“Nuestro país
es tan grande que ninguna leyenda se aproxima a su grandeza, el cielo alcanza
apenas a cubrirlo...” F. K.
¿De
qué nos lamentamos, si los muros crecen como hongos de frontera después de
la caída del muro de Berlín? La Libertad es una demostradora de cosméticos
en la 5ta. Avenida de N.Y. Somos pasajeros del pasado, artistas sobrevivientes
de un futuro errático, iluminado por un sol negro medieval. Los caballeras en
sus castillos, resguardados en sus puentes y empalizadas, el tiempo allí es
otro como el destino. Atrás queda el estío, y el temporal de nieve de este
invierno lo borra todo, sepulta y agranda la imborrable huella con que alguien
nos marcó. Detrás de sus ojos, el futuro me espanta. Somos la paradoja de un
tiempo discontinuo, fragmentado en el aire, disperso, atado a la muñeca
imperial. Fechas ciegas, locas, sopladas al viento sin inocencia, caen a las
puertas de Bagdad.
Es el 2005 grabado con arena en la frente de un soldado
envuelto en una bandera el ataúd que lo regresa a casa en la desolada panza
de un avión. Así se inició y termina el año. 365 días redondos, de una
sola punta de espanto a espanto. Hilo de un sueño de demonios sueltos, la
noche es un coágulo, la trinchera infinita de la muerte. Ascienden
los muros, los cuerpos aferrados a la vida, al sueño de abril o
diciembre, el tiempo es el vacío que se reproduce invariablemente. Se sueña,
despide, pasa, sólo sucede. Sí, es difícil tomar la punta de la madeja.
Ahora si el año está en sus estertores finales. Huele a cadáver en medio de
los muertos. Hiede a final de capítulo por ahora, pero continuará en el
amanecer del primero de enero, como un bumerang extraviado en el desierto, la
bala perdida que inicia su nuevo retorno en el 2006.
Diciembre es el mes
de este finito año, suena a campana, despedida, fuga, a tiempo ya usado, a lo
que vemos al otro lado del río. Se rompe el tiempo ordenado en el calendario,
el 31 va perdiendo
su forma de trece al revés, la silueta de un bailarín ruso que vuela
por el aire del piso del Bolshoi. Desde una ventana todo el paisaje parece
posible, pasan las estaciones en el vaivén de diciembre, casi todo
vuelve al principio, aunque es presente. El mundo es redondo para todos, un
dado que se juega así mismo. Azar de un tiempo gitano, la mano se abre en un
naipe, abanico de una época que se reconoce en sus éxitos y fracasos. Es
laberinto de un sueño roto dentro de la espiral de un caracol ciego. Es vuelo
de ángel caído. Tiempo de rojo silabario de palabras vivas, que nacen al
alba. Himno del Bien, Himno del Mal. Todo tiene dos caras. La vida y la muerte
se miran de pie a cabeza. Gana la que dice la última palabra. Baja el telón,
pero la función continúa. Hay mucha vida por delante. La muerte trabaja 24
horas al día y no se cansa, pero tampoco da
abasto. Su paciencia es el arma invencible que utiliza, por tradición,
comodidad, convencimiento de su éxito. Dejé la redacción en medio de unas
copas y festejos entre trabajo, esas despedidas de fin de año no del todo
convincentes. El cansancio superaba la frustración, los temas manidos del año,
los escándalos y los que ya están
en puerta como los más grandes en un siglo en el Congreso. El mundo es más
ancho y ajeno de lo que pensábamos. Las migraciones eternas como los tiempos
rompen sus uñas y dientes en todos los (in)deseados rincones del mundo. Los
que fueron traídos y llevados, esparcidos en alma y cuerpo, humillados como
esclavos, hoy son siervos sin tierra donde vivir. La xenofobia creciente es un
tema que se soslaya en la gran prensa internacional y debiera ser un libreto
real para Hollywood, porque es un drama definitivamente épico, que ya no
tiene fronteras, ni barranco que lo detenga.
Las fronteras tiemblan, parecen de arcilla, algodón roseado con nafta, límites
de sueños que alguien dejará de soñar, cuando ya no le permitan
respirar. Telón, telón, gritan en Broadway, los extras deben salir... Nación
de inmigrantes, que delirante (es el Coro, que no acata instrucciones) Migración,
qué horror. (El rojo Telón permanece suspendido) New York, New York, por
qué te abrazas al Señor/si ya no sientes su dolor/New York donde dejaste el
corazón (pasan en una bandeja un corazón negro casi en cenizas) Viva México,
pasa gritando un hombre de grandes bigotes con un retrato de Frida Kalho./La
vida es un mural/no un muro para saltar/colores/no deolores/La función debe
continuar/Telón, telón/no bajes , ni pares la función/La frontera es
nuestra tierra/ Bravo, bravo río/sigue tu curso/en invierno o en estío/seguirás
siendo río/y el Sur es tu destino, viejo amigo.
