El 10 de diciembre se ha cumplido el aniversario de nuestro primer Premio Nóbel,
otorgado a la maestra y poetisa Gabriela Mistral, en 1945, y por extraña
coincidencia, el tiempo ha reunido la conmemoración de la muerte de John Lennon
acaecida un 8 del mismo mes, en 1980, ultimado a balazos por un desquiciado.
“Imagina” a John, un símbolo de la lucha por la paz en todo el mundo,
terminando de vivir violentamente. Paradojas del mundo. Lo mismo le ocurrió a
Gandhi, otro amante de la libertad y pacifista. Estos tres personajes adorados
por todo el planeta guardan en común su amor por los mismos ideales. Hay una
cualidad que los hacía especiales, eran poetas sociales como Martin Luther
King, religioso y activista estadounidense, nacido el 15 de enero de 1929 en
Atlanta (Georgia), inspirado en las ideas del indio Gandhi, las cuales se
convirtieron en el centro de su propia filosofía de protesta no violenta, la
libertad y la justicia. En 1963, King se puso al frente en Birmingham (Alabama)
de una campaña a favor de los derechos civiles para lograr el censo de votantes
negros. Todos estos genios tenían un gran sueño: "Sueño con el día en
que esta nación se levante para vivir de acuerdo con su creencia en la verdad
evidente de que todos los hombres son creados iguales” En 1964 le otorgaron el
Premio Nóbel de la Paz. El 4 de abril de 1968 King fue asesinado en Memphis
(Tennessee). Desde 1986 se escogió un día cercano al de su nacimiento como
fiesta nacional, los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda
de la felicidad. La hermandad. Es un sueño profundamente arraigado. Todos los
hombres son creados iguales. “Sueño que un día, los hijos de los antiguos
esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar
juntos a la mesa de la hermandad. Repique la libertad”. “Imagina que no hay
paraíso…Imagina que no hay países…Imagina a toda la gente viviendo su vida
en paz…Tengo un sueño, pero no estoy solo en él.” Miles de mujeres y
hombres y niños, esa mujer que Lennon dijo era tratada como la negra del mundo,
pueda cantar a los “piececitos de niño azulosos de frío, cómo os ven y no
os cubren, Dios mío”, con el convencimiento de que la fe debía ser
consecuente con una economía más humana, la misma Gabriela amiga del
Presidente progresista, el radical Pedro Aguirre Cerda, que la apoyó y elevó
para gloria de todo su pueblo. Soy un convencido de que la poesía es el sueño
más grande de la humanidad y rindo este homenaje que le habría gustado a
Gabriela y a todos los luchadores por la igualdad y de que un mundo mejor es
posible.
Mauricio
Otero