Había perdido dos licitaciones consecutivas contra su principal competidor. Cada vez que recordaba esas derrotas, las manos le transpiraban, se mordía el labio inferior con una impotencia que hasta ese momento desconocía y perdía su mirada en una de las bibliotecas de su despacho. Repasaba mentalmente las caras de los pocos ejecutivos que habían participado en los procesos previos a ambas licitaciones y una y otra vez movía su cabeza de lado a lado.
La figura del traidor ya se había construido en su imaginario y entonces decidió encargar una investigación exhaustiva a una agencia especializada en Inteligencia industrial. Las miradas se dirigieron hacia adentro de la empresa, a la búsqueda del “entregador”. Los polígrafos (vulgarmente conocidos como detectores de mentiras) empezaron a circular y a hacer su trabajo y la lista de empleados desleales empezó a reducirse progresivamente. El optimismo del alto ejecutivo por la marcha de la investigación chocaba contra la desesperación y la incredulidad por los nombres que quedaban.
En pocas semanas, las sospechas quedaron confirmadas y el culpable tenía nombre, apellido y el cargo menos pensado: vicepresidente asociado. La suerte inexplicable de la empresa competidora de esta compañía metalúrgica multinacional líder en Sudamérica, ya no lo era. La fuga de información había sido el principio del más terrible de los temores. El “caballo de Troya” enviado por la competencia fue descubierto, pero el objetivo ya había sido cumplido.
El desembarco de las grandes corporaciones multinacionales en la Argentina fue el contexto perfecto para la explosión de un negocio que hasta principios de los ’90 tenía un imaginario encuadrado en el universo de pilotos negros, sombreros de ala ancha de medio lado y anteojos oscuros, y una realidad con escaso desarrollo del negocio. El gancho de venta de las empresa que comenzaron a ofrecer el servicio de Inteligencia comercial era uno solo: saber reduce riesgos.
Algunos de los primeros que quisieron saber fueron Eduardo Eurnekian y Juan Navarro, quienes en un juego de espías, contrataron a Kroll el primero y, a la filial argentina (de bajísimo perfil) Smith-Brandon, el titular del Exxel Group, una batalla que escondía un duelo de titanes detrás: CIA (Kroll, que llegò a la Argentina a través de Frank Holder, ex de la agencia de inteligencia) versus FBI (Smith-Brandon, cuyo primer representante local fue el ex concejal radical Alejandro Ruiz Laprida).
La carrera por obtener información tuvo a los aeropuertos como escenario: como concesionario de las 32 estaciones aéreas del país, Eurnekian debió lidiar en el control total del sector con Navarro, propietario de los Free Shops y de los galpones aduaneros, depósitos de mercaderías que van y vienen por varios millones de dólares al año.
Disputas como estas hicieron que ex agentes de CIA, FBI y Mossad empezaran a mezclarse entre ex policías y militares argentinos, y las grandes empresas (multinacionales o no) empezaron a sumarse a esta tendencia en absoluta confidencialidad, ya que más del 95% de las compañías que contratan estos servicios piden expresamente no ser mencionadas públicamente. El espionaje industrial había explotado en Buenos Aires, detrás de la pista de un mercado potencial de más de u$s 30 millones.
Allí es donde surgen en silencio pero con gran fuerza comercial estas consultoras, que prefieren evitar el mote de espías. “Somos una consultora para empresas en mitigación de riesgos. Buscamos acciones preventivas pero también correctivas”, define la doctora Mariana Idrogo, Managing Director de Kroll, la consultora multinacional fundada en 1972 por Jules Kroll, un abogado que como fiscal en Nueva York y colaborador de la CIA vio en ámbitos judiciles el nicho que podía explorar en la esfera privada. Entre los 200 clientes que Kroll tiene en el país se destacan Compaq, Hewlett-Packard, Massalin Particulares e ING Insurance, a quien Kroll también le construyó el sistema de seguridad integral de su edificio en Puerto Madero.
