El conscripto
Sandro Rubén Nervo nació el 3 de agosto de 1969 en Villa Regina (Río
Negro). El 11 de marzo de 1988 ingresó al Regimiento 4 de Caballería de San
Martín de los Andes para cumplir con el servicio militar obligatorio y
falleció, bajo bandera, el 14 de noviembre de 1988 a los 19 años.
El tercer domingo de
octubre de 1988, Elena Necchi fue a visitar a su hijo al Regimiento para
compartir con él el Día de la Madre. Lo encontró en perfecto estado de
salud y de ánimo, y quedaron de acuerdo ambos en que Sandro viajaría a Villa
Regina utilizando sus francos al finalizar el mes. Por este motivo, para fines
de octubre su madre lo llamó para tener la certeza de la próxima visita de
su hijo. En esa ocasión no pudo establecer contacto con él, pues en el
Regimiento le daban vueltas diciéndole que no podía atender su llamado
porque estaba ocupado en alguna obligación, que su madre ya no recuerda.
Poco después, un
conscripto amigo de Sandro avisó a sus padres, a escondidas de sus jefes, que
se encontraba muy mal de salud y que estaba en el hospital de San Martín de
los Andes.
Simultáneamente, el médico
que lo atendía en ese nosocomio les comunicó, por intermedio de un
profesional de Villa Regina, que su hijo se hallaba muy mal y que debían
viajar inmediatamente.
Ya en el Regimiento les
informaron que Sandro ingresó a la enfermería de la unidad el 1 de noviembre
de 1988 con un cuadro de cólico hepático y que el 3 de noviembre lo
derivaron al hospital zonal Ramón Carrillo de San Martín de los Andes con
diagnóstico de neumonía. Allí fueron los padres, por sus propios medios,
quienes lo alcanzaron a ver en una cama y en grave estado, con mascarilla de
oxígeno. Con todo, Sandro alcanzó a contar a su padre que "se armó un
lío bárbaro acá... uno de mis compañeros (él y seis conscriptos más
estaban destacados en el Casino de Oficiales) se robó un fusil de la
fanfarria...", e intentó explicarles por qué se encontraba en esa
situación, pero no pudo decir más nada.
El 5 de noviembre fue
derivado en grave estado al Hospital Regional de Neuquén con diagnóstico de
bronconeumonía.
Sus padres recordaron
entonces que cuando Sandro fue a hacerse la revisación para el servicio
militar, al Comando de Neuquén, le habían detectado algún problema, por lo
cual junto con dos muchachos más lo derivaron a Bahía Blanca para hacerle
una nueva revisación, pero parece que no la efectuaron y lo consideraron apto
para todo servicio, por lo que luego se incorporó al Regimiento mencionado.
Por desgracia, Sandro Rubén Nervo había tenido neumonía cuando era niño.
Ante la gravedad del
cuadro clínico de Sandro, el general Balza, a cargo del Comando del Ejército
con sede en Neuquén, hizo venir con urgencia al jefe de Terapia de Campo de
Mayo. Este alcanzó a llegar para revisarlo y le dijo al padre que "ya no
hay nada que hacer" y que si se salvaba iba a quedar mal, porque tenía
afectada la parte neurológica. Además cuando estuvo en el Hospital Regional
de Neuquén había tenido un infarto.
Sandro Rubén Nervo
falleció el 14 de noviembre de 1988.
Su padre fue al Comando de
Neuquén a hablar con el general Balza. Este le dio el pésame y comisionó a
un sargento García, a un sargento primero y a un teniente primero de apellido
Domínguez para que asistieran al velatorio el 15 de noviembre en Villa
Regina. El Ejército se hizo cargo de los gastos de traslado del cadáver y
del sepelio.
En oportunidad de la
presencia de esa comisión en el velatorio, el sargento García le dijo a la
madre de Sandro que el Ejército les iba a pagar una pensión a ella y a su
esposo. Pero pasaron los años y nunca se les informó nada al respecto. En
1993, al hacer los trámites de excepción del servicio militar para su hijo
Marcelo Nervo, tampoco preguntaron nada al respecto. La resignación y un
cierto fatalismo del padre y por qué no también una dosis de miedo a lo que
pudiera pasarles a ellos, les hacía dejar de lado cualquier posibilidad de
esclarecimiento de lo sucedido y de algún eventual resarcimiento pecuniario.
