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SIN DIOS, NI LAW

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(Botero se divorcia de sus gordas y pinta el infierno de Abu Ghrabib)
(Botero se divorcia de sus gordas y pinta el infierno de Abu Ghrabib)

Primera Parte

 

“Le dije que se llamaría Viernes, porque viernes era el día que lo salvé, y aquél nombre me lo recordaría. El demonio-le dije- se vale de nuestras mismas pasiones y sentimientos para tentarnos y para que nos precipitemos deliberadamente en nuestra propia condenación. -Bien-me dijo Viernes-, si Dios ser tan fuerte y tan grande como amo decir, es que no tener más fuerza y más poderío que el demonio? Dios lo castigará terriblemente en el fin del mundo. Lo llamará a juicio y lo arrojará para siempre en un abismo lleno todo de fuego eterno. ¿En el fin del mundo? Yo no entender eso. ¿Por qué no matar demonio ahora. ¿Por qué no matarlo hace mucho tiempo? Y lo le dije. ¿Por qué Dios no nos mata a ti y a mí cuando hacemos cosas que le ofenden? Nos deja vivir para que nos arrepintamos y seamos perdonados”. R. C.

En el umbral de la oscuridad, el vacío, un lagarto ruin floreado suda en el llanto y se pierde en la garganta del agua. Ahí están los cuerpos en la pirámide del horror humillado, la lúbrica espoleta de la saña, inmóviles bocabajo de la esperanza, desnudos de compasión, alguien ya les ató a la desgracia, eslabones de un mismo torbellino. El mundo se detuvo en este nuevo espanto, contempló el duro atardecer en el desierto, el perfil delgado y amarillo de la tortura y el asco. El poco viril manoseo de la legítima ausencia, abandono de la carne y el espíritu, la consagración maldita del humillado. Cuerpos sin estación, amontonados en un tiempo inútil, bajo el ocio del capital sanguilonento acumulado en sus biceps, en la ojera fría pálida de la mañana. Está la mueca, el gesto y el dolor. La noche se atravesó de espaldas en medio de una fuerte carcajada. Está el desnudo y la risa, su vampiro colegial arrodillado con la mascota del olvido. Qué ruin este paseo por el horror. Paraíso del dolor. El delito en esos cuerpos, le restaron una nueva tajada de dignidad a la democracia norteamericana. El mundo también agacho avergonzado su cabeza de avestruz, y enseñó su trasero de porcelana resquebrajado. Susan Sontag nos dejó un testimonio de esa cruel hazaña, y las fotografía que mostraban la perversión, se pegaron a los ojos del mundo. Retrocedimos un poco más. Especie bruta, animal, salvaje, bestia, ciega, torpe, sádica, inmoral. Violación del violador quebrantador que atropella el alma arroja los huesos las vísceras el hígado marchito de la vida al basurero.

§         Ayayayyyy, el vicio dorado de la maldad

Las fotos repulsivas de los cuerpos mancillados en la cárcel Abu Ghrabib de Irak, dieron la vuelta del mundo y todos descendimos un escalón más al infierno.¿El calorcito del miedo? Inexplicable, lo que la humillación explica. Le sobró talante  a la maldad. Se vistió de señorita guardiana. Implacable damisela del espanto. Lugarteniente del nuevo medioevo, sultanita de la santa inquisición. Esta escena descrita, vivida por la iletrada Caperucita Roja del Sur de Estados Unidos, la vio detalle por detalle, el pintor y escultor colombiano, Fernando Botero. Rumió el odio, malestar, impotencia, bajo las escalofriantes, ridículas, obscenas fotografías. Juntó el material  con el oficio obsesivo de un detective. Dejó correr la retina y despreció la mentira, con algo más que una justificada odiosidad. Un pintor no puede repetir la realidad dos veces, por más ultrajada que esté. Un mismo tiro el la sien, es bala perdida. Dio tiempo a que la bilis bajara por los canales correspondientes  y entró a la tela. ¿Dónde pinta este soldado  los infiernos de  Abu Ghrabib? ¿París, Mónaco? La tela es un casino para rifársela en el color y el dolor, punzar en el ayayayy, el vicio dorado de la maldad, retener un poco más en el lienzo la espuma del que te acecha. Perros de distintas fauces. Una cárcel es un principio hacia el desprecio. Es un punto de partida hacia el desdén íntimo, personal,  el que incuba a diario el carcelero sobre un alma sin cuerpo, o el cuerpo desalmado del objeto, bajo las reglas del sueño circular, la hebra que el otro tira desde el invisible telar. Fernando Botero, colombiano, país de violentos genitales, casa matriz del infierno, guayaba de sal y vinagre, carretera del miedo, del llanto, del espanto,  llanto, santo, santo.¿Quién confesará a Colombia? ¿Quién lanzará al río el último ataúd con las penas de Colombia? ¿Será en el dolorido Magdalena que viajarán todos los ríos finalmente, en su sangre? Botero, el de las gordas, también descendió los pisos negros de la violencia  colombiana en sus cuadros. Conoce de ese paisaje, largo viaje. El Paraíso sigue perdido y los caníbales le muerden la cola al mismo Lucifer. Sueñan con la calavera de Satanás debajo de la almohada y le prenden una vela a todos los infiernos, con los demonios sueltos. Los cabos parecieran atados, pero no así las fuerzas negras, ni los generales, ni las sombras que diluye el aceite mal carburado en la espesa geografía humana. La violencia es la hija muda de la muerte. El clavo ardiente de Colombia, está pasado. País Nazareno.

