Cuando decimos que Nestor Kirchner gobierna con el apoyo de la opinión pública ¿qué queremos decir? El concepto de "opinión pública" no es unívoco y remite a diferentes interpretaciones históricas y aún contemporáneas. La noción de opinión pública fue, según Habermas, acuñada en la segunda mitad del siglo XVIII a partir de la francesa "opinion publique".
Casi por la misma época surge en Inglaterra "public opinion" y hacía tiempo que ya se hablaba de "general opinion"
El hecho que el concepto de opinión pública emerja de la Revolución Francesa, según Sartori, indica también que la asociación primaria del concepto es una asociación política. Es un público de ciudadanos interesado por la cosa pública. En síntesis, el público no sólo es el sujeto sino el objeto de la expresión. Una opinión se denomina pública no sólo porque es del público sino porque afecta a materias que son de naturaleza pública : el interés general, el bien común.
Se argumenta que la "opinión pública", siguiendo la línea de pensamiento de Sartori, con otro nombre existió desde siempre. Por ejemplo, la vox populi del Imperio Romano, el concensus de la doctrina medieval y la "publica fama de Maquiavelo. Locke en particular introducía junto a las leyes de divina y civil, una ley de la opinión y de reputación. Se la ha visto también prefigurada en el "espíritu" de Montesquieu y en la "voluntad general" de Rousseau.
Pero, según Sartori, la "voz pública" o "fama" de Maquiavelo es simplemente fama, fama popularis o incluso los rumores de los romanos. Sólo alude a una reputación que corre de boca en boca . Pero cuando decimos "opinión", no decimos, ni voz, ni espíritu o voluntad.
Estos conceptos aluden a expresiones, deseos o necesidades inmediatas. Cuando Montesquieu trata del espíritu de las leyes alude a un sentido profundo, a un ánimo, mientras que el espíritu del pueblo de los románticos es una esencia metafísica, aunque historiada. La voluntad general de Rousseau aunque es una voluntad racionalizada intelectualizada no deja de ser una entidad metáfisica e indescifrable.
Finalmente, opinión es "doxa" - para referirse a la clasica distinción platónica- episteme, no es saber o ciencia. La máxima objeción contra la democracia, es de hecho, que el pueblo "no sabe". Platón arguía que la tarea de gobernar debía concernir a los depositarios de la episteme, es decir a los filósofos. El hecho que la democracia representativa no se caracteriza como "gobierno del saber" sino por el contrario como gobierno de la opinión, lo que equivale a decir que a la democracia le basta la doxa, que el público tenga opiniones. La opinión pública tiene como rasgo característico datos sobre cómo se gestiona la cosa pública, por eso se convierte en parte constituyente de la teoría de la democracia.
Pero es sin duda en Locke que se prefigura la opinión pública como fuente no sólo de legitimidad, sino también de conducción de un gobierno recto.
Sin embargo, en sus orígenes se trata de una opinión pública que se circunscribe a un público másculino y propietario, un público ávido de protagonismo político que nace con la difusión de la imprenta y que tiene su cuna en los cafés, los clubes y los salones de la burguesía. Es decir, una limitada opinión pública que se considera racional, colectiva y fruto de un debate también público que se expresa en la prensa escrita.
Con posterioridad, haciendo un salto en el tiempo, con el auge de las masas y el sufragio popular los espíritus ilustrados empiezan a temer a la opinión pública. La ven afectiva, irracional, asesina del pensamiento individual, la originalidad, proclive a la violencia, voluble y sobre todo manipulable. Se vuelve a la vieja concepción shakespeareana basada en los romanos. Es la voz de la multitud enardecida de celo repúblicano que viva a los asesinos del Cesar, a Casio y a Bruto. Pero, posteriormente, persuadida por la retórica demagógica de Marco Antonio, cambia en el mismo día de opinión y reivindica al padre-rey muerto, persiguiendo no menos encarnecidamente a los asesinos republicanos de César.
Pero, cuando hablamos hoy en día de opinión pública hablamos de la opinión pública tal como es expresada por las encuestas, es decir, la suma de opiniones particulares.
Con respecto a esa moderna "opinión pública" también hay diferentes modos de concebirla, según lo ha resumido Gerardo Adrogué en un conocido estudio sobre el debate de las propiedades de la opinión pública en Estados Unidos.
El llamado "consenso pesimista" sobre la opinión pública se extendió desde mediados de la década del 30 hasta la intensificación de la guerra en Vietman y se fundó en tres argumentos principales
a) la opinión pública es volatil, inestable e impredecible
b) carece de coherencia lógica y racionalidad
c) tiene escaso o nulo impacto sobre el proceso político de toma de decisiones.
Quien mejor expreso este consenso negativo fue Walter Lippman, precursor en estudios de esa especialidad. Su máximo difusor empírico fue en la década del 60, Philip Converse. Para él, las encuestas solo recogían "door steps opinions" . Ante la pregunta la gente contesta cualquier cosa con tal de dar una respuesta, ergo lo que recogen las encuestas es material de escaso valor. El corolario del consenso pesimista es el siguiente : la opinión pública tiene escaso o nulo impacto sobre los gobernantes quienes no le prestan atención al momento de tomar decisiones, bien porque hacerlo en definitiva es de escasa utilidad, bien porque puede ser insensato y hasta peligroso.
