Hay datos que desnudan realidades. Brasil
fue un imperio hasta mucho después de su independencia en 1822. Y si el poder
brasileño quedó opacado en la primera mitad del siglo XX por los brillos de la
nueva riqueza argentina, los años de la segunda posguerra hicieron resurgir a
la República Federativa del Brasil a través de una estrategia industrial
sostenida por sus administraciones democráticas y no democráticas.
El caso de la Argentina es inversamente proporcional. Su
decadencia económica comenzó en los oscuros 70, y nunca se detuvo. Lo que
cambió fue la relación con el vecino con mayor peso específico de la región
a partir de la creación del Mercosur como asociación económica en 1991.
A partir de allí Brasil y la Argentina se convirtieron en
los dos socios más grandes del nuevo bloque, pero claro está Brasil siempre
hizo notar que era el más grande.
La economía brasileña es la quinta del planeta, y sus 8,5
millones de kilómetros cuadrados albergan a 184 millones de habitantes. Su
deuda externa es también grandiosa: debe aproximadamente 232 mil millones de dólares.
La política exterior brasileña también se caracteriza por
su permanencia a través de los gobiernos de diferentes colores. Siempre tuvo
como objetivo posicionarse como el país padre de América del Sur, la voz líder.
Ayudando a resolver conflictos que pusieran en peligro la estabilidad de la región,
como sucedió en los últimos años en Paraguay, Colombia, Venezuela o
recientemente en Ecuador. O resistiendo -como ningun otro- las presiones diplomáticas
de Washington para votar en contra de Cuba en la Comisión de Derechos Humanos
de las Naciones Unidas, que sesiona en Ginebra cada año. Y hasta exponiendo en
voz alta su oposición a la guerra de Irak en el 2003.
En setiembre del 2000, Brasil hizo pública sus ansias de
liderar América del Sur. El entonces presidente Fernando Henrique Cardoso
convocó a una gran cumbre de presidentes latinoamericanos y proclamó la
necesidad de hacer realidad un proyecto de integración política que se llamaría
Unión Sudamericana de Naciones. El mismo sueño continúa con idéntica pasión
hoy su sucesor Lula Da Silva. La obsesión de Brasil no es el Mercosur, sino la
Unión Sudamericana. Pero Brasil necesita al Mercosur y a la Argentina para
consolidar su liderazgo.
Así las cosas. ¿Qué relación debería plantearse la
Argentina con su vecino, al que también necesita inexorablemente para crecer?
“Estoy convencido, sobre todo después del viaje a
Brasilia de esta semana, que tanto para Brasil como para la Argentina es
imposible apartarse de la integración en el Mercosur, más allá de las
rispideces”, razonó el diputado Jorge Argüello, presidente de la Comisión
de Relaciones Exteriores y pasajero del avión que llevó al presidente Kirchner
esta semana a Brasil y lo trajo de regreso 24 horas antes de lo previsto.
La idea del “destino atado” entre ambos países es compartida también por
otros funcionarios que se ocupan del diálogo interno en el bloque. Como es el
caso de Eduardo Amadeo, jefe de Gabinete de la Comisión de Representantes
Permanentes del Mercosur que preside Eduardo Duhalde.
“La Argentina y Brasil tienen como la necesidad de
compartir una alianza estratégica y hay muchos miles de puestos de trabajo en
juego de los dos lados. Pero no existen los procesos de integración lineales,
porque sino alguien está cediendo más de lo que debe”, opina Amadeo.
Jugador global
Entonces, ¿cuál es el problema? Para el ahora
funcionario del Mercosur, “Brasil está en este momento en un proceso de
ser lo que se llama en diplomacia un jugador global, y la Argentina no puede
impedirle a Brasil hacer su política, lo que tienen que hacer es generar un
espacio de negociación. Ni los procesos de integración son lineales ni las
alianzas políticas son lineales. Por eso la crisis de estas semanas fue
positiva”.
Está claro que existen asimetrías políticas entre Brasilia
y Buenos Aires, además de las comerciales.
Así lo explicó a esta revista el analista internacional Carlos Escudé: “A
Lula en el fondo no le convenía que a Kirchner le fuera bien pateando el
tablero de la deuda, porque hay fuerzas importantes dentro de Brasil que
quisieran impulsar a Lula a hacer lo mismo que Kirchner. Por eso a Brasil no le
convenía apoyarnos en ese plano”.
Pero además, Escudé remarca una condición que tarde o
temprano los gobiernos brasileños hacen sentir a la hora de negociar con sus
vecinos. “Brasil sabe que su economía es más grande que todas las del
Mercosur juntas. Su peso relativo es más que la suma de las economías de los
demás países. De allí que el proceso del Mercosur esté llamado a fracasar,
porque no existe el tipo de equilibrios que hubo en Europa, entonces cuando se
trata de reclamar que haya instituciones supranacionales de integración, los
brasileños dicen que sí, siempre y cuando tengan el 51 por ciento del voto”.
En la misma senda de razonamiento camina el ex embajador en
Brasilia, Diego Guelar, devenido asesor en relaciones internacionales del
macrismo.
Para Guelar, “si bien ideológicamente se planteó que
Brasil y Argentina eran como Alemania y Francia en la Unión Europea, las
distancias económicas y políticas fueron siempre diferentes. En el mejor
momento de la situación argentina nosotros éramos el 35 por ciento de Brasil.
La asimetría siempre fue una realidad, y después del default se multiplicó”.
Por eso, para el “canciller” macrista, “después del default de la
Argentina, Brasil se afirmó como una potencia regional: y no podemos reclamarle
a Brasil por lo que nosotros no podemos ser”.
