La redacción estaba vacía, sólo el Editor ensimismado en un juego
de golf solitario. El otoño que cae liviano
para algunos, aterciopelado de hojas secas, deja sin casas, ni trabajo, sin
ciudad a miles de miles en New
Orleans, Alabama, Mississippi, Louisina, y Texas. La antigua Tejas pierde algo
más que sus techos, el temor viaja
sobre sus carreteras, la prisa del miedo y la muerte.
No me escuchó, ni sintió encender la TV. Estaba absorto, inclinado
hacia el vacío. Casi una semana persiguiendo a Rita, con su ojo profundo, más
oscuro que su maraña plomiza de cabello descontrolado, el ojo de la tormenta,
que no deja de mirar desde todas partes, vigilante, amenazador, insaciable,
casi vengativo. Días febriles, cantos de cisnes viejos,
urracas que no dejan desperdicios, ni de chillar, violines que son
luto. Las caras de los reporteros, una interrogante pesada sobre una mancha de
aceite. Nadie pensaba, sólo miraban los ojos del horror y el cuerpo reciclaba
gotas de alucinante pavor. En cada frente el nombre Katrina, el ojo del huracán.
El agua oscura de la impotencia, era lo que veía correr detrás del sudor, la
voz del desaliento estaba trancada en la garganta roja de pavor, amarilla, lívidos
rostros, azules manos. Tres ojos de
huracanes femeninos nos observaban, con sus miradas de ciclón:
Katrina, que ya había desolado
el alma de tres estados, Ofelia, más benigno, y ahora Rita, que me recordaba
a la colorina Hayworth con su sensual boquilla y la mirada de gata inocente.
Largas piernas de tulipanes rojos, sus sombreros como girasoles, paraguas de
veranos, cálidamente encantados. Era la diosa del amor de Hollywood.
Yo pensé de inmediato que el nombre, la realidad en verdad, venía de
Hollywood, y que no era ficción lo que este rodaje traían mis ojos. No había
dudas, Rita nos llegaba con sus viejos filmes: Apuro en Tejas, Vieja
Luisiana e Infierno de Dante.
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UN TELAR DE SUEÑOS
El telar de sueños, se adelantó con sus titulares de algunos filmes, pero la
realidad está dejando sin trabajo a Hollywood, le gana en el pánico, hace
del miedo algo verdadero, porque pone a experimentarlo en carne viva. No más
extras que los propios protagonistas. Hollywood lanzó
el bumeran del miedo, pienso, cuando veo estos rostros más pálidos
que un pan de manteca antes de caer al sartén. Me concentro en la pantalla y
es el Éxodo de Houston, Texas, el que me sugiere que estamos ante catástrofes
bíblicas, al menos en sus preparativos, ensayos. Miles de automóviles prácticamente
sin rumbo abandonan la ciudad, un hecho tan real, como que son 2.2 millones de
personas, una cifra de extras impensables para el mismo Hollywood. Rita
tiene un diámetro de casi 500 kilómetros, cubre el aire como la
Fuerza Aérea de Estados Unidos, de manera implacable. Viaja más modestamente
quizás, a poco más de
200 kilómetros, pero la masa que mueve es proporcional al terror que
siembra y a la devastación que producirá.
Rita, sube y baja en la escala de las clasificaciones de los huracanes, que
oscila entre 1 y 5.
La Traición de Rita Hayworth,
de Mauel Puig, terminó imponiéndose como título para un huracán veleidoso,
como una serpiente que te mantiene en ascuas hasta que sólo te lanza el
veneno sobre el hombro para asustarte. Rita hizo algo parecido con la poderosa
industria petrolera norteamericana del Golfo e inclusive con ciudades enteras.
Provocó el Éxodo más grande en mucho tiempo en Estados Unidos y una
tragedia que le costó la vida a 24 ancianos enfermos, de 45 que huían
atemorizados por la carretera. Rita impuso
su escalofriante ritmo de pánico, pavor, y obligó a que la Casa Blanca
pusiera ojo a su tormenta. George Bush viajó a la base aérea de
Peterson, en Colorado Springs (Colorado), donde está la sede del Mando Norte,
y se reunió con generales y expertos, para seguir el curso de la inefable
Rita, que traía una cola más
larga que el pavor de la
carretera de Houston. El rostro
de los allí reunidos, reflejaba la dimensión de la impotencia, ante un fenómeno
de esa naturaleza, tan conocido como desconocido, impactando en los rostros
del desconcierto. Katrina ya había hecho el trabajo.