Así se inició un sinfín de prácticas de "Business Intelligence", un concepto que para muchos es un eufemismo para no hablar de espionaje, un debate que resulta estéril en Francia, donde el término “inteligencia comercial” no existe y sólo se habla de espionaje. “El espionaje implica tomar, a través de algún método duro, información que una compañía tiene resguardada”, explica Jorge Capozzi, Director Regional de SIA (Security and Intelligence Advising), una agencia fundada en Israel por un coronel ex Mossad.
Las ideas no solo se matan
Investigaciones propias llevaron a la filial argentina de Aventis Pharma SA a recurrir de los servicios de Kroll (que está en el país desde 1999) a enfrentarse con su competidor Labinca SA y otros, iniciándole una demanda por daños y perjuicios exigiendo el cese del uso de una patente medicinal. La causa, que llegó a la Justicia el 3 de marzo pasado y que por ahora descansa calma en el Juzgado Civil y Comercial n° 11 del Fuero Federal, comandado por Carlos Héctor Alvarez, y en la Secretaría 21 de Nora Alba Petrarca, fue iniciada por Aventis al descubrir en las farmacias un medicamento oncológico fabricado por Labinca. El fármaco, cuya patente es importada de Inglaterra, está hecho con la droga Docetaxel Trihidrato, cuya patente maneja en forma exclusiva Aventis a través de su medicamento Taxotere, imposibilitando a cualquier competidor su utilización. El expediente que tiene un cuerpo lleva el número 1703/03.
Aventis, que pidió varias medidas cautelares para evitar el ocultamiento de pruebas, inició la demanda luego de encargar una minuciosa investigación a una agencia, que sirvió para llegar a la instancia judicial con más elementos probatorios.
El ojo todopoderoso
Siempre observados, las medidas y contramedidas se suceden encargadas por una parte o la otra, con el objetivo eterno de sumar información y saber más. Los durísimos cruces que protagonizaron los hermanos Eduardo y María Isabel Escasany, como propietarios del Banco de Galicia, quienes a mediados de 2000 se enfrentaron en una batalla pública que lejos estuvo de la armonía familiar que hacía rato se había perdido. Problemas accionarios de por medio (con denuncia de administración fraudulenta incluida realizada por María Isabel a su hermano mayor, presidente del banco), las cámaras ocultas habrían observado desde corbatas, portafolios o lapiceras reuniones del directorio, sin posibilidad de ser barridas, una contramedida electrónica a la que también habrían escapado algunos micrófonos ocultos. El duelo Escasany vs. Escasany se solucionó luego de infinidad de negociaciones sin que los videos vieran la luz.
Pero más allá del protagonismo y la eficacia de los objetos intrusos, los "players" del sector aseguran que nada mejor que una buena red de informantes. “Sin contactos en la calle y en la policía, no hay chances de hacer un buen trabajo”, afirma el ex comisario Mario Naldi, cabeza visible de Global Solutions, otra de las empresas que actúa en el sector de la Inteligencia comercial.
Te rompo el rating
Como en las novelas de espías nada es lo que parece, y algunas supuestas maniobras de inteligencia se elevan a la categoría de mito. Nadie anda por la vida, empresarial o económica, merodeando con cartel que diga “soy espía”, pero sí muchos enumeran hazañas dignas de James Bond, pero de dudosa credibilidad.
Quizás por ese lazo que la une a la ficción, la televisión, y los medios de comunicación en general, no escapan a los ojos que todo lo ven u oídos que todo lo escuchan. O, mucho peor, lo saben. Desde el empresario que jamás permite reuniones en una oficina y elige confiterías itinerantes hasta personajes de similares hábitos que juran haber regresado a su despacho y recibido un llamado telefónico donde le hacen escuchar su propia voz, con todo lo que dijo en la reunión en esa confitería que dejó hace cinco minutos.