La dimensión de la crisis
La pregunta obligada es ¿qué está en crisis,
la relación bilateral o el destino del Mercosur?
Guelar no duda en la respuesta: “La Argentina tiene que
recuperar credibilidad y los diálogos interrumpidos. Lo que pasa es que lo que
no existe profundamente es el Mercosur, porque no está funcionando la unión
aduanera ni la zona de libre comercio, ni los controles de frontera. Estamos es
una enorme crisis ya en 1998, la devaluación de Brasil del 99 lo empeora, el
default argentino lo empeora aún más. Son siete años de retroceso de
Mercosur”.
Amadeo, es más diplomático, pero su opinión trasluce que
en bloque se respira un clima de conflictos: “La Argentina y Brasil tienen
un problema de fondo muy fuerte que es los diversos grados de industrialización
que cada uno desarrolló en los 90. Y como segundo problema el Mercosur está en
una etapa de integración imperfecta, esto es que no se han desarrollado ciertas
instituciones que permitan que haya mercado libre, porque no puede haber libre
circulación de bienes cuando los países tienen sistemas de incentivos internos
diferentes y ese es el planteo de Lavagna”.
El planteo al que se refiere Amadeo, es el segundo plan que
el ministro de Economía le presentó a su colega brasileño para intentar
equilibrar las asimetrías comerciales con los productos de Brasil, que
perjudican y mucho a los empresarios argentinos. Hasta ahora, del otro lado, no
hubo respuestas concretas.
Discusión de intereses
No se trata de liderazgos regionales ni de un
asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. “Kirchner quiere
que le cierren los números antes que nada”, confiaron algunos de los
pasajeros que volaron junto al Presidente a Brasilia esta semana.
El conflicto de fondo existe, tanto como el coyuntural. Por
eso es que apenas aterrizó en Buenos Aires, el Presidente se ocupó de remarcar
que “bajo ningún aspecto hay una rivalidad por el liderazgo de la región.
No hay ni va a haber, aunque sí va a haber discusión de intereses”. El
santacruceño quiere ahora cerrar los números, a pesar de que le molesta, y
mucho, el rol paternalista que acentuó Lula en la región los últimos meses.
“Primero debemos cumplir con los objetivos comerciales
que iniciaron el Mercosur. Si no corremos el riesgo de pensar en una Unión
Sudamericana como la europea, sin haber cumplido el objetivo puntual que
determinó la aparición del Mercosur en el Tratado de Asunción”, explicó
el diputado Argüello, casi con las mismas palabras con las que describen el
conflicto los funcionarios de la Cancillería.
Brasil tampoco es impermeable a lo que suceda al sur de su
geografía. La base de la construcción de su liderazgo está sostenida por la
existencia de un bloque como el Mercosur, que agigante su poder político y económico
en el escenario internacional.
Y además, la imponencia de Brasil se diluye al analizar
algunos números, y no sólo los financieros. De los 184 millones de brasileños,
más de 54 millones son pobres, 83 millones no tienen acceso al sistema
sanitario elemental y 45 millones carecen de red de agua corriente. Son datos
que desnudan una realidad tan contundente como la chimeneas de sus fábricas
desplegadas en el país.
En la década pasada, el amor-odio entre Fernando Henrique
Cardoso y Carlos Menem terminó siempre con una foto y un abrazo para los
flashes, con Fernando de la Rúa el Mercosur quedó estático, pero con la
llegada de Eduardo Duhalde, Brasil se transformó en el aliado, casi el único
aliado que tuvo el ex presidente frente al mundo. Claro que no hubo reclamos
argentinos de ningún tipo durante ese período.
El planteo sigue siendo objeto de análisis. ¿Qué relación
debería construir la Argentina con Brasil entonces? Por lo menos, ¿qué lazos
podrían tejer la Argentina de Kirchner y el Brasil de Lula Da Silva?, más allá
de las diferencias de estilo de ambos presidentes.
El analista Escudé es gráfico para expresar su opinión
sobre el asunto: “Disputar quién es el varón de la cuadra puede formar
parte de una estrategia deportiva, pero la verdad es que quién es el varón de
la cuadra está determinado por otras cosas. Por el potencial real de la economía,
por ejemplo, y eso es algo que no está sometido la voluntad ni al voluntarismo.
El caudillo del barrio va a ser el más pesado, el más fuerte, especialmente
cuando la diferencia es tan grande. No se puede resolver adoptando actitudes de
macho”.
La idea de los destinos atados prevalece. Ninguno de los dos
presidentes dinamita los puentes del diálogo. Diga lo que diga, Kirchner dejó
sentado su malhumor por la falta de soluciones comerciales que esperaba resolver
en el asado que compartió con Lula, cuando adelantó su regreso a Buenos Aires
y no participó de una cumbre con los países arabes, en la que Brasil invirtió
nada menos que 15 millones de dólares en organización.
Lula entendió el mensaje y tuvo que salir a decir públicamente
que en algunos reclamos “la Argentina tiene razón”. Y admitió con
simpleza el vínculo que lo une hoy a Kirchner, mal que le pese: “Necesitamos
fortalecer a la Argentina para que la Argentina fortalezca su industrialización.
Nos necesitamos mutuamente”.
Los destinos, cuando son inexorables, se negocian. Entonces,
quedan pendientes, primero las conversaciones para reencauzar al menos el
funcionamiento básico del Mercosur, y después queda pendiente esa reunión
entre los presidentes Lula y Kirchner, esa charla en privado, y esa foto para
saber cómo sigue lo que sigue entre dos socios que no quieren -y no pueden-
tirar todo por la borda.
Ana Gerschenson
Revista Debate