Por su natal Colombia y la ira que le despertaron los abusos  de  los soldados norteamericanos en la cárcel de  Abu Ghrabib, donde Sadam Hussein practicaba también las patologías del poder, el escultor de los inocentes, apacibles, tiernos, sentimentales bodegones, pedaleó los ritmos y distancias, el parto tenebroso del horror. ¿Se muere de miedo el miedo? ¿Quién espanta al horror? Una noche, tú noche, todas las noches. La primicia de la muerte es negra. Peludas las manos del destino y de la fortuna. ¿Se hunde todo en el vacío? La miseria no tiene fortuna, ni siquiera la humana. Sombrero alón, las botas en el crepitar de la suela ronca, áspera, prepotente. Botero le entró a la noche, dejó las gordas varadas en las plazas de la vida, andaluzas, vikingas, paisas, doradas, venecianas todas ellas rusas, gringas de amores  globales, y sin más maquillaje que los hechos, la miseria de lo infernal, el paseo íntimo de la infamia, se subió a la magia del atril. Le destapó los sesos a  esta cajita de Pandora del Sueño Americano, en esta nueva versión musical y plástica de los cuerpos suspendidos en el cortocircuito de la vida. La chispa del hombre encapuchado, vengan a ver, señores. Alzado en el azar de un cubito, el gimnasta de la muerte. ¿Quién los confesará al otro lado de la cortina? El pintor es también el color de la ira, vergüenza, dolor, miseria, espanto, del bárbaro óleo sus aceites negros, babosos, tulipanes recién nacidos. Mancha gris, roja, negra, el violeta en la tumba. La lápida es blanca/ pero es lápida/ El llanto amarillo/ la luz que nos traga/ luna no te alejes/ no te vayas tan alto/ que no te pueda soñar/ La lápida es blanca/ pero es lápida. ¿El crimen es rojo, negro o dorado? Que no lo olviden /pintores ni magos/ artistas/ boticarios/ publicitas/ turistas/ Go, vamos, mañana amanecerá/ Go, no sé que veremos/ pero veremos el sol, rojo, amarillo/ Crecer con sangre nueva/ con ojos sin horizonte.

§         El altar sin ley

El color se fusila en la historia con sus cuervos negros. Tengo frente a mis ojos algunas fotografías de los torturados oleos no sacramentados de Botero. Los prisioneros de Abu Ghrabib, desnudos en sus yagas, manos atadas, vendados sin ojos ni luz, un perro inmenso arriba sobre la espalda el terror contra la tradición del Islam. Cuerpos de cúbito dorsal, resignados, a la vera de un camino desconocido. Botero nos salpica con el miedo arrodillado, la humillación, la piel encarcelada, la inmundicia humana del poder. Figuras más gordas que sus propios cuerpos. La carne se acumulaba en el matadero del asco en Abu Ghrabib, en los pasillos del terror. Anatomías para un circo, pirámides que el cielo mira en sus despojos. El dolor saldrá caminado con lo que deje el viento. Botero documenta la historia y hace bien, como otros que no sólo fueron lúdicos con el  pincel. La Historia, después de todo, es una enfermiza sin remedio.