El Editor estaba enfrascado en un resumen no
convencional, abierto, como si el año muerto no dejara nada ni para
sepultarlo, harto de tanta tragedia, engaño, mentira para ser exactos. Él y
su laptop eran una sola cosa, una pieza infernal con una sola cabeza y daban a
entender que ya se pertenecían. La pequeña cancha de golf descansaba del
juego de la noche. Hoyos vencido por el suspenso, la inutilidad de un tiempo
arrebatado al sueño. Alcancé a divisar el título: Trabajadores huéspedes,
el sainete de la libertad. Hizo como que no me vio, sonrió detrás de sus
espejuelos, que muy bien le asientan, y como dormido en los laureles del
futuro, comenzó a teclear de memoria, con su libreto ya penado. Volaban sus
dedos, las palabras se juntaban, una
rara sensación de armonía, de fin de Historia 2005, porque en verdad esto
continúa, a no ser que nos transformemos en dinosaurios y sigamos su camino
de bestias extinguidas. Me vi en la prehistoria, aún más lejos, boca grande,
una dentadura de miedo, bajo el cataclismo de la vida. No todos tenemos la
suerte de amara King Kong, y primero encontrarlo. Y que comprenda el sueño de
la vida, el horror y el espanto humano. De la selva al Empire State, un paso
andaluz, fatal, hacia la muerte. Somos el monstruo, Heràclito, el fecundo río
de la tragedia, las mismas aguas que nos bañan desde un principio. Novia
inmortal de K.K., corre la cinta, sigue el rodaje de la vida real, más bien
el rollo copia la realidad que desconoce. Abandoné el cuadrilátero de las
palabras, en el monótono teclado de un
frenético zumbido de yemas y literal fuera de este mundo. La redacción
estaba suspendida en sus propias palabras. Levitaban de cuerpo y alma, los
periodistas imitaban mejor al silencio que el propio silencio. La competencia
era un feroz gigantesco andamio
de alto riesgo subiendo el cielo con las alas vacías. NYT, se consagró a la
mentira en el año donde la falsificación de los hechos y el infundio sacaron
su marca registrada en USA. La socorrida Cuarta Enmienda, digo, antes de
partir ha sido violada una de sus
tantas noches en el Central Park y
un ciego pide un deseo por cada uno de los 25 millones de personas que lo
recorren y se sienta en uno de sus 9000 bancos rodeados por los 26 mil árboles
y cuenta de memoria cada uno de los 365 días del año en que camina entre la
51 y 110 entre la Quinta Avenida y Central Park West. Es tan pequeña Nueva
York cuando se cierran los ojos y se le sueña. Diciembre de mis
nostalgias y vacío. ¿En el lugar equivocado? Un tiempo que se cuela y no es
olvido. Es 31 en el año que ya no regresa.
El Poeta me lo dijo casi todo, yo he dejado mi cuerpo en la
carretera, casi enterrado en una curva de Dakar, en la frontera
del desierto y el asfalto. Me extiendo del Río Bravo a la Patagonia
como una S, no para hacer un recuento, sino volver a decir que el Sur existe.
Los temporales de nieve se toman
el paisaje, nosotros, un punto suspendido en nuestro propio horror. Mañana
habrá nuevos titulares. Alguien repartirá en la calle la golosina de las
palabras para el entretenimiento. Tú existes porque el tiempo no se titula
asimismo, sucede, pasa. Dejó los peldaños y gano el sótano. El tiempo
marcha como los pingüinos. Pienso en la famosa frase, ahora que no estoy
frente a ninguna cámara, micrófono, detector de mentiras, ni nadie pincha mi
teléfono: Un mundo mejor y más seguro. Detrás de mí, la última
imagen del noticiero, es una película vieja
a capítulos de terror con ritmo de pánico y suspenso para idiotas. Así
se resume el año: Vuelven los viejos muros, la
libertad es un escombro, un
objeto en desuso, una verdadera estatua. Abu
Ghraib y Guantánamo, sitios del
nuevo horror. Alguien a esta hora, está cruzando alguna frontera. El mundo
festeja un año de horror. Es el turno de la máquina de moler sueños. Una
buena noticia me despide finalmente:
el anciano dictador chileno, el innombrable, que ha jugado con la justicia
mundial y chilena, ha estampado sus huellas digitales como simple delincuente,
malversador del erario público y tiene pendiente los casos de la Operación
Colombo, un montaje para exterminar a 119 opositores y que rebasó las
fronteras de Chile. Algunos cadáveres aparecieron en Buenos Aires. Loco,
viejo, enfermo, simplemente criminal. Una vez más ha sido desaforado y quizás
ahora la justicia chilena salga de su largo túnel de injusticias. Sus
abogados y una sobrina dicen que el dictador no comprende nada y cree que
los jueces que le interrogan van de visita a su casa. Que siga la
fiesta de los desaparecidos, pareciera entonar la pesadilla de la Cueca del
Miserable. Manejé mi automóvil con los 12 meses ya en el pasado. Recordé
uno de mis largos viajes por la carretera, casi sin fin. Mis días de
sepultura en un frío glaciar. Todo se lo dejé al tiempo. Al ruido de un gran
río, a la calma de un enorme lago, al tiempo detenido detrás de una ventana
sin prisa. Las nostalgias avisadas en alguna de las estaciones más frías.
Quise pulsar una cuerda, no estaba en vena. El poeta diría, deja rodar el
rollo. Abrí la puerta sin más convicción que la urgente necesidad de
descansar. Miré de paso el ventanal esa noche blanca, posesa, todo en orden,
y nunca me imaginaría que soñaría con el último capítulo de Harry P. Eso
creí firmemente. Tres copas de vino en la redacción y me fui al sueño.
Esta historia contnúa...CHARLIE Y EL GRAN CUADERNO ROJO
Silvia Banfield©