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El suicidio de una Nación

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ARGENTINA Y SUS DESIGNIOS
ARGENTINA Y SUS DESIGNIOS

 

 

Muchas veces se dijo que Argentina estaba destinada a ser una gran nación, pues poseía riquezas naturales en demasía, todos los climas y su población estaba altamente culturizada. Sin embargo, Argentina a lo largo del siglo XX entró en un tobogán descendente hasta alcanzar un status comparable con cualquier país africano.

A lo largo de ese lapso de tiempo, se vertieron toneladas de palabras tratando de explicar lo inexplicable. Se ensayaron un sinnúmero de fórmulas para tratar de entender ese curioso fenómeno de cuesta abajo, de un país que tenía todas para ganar pero se sumergió en un cono de sombra.


La falacia como panacea

 

El mencionado libro Argentina, la decadencia de una nación, de Angel Jozami, "comienza abordando el estallido final de la crisis que llevó a la caída del gobierno del presidente Fernando De la Rúa en las violentas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, y presenta la situación creada con el surgimiento de organizaciones sociales informales como las Asambleas Populares y las organizaciones piqueteras, todo ello en el contexto del gobierno vacilante de Eduardo Duhalde y de un estado de crisis permanente."

Ese es el punto de partida que elige Jozami para describir el descenso a los infiernos argentino, llegando su análisis hasta la engañosa grandeza del "granero del mundo".

Pues esa expresión, repetida hasta el cansancio por el orgullo de propios y extraños, encierra de forma acabada la singular función a la que fue destinada la Argentina desde mediados del siglo XIX en adelante. Como se analizó en un artículo anterior, la conjunción de clases entre la burguesía portuaria y la oligarquía terrateniente, hipotecaron para siempre el destino argentino al creer en la inmutabilidad de una economía basada en la demanda externa. A pesar de la vista advertencia premonitoria de Carlos Pellegrini, "la oligarquía terrateniente y financiera, al igual que la burguesía comercial, despilfarraron alegremente la acumulación de capital lograda gracias a las condiciones naturales del país y al desarrollo de los transportes y de las comunicaciones realizadas por los capitales británicos. Desde estas fechas se puso en vigencia la costumbre nacional girada al exterior, tal vez una copia de lo que hacían los acreedores británicos que, cada año y durante décadas, enviaban a su país las utilidades y los intereses de sus inversiones y créditos locales, dejando una parte insignificante para dedicar a la reinversión en la Argentina. Los visitantes extranjeros, como Rusiñol y Clemenceau, se sorprendían de que las conversaciones de los argentinos que frecuentaban, pertenecientes todos a la minoría gobernante, giraran repetidamente sobre cuestiones de plata. Les llamaba la atención tanto esto como los palacetes de Buenos Aires, la gran demanda de bienes importados y de carácter suntuario, los viajes a Europa de los hacendados y políticos, así como la magnificencia de los edificios públicos que se construían. Lo que no podían imaginar, sin duda, es que detrás de todas esas manifestaciones de opulencia se ocultaba una total falta de mira histórica cuyas consecuencias serían un largo futuro de decadencia nacional que afectaría a varias generaciones de argentinos." (ob.cit)

Basta darse una vuelta por los porteños Recoleta y Barrio Norte, para percatarse de la veracidad de estas palabras. Millones de pesos, con respaldo oro de la libra esterlina, fueron dilapidados en esos suntuosos viajes de placer y en los citados palacetes rebosantes de lujo asiático, en vez de invertirlos en la generación de un modelo de desarrollo independiente.

Cuando la crisis de 1929, la inconvertibilidad de la libra esterlina en 1937 y el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 dan por acabada a esa época dorada, se pensó con elaborar una incipiente industria sustitutiva de los productos importados que ya mermaban: "la naciente industrialización por sustitución de importaciones que iba cobrando vida en lo que décadas más tarde se conocerían como países semiindustrializados no se percibía entonces -excepto por parte de muy pocos sectores de la época- más que como una obligada producción local de aquellos bienes que no podían ser adquiridos en los países desarrollados debido al estrangulamiento del sector externo. Para una fracción de la oligarquía agroexportadora argentina, así como para la burguesía comercial y financiera porteña, además de los clanes provinciales, el hundimiento de sus exportaciones era un fenómeno transitorio que cuando cesara, daría lugar a una completa restauración del orden anterior."


De Perón a Duhalde

 

Pero luego de 1945, no hubo espacio para un retorno completo al viejo orden conservador. El régimen de Juan Perón "estableció que su objetivo era terminar con el laissez-faire económico, ya en decadencia, y colocó al Estado en el primer plano de la economía".

Fue un intento interesante, que en la práctica se tradujo en gruesos errores que no facilitarían el desarrollo del país como una potencia industrial de envergadura: "en primer lugar, las grandes reservas internacionales acumuladas por el país durante la guerra y en el inmediato período de posguerra comenzaron a ser dilapidadas por las políticas de nacionalizaciones con pagos a sus antiguos propietarios".

Tampoco, el Estado peronista resolvió dotarse de una industria pesada semejante a la que supo levantar su vecino Brasil: "pero la política de inversiones del nuevo régimen no fortaleció el desarrollo industrial en el sector estatal. Si bien hubo un esfuerzo para favorecer el sector industrial privado desde el Estado, a través de la trasferencia de la renta agraria, no había en Perón una ruptura a fondo con la mentalidad que había imperado en la primera fase de la sustitución de importaciones".

Luego del derrocamiento del líder justicialista en 1955, la cuestión fue de mal hasta convertirse en peor: "la búsqueda de afianzar la sustitución de importaciones por la vía del acuerdo con el capital extranjero fue acentuada por los gobiernos que se sucedieron desde 1955."

Lo que siguió, es historia conocida. El golpe militar genocida de 1976 le entregó la cartera económica a José Alfredo Martínez de Hoz, cuyos dos "principales ejes consistieron en una gradual retirada del Estado de la economía, concediendo el protagonismo al capital privado, y la apertura sin restricciones de todos los sectores al mercado mundial".

Del desastre originado por esto, aún se tiene dolorosa memoria. Luego vendría el malogrado intento alfonsinista sepultado por la hiperinflación y los saqueos de 1989. Luego le tocaría el turno al dúo privatizador y entreguista conformado por Menem y Cavallo, seguido por el malogrado De la Rúa -con Cavallo nuevamente en Economía- y terminando el círculo decadente con el "proteccionismo" verbal de Eduardo Duhalde.

En definitiva, este libro de Angel Jozami es una ilustrativa crónica de la pesadilla económico-social que sacudió a la Argentina. Un faro de advertencia para que, en los años venideros, la ceguera de unos pocos hipoteque el futuro de la mayoría.

 

Fernando Paolella

 

 

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