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Nuevo aniversario del atentado a la AMIA

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LA EVIDENCIA QUE LA JUSTICIA NO INVESTIGÓ 
LA EVIDENCIA QUE LA JUSTICIA NO INVESTIGÓ 

    En algunas horas habrán transcurrido 11 años del atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina. Aunque al unísono se menciona que la causa está parada y nada se investigó, esto no es cierto.
    El juez  Juan José Galeano, además de pagarle cuatrocientos mil dólares a uno de los acusados para que involucrara a terceros ajenos a la misma y cometer mil tropelías, utilizó como ardid un método conocido vulgarmente como “embarrar la cancha”, que consiste en llenar la causa de testimonios e investigaciones dispersas, sin sentido, con el objeto de hacerla ininteligible, mientras que por otro lado el volumen que tomaba el expediente hacía creer que se avanzaba sobre pasos firmes y serios. Paralelamente, ocultaba expedientes que en general contenían derivaciones que eventualmente, podían rozar al ex presidente Carlos Saúl Menem.
   Estos expedientes conforman los primeros cuerpos. Allí donde un criminal inexperto deja huellas, quedó la marca indeleble del modo en que el atentado se perpetró. Estos expedientes primigenios, aún hoy se ocultan a la población.
    Las primeras hojas, están firmadas por miembros de la Policía Federal que poco y nada debieron estar comprometidos con el atentado.
    Así, un oficial comienza a relatar lo que puede observar. Sangre, cuerpos desgarrados, autos semidestruidos, gente conmocionada vociferando, niños muertos, ancianos decapitados y algunos cuerpos que aparentan ser jóvenes mutilados. De todo esto, miles de cámaras oficiales, privadas de curiosos y de periodistas profesionales, toman fotos y miles de metros de películas. Posteriormente, en ninguna de ellas puede observarse nada que muestre el origen de la explosión, con excepción de un pedazo de volquete que se encontraba estrellado contra un edificio vecino a la AMIA, que llama la atención de todos por el estado en que había quedado. Otro pedazo de volquete había decapitado a una mujer a unos 50 metros del lugar de la explosión. El oficial que hace el informe relata que el volquete contenía “signos inequívocos de haber contenido explosivos en su interior”, Mas adelante cuenta que aún contenía restos de lo que parecía material explosivo sin explotar.
    Informa también que de acuerdo a varios testimonios recogidos en el lugar, el volquete había sido dejado por un camión algunos minutos antes de la explosión.
    Comenzaba así un camino hacia la verdad, lisa y llana. Se comprueba pronto que la empresa que había dejado el volquete se llamaba Santa Rita, y que su dueño era Nassibb Haddad, ciudadano de origen libanés, nacido en el pequeño poblado de Einata. La investigación avanza a grandes pasos. Se identifica al explosivo utilizado como amonal, una mezcla explosiva utilizada ampliamente en minería, compuesta por nitrato de amonio, aluminio y gas oil o fuel oil. El agregar aluminio había sido un invento de los nazis, que se descubrió al ser analizadas algunas bombas que Göring y su Luftwaffe habían dejado caer sobre Londres sin haber explotado.
    Horas después, los investigadores detectan que Haddad y su hijo Javier habían comprado miles de kilos del explosivo utilizado, junto a detonadores eléctricos, mechas, y toda la parafernalia necesaria para la voladura. En primera instancia, Haddad dijo no saber nada de los explosivos, pero ante la evidencia abrumadora, cambió el discurso.
    Ante este cúmulo probatorio que en sí significaba virtualmente haber descubierto todos los eslabones que mostraban cómo había sido el atentado, los fiscales federales en forma unánime -no sólo Mullen y Barbaccia- ordenan la detención de Haddad, de sus hijos, y del ciudadano de origen sirio Alberto Kanoore Edul, ya que un segundo volquete había sido llevado hacia la calle Constitución al 2600, y entregado en un terreno presuntamente regenteado por él.
    La investigación sigue avanzando y se detecta que los explosivos adquiridos por Haddad en la firma Delbene y Serris de Olavaria, habían sido comprados utilizando documentación vencida. Recientemente, en un galpón de esta firma (ahora bajo el nombre Explosivos Centro), se encontraron más explosivos y cohetes de artillería del tipo “Katiuska”, utilizados en Medio Oriente para atacar asentamientos israelíes.
   Pero en un allanamiento en Puerto Nuevo, uno de los lugares de actividad comercial de Haddad, se descubre un documento de importancia vital para la causa, que es debidamente secuestrado. Contiene la hoja de ruta del chofer, junto a un plano explicativo de cómo debía colocarse el explosivo que sería transportado dentro de un volquete. Lo primero que sobresale ante el más somero análisis, es que el volquete eventualmente solicitado para las reparaciones en AMIA figura como anulado. Es decir, el volquete llevado a la AMIA corrió por cuenta y orden de la empresa Santa Rita. No había sido solicitado ni por Malamud, el arquitecto encargado de las reparaciones, ni por ninguna otra persona.
    A nombre del chofer del camión Alberto López, existen los dibujos explicativos de cómo debía colocar el volquete frente a la AMIA, observándose claramente un dibujo a mano que muestra la calle Pasteur, el edificio de AMIA, y un llamativo 633 que, observado con cuidado, es un plano virtual del cráter que quedó después de la explosión.
    En otro lugar del plano, se observan dos volquetes, uno con un guión simulando estar cortado, y otro sin marca alguna, mientras que un tercero está situado frente a la pared medianera de AMIA, que en el viejo edificio soportaba gran parte de la estructura. Tal construcción, un volquete mas bajo que otro, permitía ocultar el explosivo, de forma tal que si alguien lo veía, parecía estar vacío, pero debajo del piso había suficiente material como para causar el estrago resultante. El corto se montaba sobre el que debía ser dejado frente a la AMIA, y fue llevado hasta la calle Constitución al 2600.
    Durante los allanamientos e investigaciones posteriores se demostró que en Puerto Nuevo se fabricaban todo tipo de volquetes, incluso algunos “cortados” y otros reforzados, que con el tiempo explicarían el plano, es decir, el porqué de un volquete cortado, de menor altura que aquellos de medida normalizada.


