La receta del poema es tan antigua como la palabra la
vida, y su enigma está en el lector porque no sabemos como traducirá
el texto para su propia experiencia placer, lo que (nos) quiso decir y
dijo finalmente el poeta.
Un poema vela y se revela en la palabra, y el lector
levanta el velo en la penumbra, donde el texto lo ha instalado solitaria
y soberanamente.
Se cocina a solas, con todos los ingredientes que
decanta el poeta, cuyo aroma debe percibir y traducir el lector de
acuerdo con la capacidad e interés de sus sentidos.
Dos cocimientos para un mismo poema: el del oficio y
la lectura informal de quien ignora quien lo escribió y conoce algunos
rasgos biográficos y su obra, tal vez fragmentariamente.
Es un acto privado y seguirá siéndolo aunque pase
de mano en mano y de ojo en ojo.
Un poema siempre tiene una historia detrás de las
palabras y la que construye quien lo lee en el tiempo inaugural y anónimo.
Hay poemas cerezas, crudos, peces de largos ríos,
textos de metal madera, agua, construidos sobre el aire, panes de un
horno, transparentes, oscuros, volátiles, terrenales o que sólo son señales.
El poema surge abrupto detrás de la palabra o viene
del fondo de la memoria. Siempre es atmósfera, deseo y conmoción.
El poema roba el fuego a los dioses para todos sus
lectores. Es luz de su sombra, doble corazón de su fruto, una razón
desconocida a punto de ser develada.
El poema ama el vientre de la palabra, su hondo
silencio, es latido, fruto, nunca cáscara.
Oh liviano muro
Oh pesado silencio
Todo regresa tiempo
Yo soy muro
Yo soy silencio
Soy tu mismo río
Muro liviano
Pesado silencio.©2006
Rolando
Gabrielli
http://rolandogabrielli.blogspot.com/