Como muchos dicen, en la tevé todo se exagera. Y hasta se asegura que en la pelea por (o contra) el rating de Ibope hubo cámaras ocultas. “Con escribano público y todo -se ufana un investigador que habría encabezado la tarea- le hicimos cámaras ocultas a más de cien personas de las elegidas para medir el rating. Queríamos demostrar que la medición no era objetiva”. Se refiere a los televidentes que tenían instalados el people-meter de Ibope, el aparato utilizado para la medición.
Algunos fantasiosos imaginan que los canales menos favorecidos por las mediciones se las ingeniaron para que la medición se cayera. Apoyados en las críticas públicas que desde la pantalla de América (Avila-Vila) se hacían contra Ibope, suman dos más dos e imaginan: canales, cámaras, rating, cámaras ocultas. Otros se suman al juego y agregan rumor al rumor, hasta límites disparatados. Como suponer que dos rivales, América y Canal 9 (del grupo Hadad) podían coincidir en que “se cayera la medición”. “Era el momento en que el 9 levantaba la ficción de su programación e imaginaban que iban a medir menos en rating y que eso podía afectar la pauta publicitaria. Claro que los dos canales competían pero a ninguno de los dos les iba a molestar si salía de circulación Ibope y toda la tevé se hacía invisible en las planillas del rating”.
En Ibope prefieren callar y responder con hechos: reforzaron a los 500 integrantes de la muestra no contaminados (que no fueron hechos públicos) y ya reemplazaron a esos 100 que trascendieron, teniendo actualmente 610 personas con people-meters. Mientras tanto, sigue en la Justicia una causa que está en manos del juez Rodolfo Canicoba Corral.
“Nos vemos en la placita”
“En la oficina no porque no sé si está limpia, en el bar menos porque no es seguro”. La charla era impostergable pero no podía realizarse en cualquier lado y el empresario siguió los consejos al pie de la letra, para reducir los riesgos de que lo escuchen al mínimo posible. “Nos vemos en la placita”, le indicó a su colega. El lugar elegido no era casualidad, permite variarlo tantas veces como plazas haya en Buenos Aires y, si no hay bancos de madera o paseadores de perros cerca, se presenta como un lugar seguro, recomendado por algunos especialistas, aunque estar de pie parezca una incomodidad. Eso sí, antes de comenzar la charla, los celulares no sólo se apagan sino también se quedan sin baterías, para que “chuparlos” sea una misión imposible: los especialistas en tecnología saben bien que aún apagado, un teléfono móvil puede transformarse en un eficaz receptor o emisor de conversaciones.
“Las placitas se están poniendo de moda”, aduce Carlos Luna, de Security Factory. Sin embargo, no todos apuestan por el “green-style”, porque existen grandes desventajas. “Un lugar abierto y tan público pone en riesgo incluso la seguridad física de las personas. Lo mejor es un sitio neutro y cerrado, y en lo posible elegido por el que quiere evitar filtraciones”, refuta Capozzi, de SIA.
Aunque la distancia entre los temores que se verbalizan y las acciones concretas aún existe, ya no hay empresarios ni ejecutivos que no estén advertidos del fin de la intimidad. Los barridos periódicos de salas de reuniones y de las oficinas de altos directivos son un pedido común que llega a las consultoras, que suelen cobrar de 400 dólares en adelante, de acuerdo a la complejidad del operativo, que se basa en tanteo manual y escaneo electrónico. “Las empresas que ofrecen barridos por metro cuadrado no son fiables, porque ¿qué pasa cuando hay que barrer una biblioteca?, ¿cómo lo tasan?”, se pregunta Capozzi.
Las amenazas del espionaje no tienen límites y los empresarios han tomado medidas dignas de la trama más insólita de un libro policial. Hay empresarios que pagan hasta u$s 400 para saber en qué andan sus mucamas.
Los operativos se suceden a diario en todos los rincones del país y no hay empresa que escape a la lógica de los espías, o de “Los Simuladores”, como le gusta definir a algunos investigadores para describir las tareas que realiza el ejército de agentes que trabajan para las agencias multinacionales o locales que funcionan en la Argentina.
Daniel Schnitman