Las declaraciones

    Más de cien testigos afirmaron que frente a la AMIA había un volquete, mientras que otros refieren haber visto dos. Pero sin intención de desacreditar  lo visualizado tanto por ciudadanos que habían pasado por el lugar instantes antes, como por damnificados por la explosión, el propio camionero declaró que había dejado el volquete “justo delante de la puerta de AMIA” lo que exime de mayores comentarios.
    Así, la causa estaba cerrada. Posteriores investigaciones demostraron que Haddad había viajado a la Triple Frontera, tenía grado importante de parentesco con el sheik Fadlallah (material aportado por DAIA en otros), virtual fundador e ideólogo de Hezbollah, y mil relaciones más.
    Pero de pronto, Edul reconoce ser amigo íntimo del presidente Menem (programa de “Chiche” Gelblung, grabado con la presencia del periodista Juan Salinas y del propio Kanoore Edul) y lo que era claro como el agua clara comienza a enturbiarse. El segundo de Anzorregui en la SIDE, el vicealmirante Anchezar, ordena el cese de las escuchas telefónicas y las intervenciones que afectaban a Edul. Sobre el particular bastan las afirmaciones del fiscal Nisman en el programa La Voz y la Opinión, grabado el viernes 1° de julio de 2005.
    De pronto, los primeros cuerpos de la causa se transforman en Secreto de Estado. Quien los menciona, se transforma al instante en un bastardo que sólo merece la excomunión, el ostracismo permanente o tal vez la muerte. En una actitud extraña, un manto oficial de protección recae sobre los amigos de Hezbollah. Las grabaciones se pierden, las libretas de direcciones también, y todo lo que dice Siria o Irán queda prohibido.
    Y así, en este contexto de absoluto encubrimiento ya reconocido oficialmente por el gobierno de la República Argentina, empujada por la Policía Federal aparece en escena la Trafic Blanca, chasis corto, incendiada y reparada, modelo 1989 que, conducida por un suicida, pasa por encima del volquete y se estrella frente a la AMIA. Nadie la había visto estrellarse ni pasar por la calle Pasteur. Nadie pudo filmar el primer día sus restos, esos que a diario se ven humeantes en atentados en Medio Oriente.
    Pero (excepto en la República Argentina) la mentira tiene patas cortas.
    El fabricante (Renault) informó que ninguna de las piezas que habían sido analizadas por sus expertos había sido sometida a fuego. Por otro lado, una pieza vital, como la bomba de nafta, de la que depende si o si el funcionamiento del vehículo, no pertenecía al modelo, no funcionaba ni podía ser adaptada al mismo. La farsa de la Trafic había caído como un castillo de naipes.
    El seguro informó a su vez que el incendio del motor había provocado tal temperatura que la tapa de cilindros se había derretido. Ergo: el pedazo de motor que la Policía Federal decía haber encontrado, se había derretido y deformado en un incendio anterior por lo cual jamás pudo accionar vehículo alguno.
    Mullen y Barbaccia, ahora sospechados, estuvieron a punto de abandonar la hipótesis falsa que siguieron e ir por el camino correcto.
