A Mariano Benedit lo mató su doble vida. Ni siquiera su familia pudo explicar a qué se dedicaba exactamente. “Era asesor financiero”, admitieron sus hermanos, sin decir demasiado. En todo caso, las finanzas estaban en sus genes; Benedit S.A, la firma del clan presidida por su hermano Miguel, es una reconocida sociedad de Bolsa que opera en la city porteña, dedicada a articular relaciones entre inversores y empresas y negociar cheques de pago diferido entre otras actividades, con clientes y asociados de peso como el gigante de electrodomésticos New San o la semillera Nidera. Pero Mariano no trabajaba con su familia. Y cuando apareció muerto de un tiro en la cabeza en la Reserva Ecológica el miércoles 17, en una situación dudosa, las preguntas se volvieron demasiadas.
Su muerte fue un shock para la clase patricia. Entidades como la Federación Argentina de Pato –de la cual Mariano fue vicepresidente–, la familia Heguy, el presidente de la Bolsa, Adelmo Gabbi y hasta el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey presentaron sus respetos en la sección fúnebres del diario La Nación. Fue enterrado en el mausoleo familiar en el pueblo bonaerense de General Belgrano, donde los Benedit tienen campos y caballos. Horas después del hallazgo de su cadáver, la Policía Federal allanó una oficina en la calle Esmeralda en el microcentro, asociada a Benedit, en donde supuestamente funcionaba una agencia de turismo. Alguien había vaciado el lugar previamente, retirado sus computadoras. “Acá había una cueva”, dijeron vecinos, un lugar donde se comprarían y venderían dólares clandestinamente. Su entorno comenzó a murmurar de inmediato. “El Gordo” –así lo apodaban– no era de explicar demasiado. Alguien que conoce bien la intimidad de los Benedit confía a Noticias: “El Gordo movía guita de mucha gente, compraba y vendía dólares, compraba también cheques”.
Hagan sus apuestas. Se manejaba, según esta fuente, con el dinero de su entorno: amigos, primos. Les ofrecería un negocio a simple vista irresistible: “Vos le dabas tu plata para invertir y él te prometía duplicártela en seis meses, un año. Mucho no te decía”. Un operador habitué del mercado negro del dinero también supo de él. Dijo que Benedit habría protagonizado recorridas diarias para comprar cheques que luego vendía en financieras más grandes, una actividad que podía reportarle, estiman fuentes en el negocio, unos 40.000 pesos mensuales. Un rumor que hoy es vox pópuli entre los más cercanos a los Benedit habla de presuntos negocios entre él y Julio Grondona, poco antes de la muerte del ex presidente de la AFA –“De repente, consiguió entradas para el Mundial”, afirman en su círculo de amigos–, y hasta de que tendría una cercanía con jefes de la ex SIDE. Durante años, Enrique “Coti” Nosiglia fue su vecino en el edificio donde vivía en la calle Arenales, en Barrio Norte.
Así, entre negocios oscuros y preguntas sin respuesta, Benedit pasó a integrar una lista de nombres que hicieron su fortuna al calor de las restricciones cambiarias en el fin del ciclo K. Es una generación de financistas y prestamistas jóvenes, que se mueven en un mundo de cuevas y dólares negros, definidos por la ambición, por la sed de plata fácil, y –en muchos casos– por finales dramáticos. Además de Benedit, Federico Elaskar, Leonardo Fariña y el desaparecido Daniel Stefanini tienen este ADN cambiario.
Federico Elaskar había heredado el negocio de las finanzas de su padre. Comandó la firma SGI, conocida como “La Rosadita”, con sede en el edificio Madero Center. Hoy, está procesado por el juez Santiago Casanello en la causa que investiga la ruta del dinero K. El extravagante y glamoroso Leonardo Fariña está procesado junto a él. Lejos de Karina Jelinek, preso en el penal de Ezeiza, pesa sobre él la carátula de “evasión fiscal agravada e insolvencia fiscal fraudulenta”.
Desde el 17 de octubre que nadie sabe nada de Damián Stefanini, dedicado al cambio de cheques y a la compraventa de moneda extranjera. Una importante deuda sería el motivo de su desaparición.
No te vayas sin avisar. Benedit –determinaron las pericias– murió de un disparo de su propia pistola, una Bersa 9 mm registrada a su nombre. Las contradicciones en la familia fueron casi inmediatas. Uno de sus hermanos afirmó una y otra vez que Mariano no tenía una pistola; otro de ellos, que de chicos solían tirar al blanco en el campo familiar. Hasta su mamá y su hermana Dolores ofrecen versiones diferentes de cuáles eran los planes de Mariano en el último día de su vida. Horas antes de morir, Benedit había retirado cerca de 150.000 dólares de la caja familiar en la Bolsa de Valores. Lo cierto es que, a Mariano, el dinero que debía lo estaba estrangulando.
