“Yo
estaba convencido de que nosotros éramos derechos y humanos, que no era
ninguna propaganda. Me molestaba cuando atacaban a la Argentina, y cuando venían
periodistas especializados del exterior y hacían preguntas difíciles.
Entonces decía que todo era propaganda comunista, zurda. Ese era yo, digamos
el más instruido”, rememora el ex
jugador de la Selección Argentina Osvaldo Ardiles en el controvertido Mundial
78. Corría junio de ese mismo año, y la revista Para
Ti inundaba las redacciones de medios extranjeros con calcomanías
donde se puntualiza que “los
argentinos somos derechos y humanos”, confeccionadas por la mano
de obra esclava de los detenidos desaparecidos alojados en la siniestra ESMA.
Mientras el relator José María Muñoz invitaba a los personeros de la
denominada “campaña
antiargentina” a convencerse de que su país era un erial, la
revista Humor
registrado se mofaba abiertamente de tanto esfuerzo ingente para
travestir la realidad. Es que el régimen de facto mostraba una cara bifronte,
una cuidada y formal propalada por los medios cómplices, donde las afectadas
formas de Videla, contrastaba con el caos multiforme de la represión
clandestina. Aunque poca gente lograba percatarse de ello, se respiraba una
atmósfera muy opresiva.
El
Mundial sirvió para disciplinar a las masas, como paso previo a la aventura bélica
del Beagle contra Chile en diciembre de ese mismo año. La corporación mediática
colaboró también con esa segunda parte de lavado de cerebro progresivo,
desactivada a toda prisa cuando Carter y Juan
Pero
esta maquinaria volvería a la carga en abril-junio de 1982, cuando el
trinomio Galtieri-Anaya-Lami Dozo resuelve ocupar las Malvinas. Fue la
oportunidad única de mostrar, al menos para el vapuleado mercado interno, un
Proceso capaz de ocuparse de las causas más caras de la nacionalidad
argentina. Si bien lo que siguió es historia conocida, aún se espera una
autocrítica por parte de algunos selectos personeros de la citada corporación,
que prefirieron llamarse a silencio.
Con la democracia, también se desinforma
Durante
el gobierno alfonsinista aquellos medios que durante seis años sostuvieron al
Proceso, rápidamente mudaron su piel verde oliva por el límpido azul
democracia. El aparato omnipresente de la Junta Coordinadora Nacional, intentó
conformar una realidad paralela donde sólo se filtraban buenas noticias.
Derrumbado Alfonsín luego de los saqueos de mayo de 1989, su sucesor Carlos
Menem privatiza los principales canales de televisión y elabora dentro de los
mismos una eficaz quinta columna. La ideología de la pertenencia de hecho al
Primer Mundo, matizada por el hipotético fin
de la historia y la supuesta muerte
de las ideologías, fue el caballito de batalla que le facilitó al
menemismo triturar medio siglo de luchas y reivindicaciones sociales con el
apoyo casi implícito de la población.
“(..)
Por
otra parte, Menem
sabía comunicarse fácilmente con la gente en general –más allá de sus
identidades políticas-, sin necesidad de montar la compleja maquinaria de la
movilización callejera: en lugar de hablar en la plaza, le bastaba con
responder a entrevistas radiales o visitar los programas de televisión más
populares, opinar sobre los temas más diversos y agregar aquí y allá su
coletilla política. En ese sentido, señala Luis Alberto Quevedo, con Menem
se ingresó en los tiempos de la videopolítica. Esto incluyó también una
forma de recibir y procesar las demandas específicas de la sociedad, a través
de los periodistas y las encuestas de opinión; ante esos mensajes, el
gobierno solía dar una respuesta rápida e inconsulta. En suma, Menem demostró
que, en última instancia, podría prescindir del peronismo y de sus
cuadros”, (Breve
historia contemporánea de
la Argentina, de Luis Alberto Romero).
Pero
a pesar de tanta alharaca, luego de la crisis del Tequila
en 1995 la ilusión menemista de perpetuarse en el poder se esfumó
como pompa de jabón. Cuatro años después en 1999, una fantasmal Alianza
conformada por el radical conservador Fernando De la Rúa y el ex peronista
renovador Carlos Chacho
Álvarez sucedía al sultán de Anillaco, con el gran aporte de
varios medios progresistas.
Estos elaboraron una cuidadosa imagen del anodino rival de Raúl
Alfonsín, revistiendo su desnudez de ideas con una toga de virtuosismo y
apego a la formalidad institucional. A pesar de tan ingente esfuerzo, De la Rúa
fue devorado a partir de la renuncia de Chacho
en octubre de 2000 por un asfixiante entorno que lo alejó de la
realidad. Intoxicado por tan opresivo ambiente, renunciaría como el oriundo
de Chascomús con una gran ayuda de los amigos de siempre en diciembre de
2001.
El
presidente de transición Eduardo Duhalde se vio a sí mismo como el bombero
que apagó los fuegos de la rebelión del 19-20 de diciembre, y los medios
fueron sus garantes en la divulgación del discurso retorno al orden y la
legalidad. Esto llegó al paroxismo en la jornada del 26 de junio de 2002,
cuando intentaron ficcionalizar el crimen de Kosteki y Santillán como un
ajuste de cuentas interpiquetero.
Los
mismos que inventaron a De la Rúa, erigieron al oscuro gobernador de Santa
Cruz Néstor Kirchner como el garante de la nueva política. Ni bien en el
poder, éste comenzó a manipular a su antojo los medios mediante el uso
discrecional de las partidas de publicidad oficial. Desde el 25 de mayo de
2003 se asiste al enfrentamiento de una realidad paralela, motorizada por
dicha corporación, y el acontecer diario que difiere netamente de ella.
Desde
el famoso y risible
cuento chino, pasando por el triunfo
sobre el FMI, para culminar con el pacto firmado entre Duhalde y
Kirchner, el oficialismo ha gastado millones de pesos para comprar encuestas y
travestir realidades. Los prestidigitadores de la información Alberto Fernández
y Enrique Albistur, hacen pasar por caja o directamente aprietan las clavijas
a los pocos hombres y mujeres de prensa que aún permanecen díscolos al
erario pingüinero. Mientras afuera de los despachos oficiales, la campaña en
pro de la intoxicación informativa masiva de cerebros prosigue a destajo.
Fernando Paolella