rato.
Anoche no había ni saqueos ni problemas. Los mercados no habían cerrado más temprano y de las mesas de los argentinos caían higos de Esmirna sobrantes y champagne francés. Derrochado.
Es falso que demasiados argentinos pasamos la Nochebuena sin luz, es falso que demasiados comerciantes no levantaron una copa por estar, aún, tratando de organizar el desastre recibido. Es falso que faltan 10 personas que hace una semana estaban.
Creo que Dios, por estos lados, tampoco ha podido celebrar en demasía. El relato impone que hay que ser feliz por decreto presidencial.
Es una vacuna que, en algunos de nosotros, ya no prende. Como la luz.