Esta vez, Rina sacó
de la Casa Blanca al presidente, lo
sentó a ver sus movimientos en un lugar seguro, a distancia, mientras miraba
con su ojo en tormenta, Texas, el
estado del presidente, cuyo Rancho había ardido en plenas vacaciones con la
presencia de Cindy Sheehan, la madre del soldado muerto en Irak y un grupo de
pacifistas. Los Hurricans, no han dejado respirar a GB, que en esta temporada
ha adicionado a un poderoso enemigo visible, pero que ataca sin ser atacado,
aunque se anuncia, deja ver, contemplar, temer y sentir finalmente mortal. El
poderío bélico y satelital, sólo sirven para observar con asombro y pavor
la destrucción de una incuantificable infraestructura, además de las pérdidas
humanas. Lo intangible se mide por
esa mala adrenalina que agrega el fenómeno durante días, por si no hubiese
suficiente veneno en la enrarecida atmósfera post Irak. La naturaleza
pareciera devolver, Golfo por Golfo, las profundas heridas que el mono
porfiado, amo de la Tierra, le abre en sus entrañas. Los delfines huyen del
terror de sus amos, tras el paso de los huracanes, en el
sudeste norteamericano. Los inocentes mamíferos son entrenados para
prevenir ataques antiterroristas. ¿Son los delfines del Dios Occidental?
Mueren en las redes de los pescadores, todos los días. Nadie puede ignorar su
inteligencia y gracia, su sexto y séptimo sentido, la belleza de su alma en
el brinco sobre el agua.
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LA NOCHE TRISTE, BAUTISMAL
La realidad es esta ficción caótica, un ventanal húmedo soplado por algún
gigante. No estamos solos en el terror, en esta muerte espantosa, la trampa se
arrastra en el desolado camino, sin ausencia, alguien apuñala la noche
bautismal y tú aplaudes el dorado infierno que la noche atraviesa en la pieza
oscura del poeta. Yo no firmo con mi nombre la venganza del muerto o la razón
del vivo. Que otros despierten del sueño. Que el sueño sea liviano. Y el
viento mece la cuna dormida en sus propias alas. La noche tibia del espanto
descansa en el umbral del mediodía. Nada se apaga, sino tiene fuego. Una caja
de fósforos arde en la fantasía de un pirómano. No necesitamos ficciones,
ni conjeturas. La realidad es abrumadora. Los ejércitos de la muerte se
alternan su oficio. Centroamérica y México, envuelven la tragedia con su
viento negro. El celofán muerto de la tierra crece en el monte de los olivos
de sus olvidos. Florece el verde, que el amarillo niega
a una supuesta esperanza. Lodo de un misterioso entierro. El tiempo ya
lo borra todo, como en el principio. El agujero negro roba la imagen al
celuloide. México viene de vuelta en el sacrificio, la esponja de un Dios
envuelto en lágrimas, arrastra el lodo final. América latina es la margen de
un calendario bisiesto. La muerte es lo eterno. Los trapos sucios
cubren la Noche Triste de Hernán Cortés. Yo imaginaba las manos del
Poeta con un trompo azul en las noches tibias, disecadas en una luna llena,
sin preámbulos. Las aldeas se hundían en el lodo, ningún grito apaga otro,
es su eco el que se incrusta en las campanas de los caminos y pueblos. ¿Para
qué hablar del mundo si el tiempo tiene un sable sin horarios? Se recogen las
mejillas, caen los glúteos, un intestino aflora en un brazo del Mississippi.
Hiede el viento, la sombra que lo conduce por las aguas, las paredes que aún
permanecen, los falsos diques de la muerte. Todo se afloja en una bocanada de
humo, en el suspiro de un ratón afiebrado, la peste somos nosotros, Camus. Se
cae una caja registradora en Las Vegas, fichas y dinero ruedan por el
desierto. Una mano de póquer entre un zorro y una culebra. Un grillo seco,
largo, de ojos azules, patas rojas, con una mochila dorada llena de mapas del
desierto, reparte las cartas, con su pequeño naipe de arena. Cartas azules,
la baraja del cielo, todo bajo las estrellas, y un frío en el límite de las
palabras. Los ases de corazón iluminaban la noche y las sonrisas de los
jugadores. Las Vegas no dormía a esa hora. Las máquinas tintineaban una
suerte efímera. Alguna mujer si comenzaba a desnudarse. Las ventanas dejan
caer esas siluetas sombreadas sin compromiso.
