El cocodrilo avanza en las aguas con el desdén de quien se tragará a su víctima tarde o temprano. Su mirada de lince, lo transforma en obispo de su propio santuario. Formidables fauces, una piel envidiable de cocodrilo, fuerte, apetecida, no le entran balas aparentemente. Quizás lo único despectivo que ignora de su temida presencia, es el dicho símbolo de la tacañería": tiene cocodrilos en el bolsillo". Si supiera de ese dicho, símbolo de avaricia, quizás sería más generoso con sus víctimas, o algo así. Se ocuparía al más de su desdén.
Esta es la impresión que me ha dado una crónica en un diario chileno sobre Roberto Bolaño, quien era articulista habitual en ese rotativo. Tomo nota de esta crónica porque se trata de un viejo, perdonen la redundancia, carcamal de la crítica literaria chilena, que comienza con un me dicen que Roberto Bolaño escribió innumerables y admirables páginas. El periodista, quien dice que ha paseado rodeado con gente de letras, no guarda el menor recuerdo de su existencia, la de Bolaño.
Antes de su muerte, el 14 de julio, Bolaño era el único chileno que se ganó el premio Rómulo Gallego, al igual que Gabriel garcía Márquez y Mario Vargas Llosa. Joven se fue de Chile Bolaño, no visitaba los círculos literarios, no se codeaba con los que se codean con los escritores, escribía sobre un patín y además de sacarse esa fotos con cara de detective, obtuvo una serie de premiaciones en España y Chile, más allá de la farsa de los lauros.
"Cuando el nombre de Roberto Bolaño empezó a sonar con gran estruendo, pensé que me estaban tomando el pelo". Primera parte de la cita textual. Comprendo totalmente esta afirmación y sorpresa, en un país de narradores de patas cortas, salvo algunas excepciones. Un cronista literario con más de 50 años de oficio no tiene por qué creer en lo que no ha visto en el pasado. "Luego comprobé que el escritor en efecto existía, pero ello, curiosamente, no acrecentó en mi el ánimo para cercarme a sus libros". Segunda parte de la cita. Esta es una boutade para Borges, el maestro porteño de las ficciones propias y ajenas, tenía respaldo para estas frases. Un cronista, copista de lo que otros hacen, no está autorizado para una estupidez premeditada.
¿Complejo, provincianismo, salida del tiesto, tontería, desdén, farsantería, pequeñez, ignorancia premeditada? De todo un poco y más.
Y el hombre se supera asimismo en el fuera de contexto, sin importancia, en la pequeña esquizofrenia del texto, con lo que sigue comentando.
Qué tontería lo de Nicomedes Guzmán, prosista y del filósofo, naturista, Luis Oyarzún, compararlos con Bolaño.
Y termina con el broche de oro de que el papel aguanta toda clase de banalidad verbal, de fraseología infantil, mezclada con el mal de alzhaimer y de lo que el viento se llevó. Y con esa gracia del minusválido de oficio, se compromete a poner un volumen de Bolaño en su biblioteca, y si el azar se lo permite, algún día podrá descubrir entre sus libros las humanidad de uno de os suyos. Ya el mundo los descubrió sin azar. Pero siempre hay un tonto de remate.
Columnistas le llamaban en mi tiempo.
Y así termina la crónica con una pachotada tipo tía
Carlina, en el ballet azul de las plumas alborotadas por un pavo
real, que se sabe más bien cuervo.
Rolando Gabrielli