El llamado método Kübler-Ross originalmente se aplicó a las cinco etapas por las que transitan las personas que sufren enfermedades terminales. Luego, se extendió a cualquier pérdida catastrófica (empleo, ingresos, libertad, divorcio).
El sistema se aplica perfectamente lo que está ocurriendo con la finitud política que hoy descubre Cristina Fernández.
Lo primero que le ocurre al afectado es caer en la negación. "Esto no me puede estar pasando, no a mí". Se trata, solamente, de una defensa temporal para el individuo.
Cristina la experimentó la noche de la derrota, cuando festejó como si hubiera ganado.
Luego, llega la segunda etapa: la ira.
Un par de días luego del colapso, en Tecnópolis, la presidenta arremetió contra la oposición a quién tildó de "suplentes" y pidió hablar cara a cara con los supuestos "titulares".
El tercer segmento es la negociación.
Cuando vio el precipicio tan cerca, la primer mandataria decidió decir: "Dios, déjame vivir en Olivos al menos un poco más, hasta que tenga 70 años y me den prisión domiciliaria".
Por ello, decidió negociar una suba en los mínimos de ganancias, un plan de seguridad con traslado de miles de gendarmes, mandó sus candidatos a desfilar por TN y hasta reconocieron problemas de inflación en el país.
El cuarto esquicio es la depresión.
Hoy, CFK ya mostró su pesar en varios twits. Conoce que se unirán en su contra para hacerla a un lado y que su plazo más largo en la política argentina se reduce a dos años y pico.
"Estoy tan triste, ¿por qué hacer algo? ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué seguir?"
La última de las escalas es la más difícil: la aceptación.
Esa instancia, aún no llegó.
Podría producirse tras la nueva debacle que se produciría en octubre, en las próximas parlamentarias.
¿Por qué el Frente para la Victoria quedó tan sorprendido por los resultados del 11 de agosto pasado y por las actuales encuestas que les pronostican una muy pobre futura perfomance electoral?
Ellos incorporaron a la nómina estatal en una década un total de casi nueve millones de personas, lo que les daba un núcleo duro parecido a un cuarenta por ciento del electorado argentino.
En sólo diez años:
-otorgaron 2,3 millones de nuevas jubilaciones;
-designaron más de un millón de nuevos empleados públicos en la Nación, más las provincias e intendencias K;
-distribuyeron casi un millón de nuevas pensiones graciables;
-aceptaron a 700 mil supuestos discapacitados; premiaron con varios cientos de miles de planes para cooperativas a las agrupaciones políticas afines;
-entregaron 3,6 millones de asignaciones universales por hijo a familias carenciadas.
La ecuación les cerraba: prácticamente uno de cada dos argentinos estaba recibiendo algún tipo de remuneración o subsidio por parte de la Casa Rosada.
Sin embargo, se olvidaron de algo fundamental. La misma mala memoria que tiene el votante para castigar a los corruptos y malos administradores en el cuarto oscuro, la padece también a la hora de serle fiel a quién le entregó una dádiva en el pasado reciente.
La consigna kirchnerista de "no darle una caña de pescar al necesitado, sino regalarle un pescado para que nos vote" no contaba con algo elemental: los beneficiarios creen que lo que reciben les pertenece y que candidatos como Sergio Massa, por ejemplo, no le van a quitar nada de lo alcanzado.
La artificial devoción por Cristina cambiará de dueño cuando la chequera quede en otras manos.
Néstor sabía esto, por lo que le borró a la oposición el horizonte de alternancia en el poder, gracias a la reelección eterna de Santa Cruz o al plan "pingüino o pingüina" de Argentina.
Sin miedo, no hay fe.
Esta semana, pudo verse a Carlos Menem desfilando en la más absoluta soledad por Comodoro Py.
Apenas, estaban junto a él su abogado y su hija, Zulemita.
Un buen espejo anticipatorio de lo que le espera a Cristina en un futuro no tan lejano.
Marcelo López Masia