Según registros del Banco Central, había contraído una deuda de más de 350.000 pesos con el banco ICBC en junio de este año. Al momento de morir, tenía un saldo deudor de casi 600.000 pesos en distintas entidades bancarias. Pero fuentes cercanas a la causa, investigada por la Fiscalía Criminal Nº19 a cargo de Graciela Bugeiro, hablaron de una supuesta deuda general que sería mayor a los 600.000 dólares y una “situación financiera comprometida”. ¿Qué estaba pasando?
La fiscalía, de acuerdo con la evidencia disponible, insiste con una hipótesis de suicidio. Pero que Benedit se haya matado por deudas suena improbable. Acababa de ser padre; tendría que haber bautizado a su hija de dos semanas el día de su entierro. Y si le faltaba dinero, no solo tenía el de su familia para cubrirse: los Fornieles, la familia de su mujer, integran una reconocida escribanía ligada a las empresas de los Pérez Companc. Jorge y Gloria Pérez Companc también publicaron avisos fúnebres en memoria de Mariano en La Nación. ¿Alguien lo mató y disfrazó la escena? La teoría suicida no encaja del todo. Su supuesta oferta de multiplicar inversiones casi mágicamente, tampoco.
Un veterano financista acostumbrado al circuito de la city sonríe con desdén al oírlo y dice: “¿Duplicar la guita? ¿Con qué tasa? No hay forma de hacerlo, ni en un año. Bah, dependiendo con quiénes labures. Acá todo se mezcla. En este negocio, el dealer de droga y el mediano empresario terminan en la misma vereda”. El hombre integra la guardia original de operadores del dólar negro: ex bancarios y agentes bursátiles expulsados por el sistema que tuvieron que reinventarse.
La clave, para él, es hacer negocios sin codicia: “Recibí ofertas de políticos, de mexicanos y colombianos, y no quise hacer negocios con ellos. Venían con 50, 100 mil dólares. Me negué. Trabajo con medianas empresas, por ejemplo, con una clientela que sé de dónde saca su plata. Eso asegura mi tranquilidad. Podés tener una tasa de un punto, sacar unos siete mil dólares mensuales y vivir muy, muy bien. Pero estos chicos nuevos no lo entienden. Son angurrientos. Quieren hacer cien mil en un mes. Para juntar esa plata, tenés que arriesgarte, y mucho”, afirma.
La forma de hacer las cosas. Gastón Rossi, director de la consultora LCG y ex secretario de Política Económica, afirma: “El flujo de operaciones que se realizan en este mercado oscila entre los 5 y los 30 millones de dólares diarios, dependiendo de lo que sucede con la brecha cambiaria, de los controles oficiales, de la dinámica de las reservas, de las necesidades de las empresas, etc. Obviamente, cuando a finales de septiembre la cotización del dólar informal disparó a 16 pesos las operaciones aumentaron notablemente”. Y sigue: “Si bien desde una perspectiva macroeconómica es mucho más relevante la cotización que surge en el mercado del denominado ‘contado con liquidación’ –que es el que operan las empresas y que surge del precio implícito entre títulos públicos en pesos y en dólares–, lo cierto es que la cotización del dólar informal termina funcionando como un ‘termómetro’ de la economía”.
Un joven de la nueva guardia del mercado negro, que conoció bien los pasillos del poder, le explica a Noticias cómo funciona el negocio, y lo fácil que es caer en la tentación: “Es plata fácil, les permite vivir bien y sin esforzarse, pero lo que caracteriza a estos jóvenes es que la codicia los puede. Y es ahí donde se la complican solitos. El problema es que muchos no cuentan con lo que en el mundo financiero se llama ‘análisis de riesgo’ y la codicia hace que terminen endeudándose hasta tener que pagar como sea. No hay nada peor para un financista que le pidan prestado para prestar. Muchos de estos pibes se creen Leonardo Di Caprio en el ‘El Lobo de Wall Street’. Piden préstamos de capital pero solo una parte la utilizan con ese fin y otra la invierten en la compra de cheques o de moneda extranjera ilegal”.
El primer gran inconveniente suele surgir cuando rebota el primer cheque, que es el segundo corazón del negocio aparte del dólar blue: se le crea al joven y codicioso financista una cesación de pago que lo obliga a pedir prestado más dinero a la financiera con la que trabaja, para cubrir los agujeros que se le crearon. Y, cuando no se tiene un respaldo sólido, ese primer préstamo se convierte en un camino de ida a la caída directa. La secuencia de cheques rotos se convierte en un círculo vicioso. Y ahí los problemas se hacen sentir.
¿Cuándo llega una sentencia de muerte? La misma fuente teoriza: “En el mundo financiero hay personas realmente pesadas, tipos a los que no les gusta que jueguen con su plata y menos que la usen para prestar. Tipos a los que 500.000, uno, dos o tres millones de pesos no les mueven la estantería. Pero, ¿qué pasa si no se toma una medida extrema? A ver, a un muerto no le vas a cobrar nunca, pero ahí es donde queda claro que, para algunos, la plata no es lo que les molesta, sino el incumplimiento. Para mí, a Benedit se le acabó el tiempo. En esto, de una forma u otra, las deudas se pagan” (Revista Noticias).