Alguien bautiza la noche en nombre de la suerte. El
desierto juega su propia partida. Un motor de un viejo fantasma de un
Chevrolet, se aleja en la carretera. Algún destino lleva. Aún existen
pueblos donde nada se pregunta. La noche es un botín helado. Alguien espera a
alguien. Nadie deja más de una huella al partir. La mano que lanza una
piedra, se abre. La piedra puede volver, lanzada por otra mano. El bumeran
existe. No tiene color, ni peso, o medida, es un intangible que uno maneja,
aunque el viento no sople o sea contrario. La naturaleza recicla el espíritu
oxidado de la tierra y lo expulsa, vomita, es lava, azufre, el aullido de un
perro podrido de espanto Nadie se engaña más que el hombre que tropieza
sobre la misma piedra. La puerta es misterio, hasta que
una llave ingresa a su cerradura. Un muro existe para el silencio. La
ventana abre un cuarto, lo pone a
respirar y agranda el paisaje. La persiana o una cortina, construyen el
misterio. Yo dejo el ventanal a su libe albedrío. El crepúsculo se lo va
llevando delante de mis ojos. La calle comienza a guardar distancia. El
recuerdo inventa lo que ya no está allí. Uno adivina lo que la sombra oculta
o hace visible para sí misma.
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EL CALENDARIO SIN FIN DE JAMES DEAN
La imagen de James Dean es lo más fresco de estos días. La adolescencia que
el tiempo no borra. La muerte se reserva aniversarios inmortales. Célebres
diría o para conmemorarlos. James
Dean es un for ever, ever. Le
ha marcado un duelo al mundo cinematográfico. Rebelde sin causa, Dean, un
actor al este del paraíso, lleno de futuro. Se despidió como un Gigante con
Rock Hudson y Elizabeth Taylor, bañado por el éxito y una fama que
presagiaba su imortalidad más allá de la muerte. En un Porshe, la velocidad,
el destino le arrebató finalmente la vida a los 24 años de edad. El
calendario es de 1992 y está
ilustrado con una foto inmortalmente clásica de james: la mirada que no mira
más que el infinito que escruta con una misteriosa sonrisa, el cigarrillo
encendido entre los labios y su chaqueta informal, deportiva, abierta con el
cierre sobre el estómago. La escena no estaría definida, si no estuviera
sentado sobre el capot de un automóvil negro. (1992 Calendar). Detrás está
la noche y el horizonte de algún lugar en alguna ciudad. Ya tiene 13 años el
calendario y hace 50 años que murió.
Enero abre con una foto que lo muestra de trascuartos y con la mirada aún más
a los James Dean. Entorna aún más la mirada, se adivinan sus ojos
azules, el cigarrillo entre los dedos, la otra mano en la cadera, su camiseta
blanca en el fondo de la chaqueta deportiva, con uno de sus cuellos subidos.
En febrero comienza la infancia y adolescencia deportiva. Sorprende un James
Dean jugando básquet ball con lentes y también béisbol con unas grandes
gafas redondas. Marzo, mi mes, el favorito del Poeta, trae tres fotos
legendarias. Un retrato a medio cuerpo con
su campera, jacquet, parabrisas rojo, abierta en el mismo lugar
informal un poco más arriba del
ombligo. Con el actor juvenil,
Sal Mineo, al borde, en el parachoque de un automóvil de los años 50.
