Crisis viene del griego Krisis, que a su vez viene del verbo Krinein, que significa “separar”, “decidir”. La crisis rompe, separa, desune. Entonces lo que se rompe se debe analizar, distinguir y, luego, recién luego, emitir un juicio.
Así expresado parecería que las crisis son momentos de reflexión donde prima la lucidez y el discernimiento. Pero lamentablemente suele ocurrir todo lo contrario. Las crisis irrumpen, desorganizan e imponen la incertidumbre. Las fórmulas existentes fallan y se necesitan miradas novedosas.
Pero claro, en la Argentina hemos desarrollado una suerte de stress post-traumático que despliega su sintomatología cuando vemos que algunas variables económicas generales se mueven. Y, en particular, el dólar.
Rápidamente se reviven y despliegan una serie de condicionamientos que sería interesante discernir.
No faltan los distintos actores que aprovechan el caos para jugar en beneficio propio y agudizar los problemas en medio de la confusión. El tiempo parece acelerarse y complicar la adaptación a los nuevos acontecimientos. Todo se acelera y nos comienza a fallar la comprensión.
Ante estos movimientos bruscos, aparece el sesgo racional que busca diferenciar con claridad los elementos que se presentan como un tsunami. Lo que ocurre por estos días es producto de los cambios en la escena financiera mundial, que sumado a nuestras debilidades producto de doce años de lapidación de reservas y déficit fiscal, generan un escenario más complejo que el de otros países vecinos con historia política menos teñida de demagogia.
Buscamos interpretar con claridad. El sesgo interpretativo se pone en marcha, pero las cosas se complican cuando desde los medios nos sentimos bombardeados por alertas fatalistas. Comparaciones con el 2001, aparece Cavallo hablando por televisión para que se active la memoria traumática. Y, claro, de ese incendio se benefician muchos bomberos que fueron, justamente, los que provocaron el fuego.
Ya lo explicaron economistas serios durante el día de ayer: hay espaldas, hay reservas, no hay corridas. Hoy consulté a un agente de cuentas de un importante banco y me dio un dato revelador: las personas no están retirando sus inversiones, fueron fondos especulativos quienes generaron el temblor.
Ahora bien, muchas veces las crisis se pueden prever. Durante doce años hubo especialistas que hablaron de la crisis energética que se venía. Nadie los quiso escuchar, porque lo primero, antes de una crisis, es negar el problema que luego la desatará.
Los argentinos somos contradictorios, ambiguos. Cuando se rifó la soberanía energética y pasamos de exportar gas a importarlo a precios exorbitantes, cuando la industria no podía funcionar en invierno porque el gas que había estaba destinado a las estufas de los hogares, en esos momentos no hubo propuestas en el Congreso que buscaran revertir el desastre y lograr que la gente comenzara a pagar lo que consumía como en cualquier otro momento de la historia o en cualquier otro lugar del mundo. Todos descansaron en la demagogia de consumir sin pagar. Pagamos celulares, ropa, comida, gustos, viajes, pero la luz el gas y el agua nos pareció natural que fueran prácticamente gratis.
Sabíamos que todo aquello era una bomba, pero ahora que es imprescindible poner las cosas en orden no podemos aceptar que la energía se debe pagar. La mayor parte del pueblo argentino optó por un cambio. Y sin fanatismos decidió que ese cambio se podía dar de la mano de la propuesta del actual gobierno. El conjunto de problemas fue enorme y lo sigue siendo: donde se toca una variable se perjudican otras. Se trata de poner el país en marcha sin un ajuste sanguinario, pero a sabiendas de que fabricar dinero produce cepos, inflación y más pobreza. Debemos salir con la verdad y con trabajo.
¿Hacia dónde ir? Existe un sesgo que marca el objetivo, la meta que nos oriente para alejarnos del temido fracaso y acercarnos lo más posible al deseado ideal.
Pobreza cero, inflación de un dígito, inserción laboral de los jóvenes, combate al narcotráfico, pleno empleo; esos son los objetivos que deseamos y por los que debemos trabajar con honestidad, más que nunca.
Si la oposición propone retrotraer las tarifas y no quiere ajuste, ni más impuestos y no dice de donde saldrá e dinero para cubrir ese agujero, yo me pregunto ¿eso es un aporte? No, eso es demagogia, es incitar el pensamiento mágico de la gente para que crea que porque no paga las cosas, las cosas no cuestan.
El pensamiento mágico es lo primero que debemos superar para crecer de manera consistente y sustentable.
Los que vivimos los setenta sabemos que durante el kirchnerismo se puso en marcha un plan en la sintonía del llamado “campo popular”. Ya vimos lo que nos pasó. ¿Comprendimos?
¿Por qué entonces volvemos ahora a criticar al gobierno con las categorías populistas, setentistas, que nos llevaron de fracaso en fracaso?