En esto del dolor, humillación, del vicio de la corrupción de la carne y el espíritu, a los que se apela en defensa cerrada, en gobiernos, iglesias, partidos políticos, hay mucha tela por cortar el hilo para hilvanar. Ha muerto el Papa y aún pareciera seguir ascendiendo a los cielos, de la Vía Apia por la Mediática, pero aún así con esa firme y larga escalera, la Iglesia Católica ha tropezado con sus buenas intenciones. Hace tres años, Bernard Law, Arzobispo de Boston, tuvo que renunciar por encubrimiento de curas pedófilos. El Papa lo trasladó el 2004 a una de las más importantes Basílicas de Roma. Ese fue un paréntesis, porque en esos días, el infierno se trasladó a Los Ángeles, cuando el cardenal Roger Manhony, negaba acusaciones de acosos hacia una mujer. Un cura, previamente, se suicidaba, en Estados Unidos, en un estacionamiento. Más de tres mil casos de pedofilia fueron denunciados por feligreses atónitos y furiosos, desilusionados. La historia vuelve a su curso, porque Law ofició una misa en el novenario del Papa, debido a que es Arcipreste de Santa María la Mayor, una de cuatro Basílicas importantes de Roma. Dos mujeres norteamericanas, Bárbara Blaine, Bárbara Dorris, viajaron a Italia desde Estados Unidos para denunciar, plantar cara a Law, y protestar en las calles de la ciudad eterna. La ley es la ley y hay embudos de todos los tamaños para llegar al Purgatorio, al menos. ¿A un paso del cielo, con o sin escalera?. ¿Quién cargará con el primer peldaño? ¿Hay escaleras para todos? ¿Quiénes serán los primeros emisarios’ ¿Los contadores de estrellas, o pastores de nubes? ¿Quizás los que llenan los hidrantes con la lluvia? ¿O los dueños de los ríos para ese entonces, administradores de los mares? Los administradores de los desiertos, pasarán silenciosamente con su camellos y esperarán su turno con sus grandes relojes de arena. Los dueños de las carreteras, intentarán ascender lo antes posible, para ver como  pavimentan arriba los caminos de mejores intenciones que en la tierra. Nadie abandonará los suburbios manchados de petróleo, las tuberías oxidadas de gases muertos, los muros rajados en grietas de humo, chicles, orines, frases sin fronteras, porciones amplias de infelicidad, la intimidad muerta de la poesía. Sabanas colgantes, Babilonia tus nuevos jardines en los ghettos. Un saco roto de puntos finales. El honor sin ojos, orejas, ni caderas. Un tarro de pinturas sin colores. Signos baratos, mercancía ilegítima, aduanas selectivas, almacenes repletos de lujo y soberbia, panaderías dirigidas por abogados, sanatorios para ricos, hospitales con techos dorados, ascensores de oro, todos quedarán por fuera del cielo. Suban rosas/suban el tiempo/ bajen los ascensores/ duerman las muñecas/ giren cheques falsos/ lancen monedas/ Los papeles son ríos/ Las llamas queman en silencio/ El fuego arde en la soledad/ Busquen el camino/ en otra parte/ No interrumpan el cielo/ ya dormiremos la siesta./Que se cierre la sesión.

La vida es el ocio, entretención, el cepillo de dientes, la guerra. El terror saca las muelas. Un abanico tiene el aire limitado. Las aspas del molino darán siempre las mismas vueltas. Mi bicicleta conocía de memoria las calles de la infancia. La puesta de sol nos seguirá enseñando nuevos secretos. Tengo un río a unos pocos metros, para qué un ascensor. El mar a poco más de mil metros. Una caja llena de paréntesis, agrego uno nuevo para ver si encuentra su camino. One way, un solo destino, los caminos se bifurcan, chateo en verdad con mi  Blog, tan odiado por The New York Time, más que ignorado, diría subestimado. Dicen la verdad los Blogs y tenía unos pocos dueños. La mentira se cría en la Bolsa de N.Y., y el NYT, la corrige. La verdad también tiene apetito, respira, sueña, existe. Depreciada, si, la verdad, censurada, justificada después. Un camino escabroso, desconocido por repetido, en la llamada Prensa Libre. Los Weblogs se transformaron en pequeñas callampas  de libertad del ciberespacio y pululan por millones cada día. Han denunciado lo que otros no ven o no desean que se vea o ignoran o esconden o no dicen la verdad simplemente. La intimidad del solitario ante la verdad, no se evapora. Diógenes con su pequeña lámpara en la noche global. El túnel deja pasar el tiempo, laberinto uno, dos, tres, no hay castillo, sino un gran vacío, el desierto que llama sus pájaros, el olvido toca tres veces. Todo es fachada, el poder también tiene su lugarteniente en esta derrota.

Esta historia continúa...

Silvia Banfield

 

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