La novela del osornino Germán Bielefeldt, ha venido a voltear la mirada hacia el pasado, de un modo crítico y asertivo. Desde la performance de la presentación, uno entró en la atmósfera angustiante de sentirse tocando un tiempo en que el escritor era ‘interrogado’ en penumbras con una luz que le daba a la cara, signo inequívoco de lo que preludiaba su argumento.
Aliro
González, personaje principal de la obra, podía ser cualquiera de nosotros, un
jugador de ajedrez diestro, inteligente y sensible, de las filas del MAPU, y sus
peripecias comienzan en el mes de agosto de 1973… Y sucede que deberá acudir,
sin sospechar los acontecimientos, a Santiago, para disputar la final nacional
un día 11 de septiembre de ese año. Si esto no es decir suficiente, hay que leer
la novela, que por demás es un realismo ‘sucio’, como se le llama hoy a aquella
que mezcla hechos reales con ficción, tal vez la llave de siempre de la
narrativa, pues, como bien deja establecido Bielefeldt, se debe conocer lo que
se refiere, no hay otro modo, de tal suerte que su tema es político, pero con
una inmensa metáfora en que el ajedrez es la alegoría para ‘enfrentar’ a los
temibles hechos que se dan en la historia ‘real’ del país. Hay varios buenos
motivos para leer esta narración, y creo que cualquier osornino se sentirá
identificado con los lugares familiares, los sucesos, y las aventuras de terror
o de nobleza cuando los seres humanos se reúnen en torno a un motor común, de
fraternidad, el milenario juego de los reyes y sus peones. Aliro González está
ante una encrucijada, amanece ya en la capital con el golpe en su rostro, La
Moneda en llamas. Pero él, cosas del deporte, cuenta un amigo en Osorno, el
detective Segovia, quien inquirido por el protagonista le advierte que se cuide,
que el golpe de Estado es un hecho y que no permanezca en un mismo sitio por
muchos días, que cambie su nombre, etc. de tal forma de no ser detectado si es
requerido por las autoridades. Mas sucede que recibe una llamada, ya el
magnicidio consumado, en que un ‘compañero’ de partido le informa que tienen a
varios dirigentes de la Unidad Popular de Osorno detenidos en el Regimiento
Arauco, y aquí comienza la ficción y ellos idean el plan de asaltar el recinto
para liberarlos, con unas armas que llegarán de alguna parte. Plan al que
González se opone porque dice que no es partidario de la violencia, que será una
masacre para ellos mismos y que ni siquiera lo intenten, que todos perecerán. No
es oído y la ‘acción’ llevada a cabo, resultando en la pérdida de vidas y en la
rendición a manos de los militares, quienes los trasladan a una cárcel secreta
en Santiago, donde son torturados y finalmente uno de los apremiados ‘habla’,
pero para salvar su vida ‘traiciona’ a González, quien es rápidamente detenido,
mientras disputaba la final del campeonato en la sede de Serrano, y luego será
flagelado y no doblegado, por un Torturador de nombre Romo y un general
Contreras. En el ínterin cae su amigo sabueso, con cargos de complicidad injusta
por el atentado al regimiento, con quien se reúnen por azar en un campo de
concentración, al que llega el rival de siempre, Galvarino Cienfuegos, sobrino
de un uniformado, a darle el premio que Aliro había ganado y que se lo quitaron
por la causa conocida. Y le pide jugar la partida que tenía perdida.
Es el instante cuando los militares se llevan para siempre a
su amigo despareciéndolo y cuya desazón lleva a Cienfuegos más tarde tras
lecturas y observando la realidad a tomar el camino de un revolucionario, porque
la libertad estaba en jaque, la razón y la pasión lo estaban, y había cosas más
urgentes que jugar ajedrez.
Narración ágil y fresca, mantiene el suspenso, sin disquisiciones filosóficas. La intriga es lograda hasta el final. Cautivante, entretenida y contada con un lenguaje conversacional, de modo que es ideal para leer en un viaje, pero no menos aleccionadora.
Mauricio Otero