Tal vez esto último, o bien la sencillez y humildad de ambos, explique por qué
cuando estuvieron con su hijo en ningún momento procedieron a revisar su
cuerpo para ver si tenía marcas de golpes.
A los pocos días
recibieron una nota oficial de pésame del jefe del Regimiento 4 de San Martín
de los Andes, teniente coronel Alfonso.
Poco después un
conscripto compañero de Sandro habló con su madre y le dijo que tenía
muchas cosas para contarle sobre la muerte de su hijo y que si era necesario
él estaba dispuesto a atestiguar sobre lo que sabía, pero al verla anímicamente
mal, por delicadeza, no dijo nada más. Tampoco la madre intentó
posteriormente ponerse en contacto con él.
Aquel compañero del
servicio que les había avisado que Sandro estaba en mal estado visitó a los
padres, una vez que le dieron la baja, y les contó que a Sandro lo habían
tenido tres días tirado en una cama sin atención médica y en muy mal
estado, sin comida incluso, y que los amigos le daban té porque no podía
ingerir bocado alguno y que cuando decidieron llevarlo a la enfermería entre
dos compañeros no se podía mantener en pie.
Seis años después, la
familia recibió información de otro ex conscripto compañero de Sandro
acerca de que mientras estuvo tirado en una cama, al comienzo de su agonía,
los jefes lo sacaban de la cuadra a hacer ejercicios agotadores y cuando volvía
vomitaba sangre.
Aproximadamente al año de
su muerte, los padres de Sandro viajaron al Comando de Neuquén con la intención
de recabar ayuda económica para terminar la construcción de un panteón que
le habían dedicado. En primer lugar los atendió un abogado del Comando que
les dio muchas vueltas en sentido negativo. Razón por la cual fueron a hablar
con el Tte. coronel Torres por la misma causa. Este los despachó
favorablemente, prometiéndoles que en pocos días tendrían novedades. Y así
fue, la madre de Sandro, notificada al respecto, viajó al Comando de Neuquén,
donde el citado Tte. coronel le entregó un cheque del Ejército Argentino,
cuya cifra no recuerda ni el tipo de moneda en que se hallaba formulada. Hoy
la estiman en algo así como el equivalente a unos 2.000 pesos actuales, con
los que terminaron la obra de construcción.
En 1993 iniciaron el trámite
de excepción del servicio militar para su hijo Marcelo Nervo, pero por temor
no preguntaron nada acerca de la extraña muerte de Sandro.
En 1999, por insistencia
de otros familiares más que por propio deseo, tomaron la decisión de elevar
una nota al jefe del Regimiento 4 de Caballería de San Martín de los Andes
para solicitar una pensión por la muerte de su hijo. Tres meses después
recibieron una carta para que se presentaran en el Comando de Neuquén. Allí
los atendió una señora encargada de los trámites de pensiones, quien de
entrada reconoció que era procedente el reclamo. Acto seguido sacó una
carpeta, hurgó en ella y al encontrar lo que buscaba le dijo a la señora
Elena de Nervo: "¡Pero vos ya estás cobrando!", lo cual sorprendió
a ella y a su esposo que negaron inmediatamente la especie. Entonces, la
empleada salió del paso con la cuestión de que no cobraban porque no cumplían
los requisitos para el caso: discapacidad del padre, ser septuagenario o
viudez o separación de la madre. Luego dijo que iniciaría un trámite que
enviaría al Estado Mayor del Ejército. Tiempo después fueron citados
nuevamente y les comunicaron que su solicitud había sido rechazada.
Casi diecisiete años han
pasado de la extraña muerte de Sandro Rubén Nervo. Sus padres han sufrido y
sufren íntimamente desde entonces. El miedo los enervó impidiéndoles
reclamar por sí o con patrocinio legal el esclarecimiento de la muerte del
hijo amado y prefirieron guardar silencio, tal vez confiaron en otra justicia
superior. No tienen dudas de qué es lo que realmente sucedió. Pero han
temido y temen a la larga mano que empuña la espada en la Argentina.
Por un caso muy conocido
que cobró estado público y que tuvo sentencia pero dejó igualmente muchas
zonas oscuras, varios casos similares desde entonces permanecen sin
esclarecerse en un país en que es un lugar común la apelación de las
dirigencias políticas a proteger la infancia y la juventud como reaseguro de
un inexorable destino de grandeza.
Carlos Schulmaister
cschulmaister@navego.com.ar