La elección de François Hollande en Francia trajo luz a la fragilidad de la Unión Europea, en larga medida, el error histórico que significó la moneda única europea, el euro, adoptado por todos sus integrantes. O se tiene una unión, con instrumentos de política pública que permita la efectiva intervención del "gobierno europeo" o se tiene lo que se ve hoy, reglas, que en tesis sirven para todos, pero que solo impiden la aplicación de esas políticas. Puede afirmarse que la Unión Europea existe para decir “no”, jamás para decir “sí”. En tiempos de prosperidad, todo bien. En crisis, un desastre.
Al contrario de lo que se difunde, la UE no resultó de gastos gubernamentales desenfrenados, mucho menos de la reciente celebración por la globalización financiera. Por la tibieza fiscal, sí, pero en países menores como en Grecia con menos de 3% del PIB Europeo. Hay que recordar que España e Italia tienen respectivamente una relación deuda/pib baja en un déficit fiscal moderado. La liberación financiera fue y sigue siendo clara, una condición para la crisis criada a partir de la lógica de la moneda única europea, cuya implementación, ha once años, representó un equívoco de porte wagneriano.
La Unión Europea fue el sueño de siempre, en la esperanza de que traería paz a la humanidad. El primer paso de la integración fue inducido por el Plano Marshall, hecho por los Estados Unidos para ayudar a reconstruir el continente devastado por la Segunda Guerra, y naturalmente contener el avance soviético en la segunda mitad de los años cuarenta. El hecho fue fulminante, proporcionando milagros económicos precisamente en países que perdieron la guerra. (Alemania e Italia). Alemania por su parte, en vez de sufrir la campesinidad (economía rural) planeada por los vencedores, resurgió su industria y pasó a liderar la economía de la región.
En su primera etapa, el euro trajo felicidad. Permitió intereses menores para la mayoría de los países y créditos más abundantes. Benefició a todos y principalmente a Alemania, que expandió aceleradamente sus exportaciones para la región, debido a su capacidad de oferta y de contener costos. Pero la crisis que vino de Estados Unidos en el 2008, subprime y la quiebra del banco Lehman Brothers probó la solidez del modelo, que se salió mal. Los diferentes países fueron afectados por no tener instrumentos de políticas económicas diversificadas y fuertes para liderar con la situación. Manos atadas por la moneda única.
Para sumarle, vino la tragedia de la pequeña economía griega, su tamaño minúsculo debería limitar el impacto. ¡Engaño! Ese gatillo disparó una crisis de confianza traducida en el aumento alucinante de los premios de riesgo en países económicamente nobles de la UE.
En pequeños detalles, el impacto primero achicó los plazos de los intereses, que también aumentaron para refinanciar deudas gubernamentales, además de absorber deudas del sistema financiero público y privado. Todo esto amplio aún más la desconfianza.
La moneda única se chocó con la razón económica y las posibilidades institucionales. Ella exige unión fiscal, plena movilidad de fuerzas de trabajo y de capitales, sistema de seguridad unificado. En una federación de verdad, los estados se desenvuelven de manera desigual, de todos modos eso no afecta el equilibrio del sistema porque el poder central hace políticas compensatorias. No hay barreras invisibles a las migraciones, como ejemplo el Banco Central, funciona, guste o no, como institución garantizadora, y los detentores de papeles públicos saben que con un poco a más de la inflación tendrán sus pagos efectuados, lo que disminuye la ansiedad y la desconfianza.
Poco o nada de esto existía y existe en la Europa del euro, ampliando notablemente su vulnerabilidad a choques adversos. En la UE, no hay Banco Central que preste a última hora, no hay tasas de cambio para mover, no existe un poder fiscal compensatorio. El presupuesto es de 1% del PIB regional. En Brasil o en Estados Unidos, la Unión maneja un 20% del PIB.
Así la exclusiva terapia para el enfrentamiento de la crisis en los países más afectados es la de supuesta recuperación de la confianza de los inversores mediante el corte de gastos públicos, aumento de impuestos y deflación de sueldos. Colaborando para el aumento de la inestabilidad social y política, creciendo la desconfianza económica ya que el crecimiento para abajo compromete la capacidad prevista de los gobiernos para honrar sus obligaciones.
La esperanza dejada en las últimas elecciones reencienden la vida europea inteligente, capaz de ganar tiempo necesario para profundar la federación. Esto exige sostener 2 grandes parámetros, la del Banco Central Europeo concentrarse más en la adquisición directa de títulos de deuda, visando a contener y revertir el espiral deflacionario de los activos. Y segundo, la de expansión a corto plazo, con más "aire" fiscal, si, de los países superavitarios, de Alemania para frente, lo que amplificaría el tiempo de los deficitarios, por medio de exportaciones.
¿Irá a suceder? La esperanza está en una revisión de conceptos de que hoy se considera fundamentos del núcleo que maneja la Unión Europea. A veces es más difícil mudar una convicción que mudar una montaña.
Tomás Rizzo