Pero en la década del 60 la guerra de Vietnam cambió el concepto tradicional sobre la opinión pública. Hasta Lippman llegó a calificar al público como más iluminado que el gobierno a medida que aquel se oponía crecientemente al esfuerzo bélico en el sudeste asiático.
El concenso optimista basado en investigaciones empíricas encontró su máxima expresión en la clásica obra "El público racional" de Page y Shapiro,1992. Este monumental volumen, después de analizar medio siglo de encuestas de opinión en Estados Unidos llegó a afirmar la estabilidad, la racionalidad y la predictibilidad de la opinión pública en una democracia también estable. La estabilidad es la norma y sólo ocurren cambios no graduales, sino abruptos cuando median circunstancias especiales. La racionalidad es una de las propiedades distintivas de la opinión pública. Los grandes cambios en las orientaciones de la opinión pública se deben a situaciones de crisis o excepcionales y a la disponibilidad de información existente. Por ejemplo, que Richard Nixon haya bajado de la cima de la popularidad a su punto más bajo después de Watergate es totalmente racional y comprensible, aunque haya sido a una velocidad vertiginosa.
Heriberto Muraro, en la Argentina, prefiere el término "razonable" a "racional". Para él, la opinión es para quien resulta encuestado una estrategia para influir en los poderosos, en los gobernantes, ergo se guía por una razonabilidad fundada más en el sentido común que en la racionalidad. Pone un ejemplo muy interesante de una aparente incongruencia en la que en una encuesta realizada en 1983 sobre votantes totalmente opuestos al peronismo estos estaban, de una forma aparentemente, ilógica de acuerdo con el retorno de Isabel Perón a la Argentina. Interrogados nuevamente, explicaron su posición. Justamente, estaban de acuerdo con que viniera Isabel Perón dado que su mala imagen reduciría las chances de que ganara el peronismo. Este sería un caso de opinión razonable, aunque sin aparente racionalidad ni coherencia lógica.
Pero ¿cuál es el concepto de "opinión pública" que se deduce del análisis de los discursos de Nestor Kirchner ?. El presidente, siempre habla de "una decisión conciente y racional de la ciudadanía". Es decir, se refiere a esa concepción que nació en la Revolución Francesa y que tuvo su primera expresión en la Argentina en el pensamiento de Mariano Moreno. Es, también, la moderna racional, predecible y estable de las encuestas rigurosas, según Page y Shapiro.
Eso es muy distinto a sostener que "el pueblo nunca se equivoca", una concepción romántica y bastante totalitaria. Si el pueblo nunca se equivoca cómo se explica el nazismo y otras lindezas de la condición humana como diría Hannah Arendt.
En ese sentido Sartori diferencia la opinión pública autónoma de la heteronoma, esta última es una opinión que es pública pero no nace del público. Es inducida directamente por la propaganda totalitaria o producto, en diversos grados, de una influencia monopólica de los medios de comunicación masiva. No existe pensamiento autónomo de los ciudadanos, sino una pasividad fruto de determinadas circunstancias políticas especiales.
De todos modos, aunque se trate de una opinión pública autónoma, la tarea del gobernante no es hacer literalmente siempre lo que el pueblo quiere. Sino estar en sintonía, como dice Sartori, con sus demandas. Por ejemplo, frente al tema de la inseguridad el gobierno de Kirchner no cedió fácilmente al pedido de mano dura, pero tampoco se sintió paralizado como otras gestiones progresistas frente a ese sentir generalizado. Por el contrario, Nestor Kirchner senaló frente a la misma Policía Federal, la complicidad de cierta policía y cierta dirigencia política con el delito. Ninguna genialidad ni hallazgo deslumbrante o novedoso. Algo que piensan muchos ciudadanos pero que, hasta ahora, ningún gobernante se había atrevido a decir tan claramente en público. Pero no se quedó en la denuncia : implementó un plan de seguridad, requirió la participación ciudadana y hasta se dio el lujo de dar una inéquivoca señal de su vocación democrática al postular a Eugenio Zaffaroni para la Suprema Corte de Justicia . Ni mano dura ni criminalizar la protesta social ni inercia frente a la convivencia de sectores políticos y policiales con la delincuencia.
Por supuesto, que interpretar realmente una demanda popular no siempre es fácil y la mayoría de los políticos suelen hacer seguidismo con las encuestas. También el favorecido por la opinión pública en determinado momento puede sentirse su dueño, puede caer en la tentación política por excelencia, la hybris griega, la soberbia. Ya tuvimos los argentinos una dolorosa experiencia con la Alianza y, más allá en el tiempo, con las promesas incumplidas de Alfonsín.
Esta tentación de sentirse propietario de la opinión pública siempre existirá. Es de esperar que el presidente no incurra en delirios como el tercer movimiento histórico de Alfonsín o en la parálisis y la inercia de la Alianza. Lo que es casi seguro que la supervivencia de este gobierno dependerá, en gran medida, de esa sutileza, no de hacer lo que el pueblo quiera porque nunca se equivoca, sino de estar siempre en sintonía con una ciudadanía concebida y tratada como racional, estable y decisoria. Sólo así se cumple con el pensamiento de Locke que prefigura la opinión pública como fuente no sólo de legitimidad, sino también de conducción de un gobierno recto.