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El Gobierno confía en un 2015 sin sobresaltos

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LA ESPERANZA DE LLEGAR AL 10 DE DICIEMBRE
LA ESPERANZA DE LLEGAR AL 10 DE DICIEMBRE

Con la estrategia de aplicar ajustes graduales y permanentes intervenciones en la economía, el gobierno aspira llegar al 10 de diciembre próximo sin sufrir demasiados sobresaltos capaces de desestabilizar el final de mandato, y tal vez por ello Axel Kicillof comenzó a moverse casi como candidato.

 

Si bien el mecanismo de emparchar problemas ajustando variables aquí y allá desnuda ausencia de un plan global de largo aliento en pos del desarrollo, la Casa Rosada opera más pensando en el día después, cuando Cristina Fernández deba dejar el poder.

"No vamos a dejar ninguna bomba porque estamos pensando en quedarnos", subió la apuesta el ministro de Economía.

Pero ¿quedarse con qué? ¿Cuál es la herencia que dejará el kirchnerismo tras dilatados 12 años en el poder?

Es la pregunta que buscan responder quienes a diario toman decisiones en la Argentina, preocupados por el enorme gasto público, el desequilibrio de las cuentas, el entramado casi indescifrable de subsidios, la emisión descontrolada y otros problemas.

Kicillof es un ministro de Economía a poco de cumplir 44 años y cada vez más dedicado a la campaña electoral, a quien la presidenta Cristina Fernández le endulza el oído haciéndole saber que es uno de sus preferidos.

Como hizo con Amado Boudou en 2011 y antes, a través de Néstor Kirchner, con el radical Julio Cobos en 2007, Cristina aspira a elegir en forma unilateral quiénes serán los principales  candidatos, y allí Kicillof tendría un rol preponderante.

El martes, día de la medida de fuerza que paralizó la actividad, el jefe de Economía eligió irse al sur, y por eso no se lo vio junto a la presidenta en el colorido acto en La Matanza.

Viajó en avión privado y estuvo rodeado de fuerte custodia. Un periodista neuquino dijo que el ministro había sido apedreado tras un acto y uno de sus guardaespaldas resultó herido.

Kicillof no lo dejó pasar: "Ni una piedra, ni agresiones, sólo entusiasmo y afecto; y con más de 2.000 testigos", tuiteó.

El ministro fue a Neuquén para "fortalecer" la imagen del kirchnerismo en esa provincia, según hicieron trascender sus allegados.

Allí llegó para apoyar a los candidatos K Ramón Rioseco y Alberto Ciampini, con quienes dialogó casi en campaña.

Contribuyó así a fortalecer la idea de que podría integrar la fórmula del Frente para la Victoria, tal vez como vicepresidente.

Quiénes presenciaron sus charlas con candidatos y empresarios en la Patagonia sostienen que el ministro captó rápido el estilo presidencial: habla y baja línea, pero no escucha.

Nada de llevarle reclamos o hacerle notar que hay cosas que no funcionan. A los pocos que se animaron a mencionarle que la economía atraviesa un momento de desaceleración, les reiteró lo mal que está el mundo y cómo la Argentina logró diferenciarse gracias al "modelo".

Se sabe, en el kichnerismo hay poco espacio para la duda, la certeza es un dogma y hay nulo lugar para la autocrítica. Kicillof es un fiel exponente de esa ideología blindada.

A pesar de que esa provincia está gobernada por Jorge Sapag, líder del Movimiento Popular Neuquino y aliado del gobierno, Kicillof dijo que hacen falta más gobernadores "consustanciados" con el modelo.

Fue al darle su respaldo al candidato a gobernador K, Rioseco, quien viene criticando la "falta de inversiones" en la provincia.

Dicen que la presencia de Kicillof no le hizo gracia a Sapag.

Pero el ministro no sólo fue a respaldar candidatos a varios kilómetros de la Ciudad, sino que días antes había invitado al presidente de Aerolíneas Argentinas, Mariano Recalde, a participar de la firma de acuerdos de la Red Comprar.

Allí pronunció el deseo del gobierno de quedarse. El ministro debió defender con uñas y dientes el impuesto que grava los salarios y genera mal humor en más de un millón de trabajadores y sus familias.

También buscó despegarse del fracasado intento que protagonizó junto a Aníbal Fernández cuando el lunes último intentaron convencer a empresarios del transporte de sacar algunos colectivos y micros a la calle para atenuar la magnitud de lo que se venía.

Por las dudas, les recordaron los subsidios millonarios que cobran y les pidieron transmitírselo a sus trabajadores.

Pero ya era tarde, la huelga estaba instalada y las calles desiertas en los principales centros urbanos fueron un mal trago que ni siquiera el entusiasmo de los militantes de la empobrecida

La Matanza —castigada por la inseguridad, la falta de servicios adecuados de salud y los problemas de infraestructura— pudo mitigar en el mal humor presidencial (NA).

 

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