Cuando
ya estamos por despedir al año 2005 ambas Cámaras del Congreso Nacional
argentino han confirmado que legislar es sinónimo de sometimiento a los
designios del Poder Ejecutivo de turno, sin interesar demasiado de quien se
trate. Porque es lo mismo que lo encabece Alfonsín, Menem, de
En
estos días se están cumpliendo cuatro años desde que la ciudadanía en su
mayoría intentó exigir de “que se vayan todos”, y que veíamos como
“todos” decían hacerse cargo sobre la necesidad de cambiar las formas de
hacer y manejar la política y de cómo deberían surgir en el futuro los
postulantes a representarnos. Claro, nada paso.
Con
la nueva composición de ambas cámaras vemos que muy lejos de haberse ido se
han quedado o han ingresado los personajes más funestos e indignos que la
politiquería nacional ha sabido parir. Lo cual queda demostrado al no querer
debatir en el parlamento.
Después
de un año de vagancia legislativa, pero no inacción a la hora de andar
pidiendo los votos ciudadanos con mendaces propuestas -o mejor dicho sin ellas-,
en dos días los diputados y senadores nacionales han procedido a votar leyes
fundamentales para la vida de “todos” los habitantes: Pago de la deuda con
el FMI, Reforma de la carta orgánica del Banco Central, Emergencia económica,
ocupacional y sanitaria, Presupuesto Nacional 2006, Consejo de
Desde
la estricta y pura formalidad democrática los ciudadanos deberíamos estar
satisfechos con el funcionamiento de los poderes del Estado. Eso es una verdad
tan palmaria como la que nos describe una realidad donde el hegemonismo y el
autoritarismo nuevamente se han apoderado de la cuestión política pública. O
sea, de todo.
Pero
no todo está tan mal por estos pagos, desde que una minoría de la sociedad está
más preocupada por asegurarse los beneficios del régimen capitalista impuesto
que ha perdido la vergüenza y la dignidad de comprender y comprometerse con los
problemas de las mayorías. Y es justamente sobre esa porción media de la
población por donde pasa el juego de los políticos con el agregado de
satisfacer los requerimientos de los sectores representantes de la burguesía
vernácula.
Pero,
indudablemente, que a nadie se le ocurra cambiar las reglas del modesto
bienestar de aquellos grupos porque ahí se producirán algunos problemas, que
por supuesto son inmensamente menos importantes que las alarmantes y acuciantes
situaciones que padecen los pobres, indigentes y excluidos.
Que
siga el baile entonces.
Aunque
cuando prendemos la luz aparecen las miserias de esta disfrazada democracia, una
inmunda democracia, que ha dejado desde hace años de ser el gobierno del pueblo
para convertirse en un antro de corrupción, poder y guarida de sinvergüenzas.
Hugo
Alberto de Pedro