Escrita la novela como un guión ‘cinematográfico’, se constituye en una crónica de un forastero, con el trasfondo de una ópera grotesca y su elemento de melodrama, que representa la decadencia de un hombre, David Lurie, profesor de literatura de Ciudad del Cabo, caído en desgracia tras inmiscuirse sexualmente con una alumna, lo que podríamos verlo como una mera anécdota de un viejo verde, mas al pasar de los capítulos, el docente sancionado, perdida su carrera universitaria, se dedica a hacer un retiro viajando a ver a su hija, Lucy, a la sazón lesbiana y empeñada en llevar una vida “independiente” en el campo, visita en la cual son víctimas de un asalto, en el que violan a Lucy tres hombres y a él lo hieren quemándolo y encerrándolo en el baño, sin que pudiera socorrerla, a resultas de que de esa violación su hija quedará embarazada y lo peor, decidirá tener el hijo con terquedad, un vástago procedente del odio, de la marca de un perro que orina para marcar el territorio, esclavizándola, integrándola a su clan casi tribal, de acuerdo a las costumbres africanas. Esta, la Desgracia mayor que cuenta el libro y la que sobrellevaba el académico no es una situación menor. El erudito es mostrado como el protagonista principal de un ‘solo’ de hipocresía en la que es desnudado absolutamente, en el que él mismo se desnuda, se examina a través de su comportamiento, mundo en el cual no daba cabida a pensamientos de otros seres humanos, por considerarlos inválidos ante su estatura intelectual, donde las ideas prefabricadas de análisis (literario), eran la verdad que el mundo debía asumir; pero sucede que su hija tiene mucho que decirle de la nueva Sudáfrica, de los cambios, de la revolución ‘silenciosa’ y no menos violenta y cruel que se ha estado desarrollando en bambalinas, en una era que le ha pasado por encima y que él como todos nosotros no nos dimos cuenta.
La ecuación filosófica que el libro prueba es que los privilegios del Poder y su abuso, se terminan y se pagan con la misma moneda. Esto es, el académico, un erudito, que sueña con la poesía, la belleza, con los sentimientos dejándose llevar liberalmente, concluye reparando su atrevimiento de la manera más salvaje, en su propia carne, la de su Hija, donde ‘él’ es la Teresa de Byron en Italia, ya vieja, ‘ramerada’, que vive de sus recuerdos y que no cuenta con la Inspiración del Poeta, que está “muerto”, quemado, requemado, que ardió y se consumió y será otra vez incinerado como un perro tullido, al que se refleja, por sentirse así. Pero no es sólo él, es una sociedad entera que cae a pedazos, remplazada por los nuevos tiempos, por las nuevas costumbres, por esos esclavos que han venido a cobrar sus derechos y a posesionarse de su territorio como “salvajes”, con violencia y astucia, vienen por el Poder político y económico, en que no hay vuelta atrás, y los chivos expiatorios son todos los intrusos, a su vez ellos mismos en la posición desde victimarios a víctimas, es el precio, el castigo por la opresión y ese cobro, caro, tanto que puede costarle la vida.
Novela política, la tesis se basta bien, es una crónica de la modernidad, perfectamente ajustada, con claves, entradas y salidas, ventanas y portales que se dan en el orbe. La modernidad que nos golpea brutalmente. Decadentes e insolentes, todo comienza donde termina. Hay que entregar el mando y dejarlo a los nuevos administradores, iguales de inmisericordes, que buscan el poder, la propiedad y el dinero, la tierra y la nación entera que siempre les perteneció.
Metáfora paradójica, parábola irónica. Los tiempos ya cambiaron. Se ha consumado, en esa ópera sin ton ni son aparentes en el Horno de la historia.
Mauricio Otero