    En un informe detallado, indicaron que la única certeza era que el pedazo de motor numerado que presuntamente había aparecido en AMIA, (no una camioneta con explosivos) había estado en manos de Carlos Telleldín y de su esposa Ana Boragni, cuando partieron con el motor (derretido NdA) dentro del baúl de un Ford Escort, luego de haberlo extraído de la camioneta quemada, frente a la casa del mecánico Cotoras.
    La carrocería de la camioneta que la Policía Federal aseveraba haber sido utilizada en el atentado, había sido llevada por Grúas LAH hasta un desarmadero en José C, Paz, donde fue desguazada. Todo este invento perverso fue para el encubrimiento del volquete.
    Pero había muchos antecedentes de bombas en volquetes y receptáculos para basura, algunos bien conocidos por nazis vernáculos o emigrados oportunamente.
    Exactamente 50 años antes del atentado a la AMIA, el 23 de marzo de 1944, un incidente cambiaría la vida de muchos inocentes. En la Roma ocupada por los nazis, el partisano Rosario Bentivegna, estudiante de medicina conocido con el sobrenombre de Sasá, dejaba un carro de basura cargado con explosivos y todo tipo de metralla en una esquina de Vía Rasella. Al paso de un convoy de soldados italianos que trabajaban para los nazis, el contenedor estalló matando a 33 soldados. Adolf Hitler furioso clamó venganza. ¡Diez por uno! bramaba.
    El lugar elegido para el fusilamiento era una antigua cantera situada en las afueras de Roma. El sitio era conocido como Fosas Ardeatinas y allí 335 ciudadanos sin condena fueron ajusticiados. 75 de ellos eran judíos.
    Uno de los asesinos, que participó de la matanza, estaba detenido después de la guerra en el Campo de Prisioneros número 209 de Afragola (sur de Italia, provincia de Nápoli). Sin hesitar, contó lo sucedido. Los prisioneros fueron llevados en camiones hasta las cuevas. Eran introducidos en grupos pequeños, se los hacía arrodillar en una penumbra macabra que provocaba el uso de antorchas. Inclinados, desde la espalda, se les disparaba en el cerebelo así expuesto. El grupo siguiente era hecho arrodillar sobre los cuerpos calientes y en muchos casos aún con vida, para seguir con el proceso. Nuestro confidente, asesino habitual de las SS relató esto el 28 de agosto de 1946, ante sus interrogadores. Dijo tener 33 años y llamarse Erich Priebke. Entró luego a la República Argentina con pasaporte de la Cruz Roja.
    Poco después del atentado a la AMIA, una bomba puesta por la banda ETA en un contenedor de basura  estuvo a punto de provocar una masacre. Por un segundo, un ómnibus que transportaba a miembros de la Guardia Civil sólo fue afectado parcialmente. Igual murió un ciudadano que tranquilamente esperaba un transporte público.
    Pero aquí la historia no sirve como ejemplo. Aún hoy, los primeros diez cuerpos de la causa permanecen ocultos a la sociedad. Allí donde la verdad emerge nadie puede hurgar. Once años de ocultamiento e impunidad. Un largo viaje hacia la mentira que todavía perdura.

 

Carlos De Nápoli
carlosdenapoli@gmail.com

Escritor / Autor de Urbis 3000,
Ultramar Sur ( en coautoría con Juan Salinas), Evita
y Nazis en el Sur en proceso de edición

 

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