Y cierra marzo,
una escena emblemática: James Dean y Natalie Wood, conversando informalmente,
James colgando de una ventana con apoyo de su codo sobre
una cocinilla con un balón
de gas. Abril, el rostro combinado del irascible inconformista extraño
adolescente rebelde y el descomplicado James Dean, esperando el futuro. Mayo,
la imagen de Al Este del Paraíso, el adolescente incomprendido de sí mismo y
por los demás, la mirada de la
post guerra, en mayo. Sentado
sobre un convertible blanco, deja caer sus clásicas botas y cruza sus manos
en otra foto con Natalie Wood, ella vestida de amarilla y él dentro de un
automóvil, con su mirada de ojos entornados hacia el alma. Y
cierra el mes de junio, al volante en un automóvil deportivo de
carrera, con el número 75. Julio, agosto y septiembre,
las escenas de un rebelde en la rebeldía
de sus causas, un James Dean bajo el lente de Hollywood , pero en la
mirada de un público fiel hasta el día de hoy. Octubre es Gigante, un James
Dean con su chaleco rojizo y camisa de mangas largas, algo amarillenta y blue
jeans y el sombrero tejano rompiendo el aire. Noviembre es la rebeldía
nuevamente, el adolescente detenido por la policía, J.D., frente a su alma,
en un solitario bar, la mitad de un güisqui. (Qué
feo se escribe en castellano whyski) En una calle desolada bajo la
lluvia, con abrigo, caminando alo
James Dean, porque no podía imitarse más que a sí mismo, con una mano en el
bolsillo y la cabeza buscando lo inencontrable, el calendario llega a
diciembre. Un rostro con un suéter cuello de tortuga y la mirada con cierta
displicencia, la insolencia del olvido, y otro rostro algo triste, un poco
posado al natural, cierran el año 92, la última página de diciembre.
Siempre el calendario bota un día más, la letra del verano siguiente o el
otoño amarillo recortado en la vieja sombra del porche. La vida no
es más que una esperanza. No es lo mismo que el azar, que pareciera
escudriñar en tu pasado. No son tiempos para acertar. Toda ruleta se conecta
con lo probable. Un tal vez y no es seguro. El Norte y el Sur siguen girando,
como Oriente y Occidente. Siempre alguna moneda resulta falsa. Las palabras no
siempre son verdaderas. Las épocas son como las viejas manecillas de algún
reloj que nadie controla en una plaza abandonada. Hay signos que toman el
camino equivocado y señales que son luz. Hay
tiempos que se doblan como hierro fundido y caen los restos de una ceniza
irreparable. Días que son de
aserrín, imposibles de compactarlos. Una mantequilla áspera pareciera
recorrer el pan de un invierno. La noche es un perro gris, el tiempo, una
posibilidad, un artificio de la memoria.
EPILOGO DE UN EPILOGAR QUE ES SOMBRA DE ESPEJO
Todo sigue como si la fiesta se cerrara en un ataúd viejo.
Y algún ruido exótico pariera desconocidas primaveras en abril o algún mes
que el calendario guarde bocabajo. Que las rosas se pudran bajo tus tacones,
dijo una vez el Poeta. Sentí el peso de sus palabras, la tormenta de nieve,
el vacío. Harold Pinter, (confieso que no
he leído una palabra sobre sus dramas) ha subido al Olimpo de las
letras, en el ascensor del Nobel 2005. Es noticia H. P. Los académicos han
dicho que sus obras descubren el
precipicio que hay detrás de los balbuceos cotidianos y que irrumpe en los
espacios cerrados de opresión. Somos el precipicio, la opresión viene de más
arriba. Un autor poco traducido al español. Dejemos a Harold, que tendrá a
quien le escriba. Las Américas tendrán su cumbre en noviembre próximo en
Mar del Plata, Argentina. Se espera una agenda
oficial, esa global por sobre las cumbres, un aire de altura, la
superioridad de quien mira por sobre el hombro del pueblo, de la gente común
y corriente. Del people, people, en buenas cuentas. Y las reuniones
alternativas, los que vienen de distintos puntos de las Américas y del mundo
a protestar por un mundo
desigual, injusto, asimétrico, convertido en el gran espacio de inequidad,
que comparten más de dos mil millones de pobres con los dueños del panal de
esta esfera azul llamada tierra. Rueda la moneda y caerá a un pozo oscuro, y
tal vez un sapo le cante un poema al sistema. Oh tiempo de capitales/una
flor se pisa y crece/la palabra es la rueda/o la cizaña que reemplaza al
trigo/Escoge príncipe encantado/el beso de las amapolas/ o el ruido de
palomas rojas/sin nido, ni alas/sombras de un vuelo detrás de un ventanal/sólo
permanece encantado/aún no es la hora.